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lunes, 26 de marzo de 2012

CS 1 UD 17. La civilización romana. Dosier: La educación en la Roma Antigua.

CS 1 UD 17. LA CIVILIZACIÓN ROMANA. DOSIER: LA EDUCACIÓN EN LA ROMA ANTIGUA.

INTRODUCCIÓN.
Introducción.
Un resumen de la civilización romana.
La estructura social romana.
La religión romana hasta el cristianismo.

PRIMERA PARTE. LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA EDUCACIÓN ROMANA.
1.1. LA EDUCACIÓN EN EL TIEMPO DE LA MONARQUÍA.
La educación en los primeros tiempos de la Monarquía.
1.2. LA EDUCACIÓN EN EL TIEMPO DE LA REPÚBLICA.
1.3. LA EDUCACIÓN EN EL TIEMPO DEL IMPERIO.

SEGUNDA PARTE. LAS FASES DE LA EDUCACIÓN ROMANA.
2.1. LA EDUCACIÓN DURANTE LA INFANCIA.
2.2. LA EDUCACIÓN DURANTE LA ADOLESCENCIA.
2.3. LA EDUCACIÓN SUPERIOR.

TERCERA PARTE. LOS MEDIOS DE LA EDUCACIÓN ROMANA.
3.1. LAS ESCUELAS.
3.2. LOS LIBROS.
3.3. LOS MEDIOS DE ESCRITURA.

CUARTA PARTE. EL PROGRAMA DE ESTUDIOS.
4.1. LA LECTURA, LA ESCRITURA Y LAS CUENTAS.
4.2.LA GRAMÁTICA.
           4.3. LA RETÓRICA.

QUINTA PARTE. LAS FUENTES SOBRE LA EDUCACIÓN ROMANA.
5.1. LA LITERATURA.
La educación en la poesía.
La educación en el teatro.
La educación en la filosofía.
5.2. LA HISTORIA.
La educación en la historia: los textos de los historiadores.
5.3. EL ARTE.
Las representaciones artísticas de la educación romana.

BIBLIOGRAFÍA.
Bibliografía general de Historia Antigua.
Bibliografía específica de Historia de Roma.
Bibliografía general de Historia de la Educación.
Bibliografía específica de la Educación en la Roma Antigua.

PROGRAMACIÓN DIDÁCTICA.

APÉNDICES.
Lista de imágenes.
Documentos.

INTRODUCCIÓN.
Introducción.
La educación en la Roma Antigua es un tema muy interesante porque se relaciona estrechamente con la evolución histórica de Roma en la Antigüedad, desde sus inicios hasta su final, nos muestra en el inicio sus íntimos vínculos con Grecia así como su inmenso legado a la civilización occidental, en la que perduran incluso en nuestros días algunas de las teorías e instituciones pedagógicas romanas.

Un resumen de la civilización romana.
Roma, una pequeña ciudad del centro de la península itálica, conquistó y dominó todas las tierras que rodean el mar Mediterráneo, constituyendo un imperio de una extensión sin precedentes, desde el desierto de Arabia y los montes del Cáucaso hasta la península Ibérica, y desde el desierto africano hasta Britania y los ríos Rin y Danubio. Roma dotó a toda esta diversidad de pueblos de un alto grado de unificación política, social y cultural. A través de este proceso de romanización, estos territorios se integraron, en mayor o menor grado, en un marco de civilización común.
La historia de Roma arranca con la mítica fundación de la ciudad en el 753 aC y acaba con la caída del Imperio de Occidente en el 476 dC. La influencia de Roma so­brevivió a su poder político, dejando su huella incluso en algunos de los factores que provocaron su desintegración como el cristianismo y los pueblos germánicos.
En España, uno de los territorios donde dejaron más huella, los romanos nos legaron un extraordinario patrimonio arqueológico, el idioma (el castellano, el catalán y el gallego son lenguas procedentes del latín), la estructura urbanística (la mayoría de las ciudades se fundaron entonces), el derecho e incluso la red de carreteras.

La sociedad y la economía romana.
La romana era una sociedad muy estructurada, con fuertes diferencias interclasistas. Fundamentalmente había tres clases sociales: los patricios, los plebeyos y los esclavos.
La clase social de los patricios se dividía en tres órdenes: senatorial, ecuestre y decurional.
En la cúspide político-social estaba el orden senatorial, de grandes propietarios agrícolas, cuyas quintas laboran muchedumbres de esclavos. Dominaban el Senado y de sus filas salían casi rodos los magistrados y emperadores. La educación era para los senadores una necesidad imperiosa para acceder a la alta cultura que les distinguía, en una competencia que les llevaba a coleccionar libros y contratar los mejores pedagogos, maestros y profesores, y los datos que nos han llegado al respecto son numerosos.
Seguía el orden ecuestre de los equites (caballeros), que dominaban las finanzas públicas y el comercio, por lo que lógicamente requerían un alto grado de educación matemática y literaria. Muchos ascendieron incluso hasta el orden senatorial durante el Imperio. Se sabe de algunos equites que incluso fueron gramáticos, siendo el primero conocido un tal Blando en la época de Augusto, aunque el más famoso fue el fugaz emperador Pertinax cuando era joven, aunque lo dejó porque estaba mal pagado.[1]
El orden decurional, con importante presencia en la administración local, estaba compuesto por la nobleza local de Italia y las provin­cias. Sus miembros eran mayoritariamente medianos propietarios agrícolas. La educación era fundamental para este grupo, pues sin ella no podían cumplir sus funciones administrativas ni sacar el máximo rendimiento a su patrimonio.
La clase social de los plebeyos estaba dividida en numerosos grupos por su riqueza, su actividad y su procedencia. El grupo más elevado era el de la amplia clase media de medianos propietarios, comerciantes, industriales, funcionarios. De este grupo procedían muchos de los maestros, profesores, escritores o médicos, lo que induce a pensar que la educación estaba muy extendida en su seno. Bowen informa que ‹‹la capacidad de leer y escribir era bastante común en todo el mundo romano, al menos entre las clases medias, y fue extendiéndose además con la penetración de los ejércitos romanos en las provincias conquistadas. Aunque de forma indirecta, muchas pruebas históricas así lo atestiguan.››[2] Pruebas como el auge de la literatura latina y las numerosas inscripciones públicas conservadas: cuando paseamos por las calles de Pompeya, cuyos muros están llenos de inscripciones (anuncios, chistes, declaraciones de amor o proclamas electorales), advertimos que la mayoría de la población urbana podía leerlas, lo que no se puede decir de los tiempos medievales e incluso más tarde.
Por debajo, estaba un amplio proletariado urbano, a menudo desempleado y que vivía de la beneficencia pública, la artesanía y el comercio a pequeña escala.

La mayor parte de la población plebeya era campesina y vivía en los pueblos o en casas diseminadas, sobreviviendo gracias a sus pequeñas tierras de propiedad privada y del trabajo como jornaleros en las grandes propiedades. Tenemos pocos datos sobre la educación en el ámbito rural mediterráneo aunque probablemente el analfabetismo era predominante, si tenemos en cuenta los chistes de las comedias sobre la ignorancia de los rústicos. Pero incluso entre estos había excepciones, como demuestra el caso del gran escritor en griego Luciano de Samósata (h. 120-180), hijo de un picapedrero sirio, que a costa de ímprobos esfuerzos logró prosperar hasta alcanzar los más altos puestos en la burocracia imperial. Algunos retóricos de origen plebeyo incluso ascendieron al rango de equites: Adriano así lo hizo con Dionisio de Mileto, y lo mismo Caracalla con el sofista árabe Heliodoro, aunque no se conoce ningún caso conocido entre los gramáticos, signo de que los rétores eran más apreciados socialmente.
El grupo de los libertos, esto es los esclavos manumitidos, se movían en la escala social entre los grupos anteriores, y para ellos la educación era un instrumento de ascenso social, porque les permitía acceder a los puestos de la administración y a la alta cultura que distinguía a sus antiguos señores y acceder así a una situación social más elevada. Esto es lo que ocurrió con Horacio (65-8 aC), hijo de un liberto del Sur de Italia que hizo grandes sacrificios para darle una buena instrucción; primero fue un humilde funcionario de Hacienda y finalmente logró el apoyo del gran Mecenas para convertirse en poeta oficial del programa moralista augusteo: “Dulce et decorum est pro patria mori (Es bello y honorable morir por la patria)”.
Por último, estaba la clase social de los esclavos, los parias de la sociedad. No eran considerados personas sino cosas, propiedades o mercancías, que no podían contraer matrimonio, aunque después pudieron elegir compañera entre las esclavas y vivir en un régimen matrimonial llamado contubernium. Realizaban todo tipo de trabajos: doméstico, agrícola, artesanal... Desprovistos de derechos, sometidos a menudo a una dura opresión sin otra esperanza que la libertad por manumisión mediante concesión o pago, por la huida o incluso la rebelión (como el famoso Espartaco y sus compañeros). La esclavitud aportaba la mano de obra para los sectores más dinámicos, pero este sistema basado en la intensidad humana y no en la técnica se agotó al mismo ritmo que terminaron las guerras de conquista que habían permitido renovar las reservas de mano de obra esclava. Empero, también había los que, sobre todo los domésticos, con la suerte de tener buenos amos, gozaban de una vida bastante cómoda y tenían muchas probabilidades de conseguir la manumisión. Hubo una minoría que ya antes de caer en la esclavitud había conseguido un alto nivel cultural, algo usual entre los esclavos griegos capturados en guerras en las cultas ciudades de Oriente helenístico, lo que explica su mayor demanda en Roma. Muchos otros, fuesen esclavos comprados o nacidos bajo esclavitud, recibían cierta formación porque sus dueños comprendían que así mejoraban su rendimiento y valor, y algunos incluso seguían sus estudios hasta un alto grado.[3] Los casos más conocidos son los esclavos destinados a la administración privada y pública, que tenían un bienestar apenas inferior al de los plebeyos y a menudo se convertían en libertos al cabo de los años como premio a sus servicios.
La condición de las mujeres era algo mejor que en la civilización griega, pues gozaban de mayor libertad en la vida cotidiana, pero tampoco gozaban de derechos políticos y estaban tuteladas legalmente por un varón. La educación de la mujer, aunque ciertamente minoritaria, está bien documentada en bastantes casos de la burguesía de los caballeros y la aristocracia.
La mayor parte de la población vivía en el campo. La agricultura se basa en la triada mediterránea: trigo, vid y olivo, junto a la cebada, el cáñamo o el lino, y se acompañaba de una ganadería tanto intensiva como extensiva, sobre todo lanar, y de la explotación forestal para conseguir madera de construcción y muebles, carbón de leña (la energía más común), resina, etc. Se introdujeron algunos nuevos cultivos y se desarrollaron nuevas técnicas como el barbecho de tres hojas, un avanzado instrumental y regadíos muy complejos, pero este desarrollo encontró un obstáculo estructural insalvable: la mano de obra mayoritaria en las grandes propiedades la componían los esclavos, lo que arruinaba a los pequeños propietarios, rebajados a una economía de subsistencia y muy cargados de impuestos. Finalmente, en el Bajo Imperio, el sistema agrario tradicional entró en agonía debido a su incapacidad de aumentar la productivi­dad y por la creciente concentración de las mejores tierras en latifundios, al final cultivados no por esclavos sino por colonos (los descendientes de los antiguos esclavos y libertos, y de los pequeños propietarios), bajo duras condiciones de arrendamiento. En este grupo, con mucho el más numeroso de la sociedad tardo-romana, pocos recursos podían dedicarse a la educación.
Una actividad menor en comparación con las agrarias fue la minería, que tuvo su auge en los dos primeros siglos del Imperio, con canteras para los materiales de construcción, y  minas de oro, plata, hierro, cobre, estaño, plomo o mercurio, que enriquecieron a muchos propietarios y al Estado, y, aunque la mano de obra también era esclava, exigían contar con algunos mineros expertos en técnicas muy avanzadas, como se ve en los restos de las explotaciones de oro a cielo abierto de las Médulas en León. Esto implicaba la necesidad de formarlos pero no hay datos de que hubiera una educación minera especializada, por lo que debió haber una instrucción que pasaba de modo natural entre generaciones.
Una proporción importante de la población, nunca suficientemente evaluada por los historiadores ni siquiera en la época romana, vivía en las ciudades, que actuaban como los centros de administración, mercado y producción artesanal.
En el cruce de las calles principales se situaba el centro económico y administrativo de la ciudad: el foro, que se trataba de un recinto en el que estaban situados los edificios públicos y religiosos más importantes de la ciudad: consejo y oficinas municipales, tribunales, templos, tiendas del mercado, el teatro, las termas o las bibliotecas, y es cerca de estos lugares donde situaban los maestros las escuelas de más alto rango y calidad. Por ejemplo, la escuela superior (análoga a una actual facultad universitaria de derecho) de retórica fundada en Roma por Adriano se estableció en un edificio construido por éste en el Foro (allí estaban casi todos los centros educativos importantes), en el que dieron clases famosos sofistas griegos como Adriano (homónimo del emperador), Filagros, Pausanias y Aspasio. Pero la mayoría de las escuelas debieron hallarse en las tabernae e incluso en las casas y espacios públicos de los barrios populares.[4]
Las actividades urbanas por excelencia eran la artesanía y el comercio, con actividades como la construcción, la textil, la salazón de pescado, la metalurgia, la orfebrería, la cerámica o el papiro (Egipto). La artesanía mayoritaria era la familiar (tejidos, calzado, armas, utensilios agrícolas, etc.), pero también había empresas que preludiaban las manufacturas industriales de la Edad Moderna, esto es, grandes establecimientos industriales, con decenas e incluso cientos de esclavos, controlados por un propietario capitalista y un grupo de encargados, que realizaban tareas con mayor necesidad de capital y tecnología, como la gran construcción naval y de edificios públicos, o la fabricación de armas para el ejército. 
El comercio es muy activo a lo largo del Mediterráneo, beneficiado por la unión política, la seguridad marítima, los seguros puertos y las buenas calzadas, y destacaba el comercio de trigo (con suministros a Roma desde África, Egipto y Sicilia), vino (desde Grecia), aceite (desde Hispania y África), pescado salado en salmuera, tejidos de lana y lino, esclavos y animales exóticos, y el co­mercio con el Lejano Oriente, a cambio de seda y especias, que empero fue una sangría lenta y continua de plata y oro, lo que dificultó a largo plazo la economía monetaria (Plinio se quejaba en el siglo I dC de que las importaciones de la India costaban a Roma 550 millones de sestercios cada año).  
Estas actividades industriales y comerciales favorecieron el desarrollo de las finanzas, apoyadas en un sistema monetario estable del denario de plata y el áureo de oro, y la intensa vida urbana. Y todo este complejo y rico sistema económico se basaba en la existencia de una gran cantidad de agentes económicos y sociales que tenían suficiente educación para realizar estas actividades. Se requería la aritmética para las cuentas de la producción y comercio de bienes o los servicios financieros, la geometría para el deslinde de tierras o la construcción, la literatura y retórica para la correspondencia y los trámites jurídicos, etc.
Pero en la época tardorromana, a partir de finales del siglo II, la crisis demográfica, comercial, financiera y fiscal hundió la economía, agobiando a las clases productoras con altos impuestos y una disminución de la demanda. La moneda se devaluó, con emisiones masivas de cobre y bronce (del emperador Probo), y de plata baja de ley (el denario de plata purísimo de Augusto en el siglo I, había dado paso al antoniano, en teoría un doble denario, pero que en el siglo III se mezcló con bronce hasta tener sólo un 2% de plata hacia el 250, bajo el emperador Decio). 
Las clases sociales se consolidaron mediante normas legales que impedían la movilidad social, lo que desincentivó el esfuerzo por mejorar y el interés por la educación. Bonner comenta: ‹‹los mejores padres y maestros romanos se preocupaban tanto del carácter y de la conducta como de la adquisición de la cultura. Pero a medida que se fueron deteriorando gradualmente las normas sociales los efectos se dejaron sentir tanto en el hogar como en la escuela.››[5] La sociedad se ruralizó, entrando en una decadencia irrefrenable el mundo urbano que había hecho grande el Imperio Romano, que cayó no tanto por las invasiones como por sus graves problemas internos.

La religión romana hasta el cristianismo.
La religión era fundamental en la vida de Roma. Como organización respondía a su naturaleza ritual y había unas funciones sacerdotales especializadas: pontífice, vestales, augures, arúspices y duunviros, ejercidas por los miembros de la sociedad civil, por lo que su importancia social fue relativamente menor, lo mismo que ocurrió en Grecia.
La religión romana tomó de Grecia los dioses (salvo los nombres), junto a infinidad de dioses locales y los propios emperadores divinizados. Siempre acogió a los nuevos dioses con un espíritu ecléctico y abierto, con los métodos de la evocatio y la interpretatio. Habrá que esperar a la aparición de las religiones monoteístas para encontrar un rechazo institucional a las religiones que ponían en peligro las bases de la civilización romana.
Al principio era animista, con una trinidad suprema: Júpiter, Marte y Quirino, convertida por influencia etrusca en Júpiter, Juno y Minerva, junto a deidades de lugares sagrados (numina) y del hogar.

Durante el Imperio se difundió el culto al emperador, que era el pontífice máximo de la religión oficial pero también encarnación divina del Estado, y asimismo se expandieron los cultos de los misterios. Se distinguía un culto estatal público y un culto familiar privado, con los manes de los antepasados, los penates de las provisiones y los lares de los campos y hogares.

PRIMERA PARTE. LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA EDUCACIÓN ROMANA.

1.1.  LA EDUCACIÓN EN EL TIEMPO DE LA MONARQUÍA.
La monarquía.


Las siete colinas de la Roma Antigua.

Los datos que conocemos sobre el origen de Roma están en­vueltos en la leyenda. Se acepta en general que la ciudad de Roma se fundó hacia el 753 aC y sus primeros habitantes fueron pastores y agricultores que habitaban las colinas de la orilla izquierda del río Tíber y se confederaron en la liga de las Siete Colinas. Eran una tribu de italos, los latinos, a los que pronto se sumarán los sabinos, estable­ciendo poco después una monarquía alternativa (el mito de Rómulo y Remo), hasta que son conquistados por los etruscos en el siglo siguiente.
 Los reyes etruscos marcaron con su influencia el urbanismo, el arte, la sociedad y las instituciones romanas. Reyes vitalicios pero no hereditarios, controlaban el ejérci­to, administraban la justicia y eran la máxima autoridad religiosa, ampliaron el territorio, construyeron una sólida muralla (los llamados muros servianos), los primeros edificios de piedra, el primer alcantarillado (Cloaca Máxima)...

La educación en los primeros tiempos de la Monarquía.
Los padres fueron los que educaron a los hijos en la Roma de los primeros tiempos de la Monarquía. Su objetivo era perpetuar las costumbres, creencias y leyendas, que iban pasando así familiarmente de unas generaciones a otras.
Probablemente la mayoría de la población era analfabeta, salvo una minoría aristocrática que se reservaba así los cargos políticos, militares y sacerdotales con los que controlaban las instituciones.


Fresco romano de una familia en un juego, basada en una anécdota del niño Hércules.

Generalmente era la madre, en caso de que supiera, la que primero enseñaba a leer, escribir y hacer cuentas, a menudo con la ayuda de otros familiares, como los abuelos y tíos del niño.[6] El padre suplía las carencias de la madre y sobre todo enseñaba las leyes y costumbres propias de todo buen ciudadano romano, los praecepta paterna.
Si la civilización etrusca integró la griega en su arte, religión y costumbres, es probable que también lo hiciera en la educación. Cicerón se hizo eco de una temprana influencia griega ya en el siglo VII, en la época de los reyes Tarquinios, cuando un conocido sabio, Demarato de Corinto, se convirtió en ciudadano de Tarquinia e instruyó a sus dos hijos al modo griego: ‹‹(…) omnibus eos artibus ad Greecorum disciplinam erudit››[7].

1.2.  LA EDUCACIÓN EN EL TIEMPO DE LA REPÚBLICA.
La República y sus instituciones.
Los abusos de la dominación extranjera de los reyes etruscos provocaron la su­blevación del pueblo romano y la proclamación de la República en el 509 aC, concediendo la suprema autoridad al Senado, encarnación de la aristocracia.
En los siglos siguientes las instituciones se fueron adaptando flexiblemente, a medida que el territorio y la población aumentaban y la sociedad se hacía más compleja. Bowen informa que al principio de la República: ‹‹Las instituciones del mos maiorum, el paterfamilias, la patria potestas y de las doce tablas fueron el aglutinante de la cultura romana; y fueron esas instituciones y esas condiciones de vida las que orientaron la formación de los hijos de los antiguos romanos. Las necesidades de desarrollo intelectual eran mínimas: bastaba, para poder llevar una cierta contabilidad, con saber escribir y contar.››[8]
El Senado era la institución básica del gobierno romano y fue variando en su composición, generalmente con 300 patricios elegidos por cooptación, y en las funciones que al inicio se extendían a casi todos los asuntos del Estado. El Senado elegía los magistrados principales: los dos cónsules con poderes ejecutivos, los dos pretores con poder judicial, los dos cuestores con poder administrativo sobre la economía, y los dos censores con poder sobre el censo de ciudadanos y sobre las costumbres. Una figura excepcional, el dictador, asumía todos los poderes por tiempo de un año cuando las circunstancias políticas eran muy peligrosas por invasiones o gue­rras. La administración, cada vez más compleja, exigía a los senadores un alto nivel educativo, así como la contratación de una creciente multitud de funcionarios expertos. El ideal de educación de los senadores lo resume Marco Catón (234-149), en su colección de máximas dirigidas a su hijo, Praecepta ad filium: ‹‹hombre bueno, experto en el hablar (vir bonus, dicendi peritus).››[9]
Los plebeyos consiguieron entre los siglos IV y III aC plenos derechos políticos y civiles, entre ellos la elección de los tribunos de la plebe (magistrados que defendían sus intereses con el derecho de veto), una ley común para todos (la ley de las Doce Tablas), el acceso a las magistraturas y al consulado, la abolición de la esclavitud por deudas, y la legalización del matrimonio de los patricios y plebeyos. Estas nuevas instituciones fueron un acicate para la formación en este grupo social, sobre todo la jurídica.

La expansión republicana.
El periodo republicano dio inicio a la gran expansión territorial romana. Gracias a la fuerza del ejército popular integrado por legiones de soldados reclutados entre los pequeños propietarios con derechos políticos, una hábil diplomacia y la energía del núcleo dirigente, se conquistó gradualmente Italia y después se dio el salto a Macedonia y Grecia, que se convirtió en provincia tras la destrucción de Corinto en 146, mientras que Atenas fue tomada en 86 aC. Estas victorias tuvieron inmediatas consecuencias en la educación romana, porque los conquistadores romanos esclavizaron o contrataron a una multitud de maestros griegos, tanto al principio en la Magna Grecia al sur de la península italiana, en el siglo III aC, como en la misma Grecia en los siglos siguientes.
Los griegos establecidos en Roma cambiaron notablemente la pedagogía y los programas de estudios imperantes, algo que ya se vislumbraba en la primera mitad del siglo II aC, como destaca Bowen, con el ejemplo del tradicionalista Catón, que se reservaba la función de enseñar a su hijo como habían hecho sus antepasados: ‹‹Todas las actividades de Catón constituían una reacción frente a esta tendencia cada vez más fuerte: Catón había intuido los peligros que para el estilo romano de vida entrañaba la adopción del más característico de todos los adelantos griegos, a saber, su estilo de educación.››[10]


Mapa de las principales ciudades griegas.

Prosiguió la conquista por la costa del Mediterráneo Occidental con las victorias en las tres guerras púnicas contra Cartago, la primera en 264-241, la segunda (marcada por el gran enemigo, Aníbal) en 218-201, y la tercera en 146; la ciudad de Siracusa en 212, junto al resto de Sicilia, de donde llegaron muchos maestros griegos a Roma; la larga conquista de Hispania entre el 212 y el 25 aC; la rápida toma de la Galia por Julio César hacia el 50 aC; la conquista gradual del Asia Menor en los dos siglos siguientes al tratado de Apamea con Antioco III en 188 y tras la victoria contra Mitrídates de Ponto, más las conquistas de Siria en el 64 y de Egipto en el 31 a C.

Pero no fue una expansión continua, pues a menudo prevalecían tendencias aislacionistas. Así, por ejemplo, el Senado aceptó a regañadientes la donación de Pérgamo por Atalo III en 133 e incluso rechazó la de Egipto por Ptolomeo Alejandro I en 88, pero finalmente triunfaron los intereses del partido expansionista compuesto por senadores y caballeros volcados en las actividades comerciales y financieras. En 44 aC, a la muerte de Julio César, Roma controlaba el Mediterráneo, ya directamente o a través de su influencia en los gobernantes nativos. Sólo Partia, en el actual Irán, era un contrincante poderoso e independiente.
Como resultado de tanta conquista fluyó a Roma un enorme botín en oro, plata, bienes y esclavos, que enriqueció sobremanera a la aristocracia y a la burguesía. Roma se había convertido en el gran centro comercial y financiero del Mediterráneo. Este proceso aumentó la diferenciación social, con una clase senatorial poseedora de grandes latifundios, una clase media de caballeros concentrada en el comercio y las finanzas, una amplia clase baja de campesinos, a menudo arruinados por las guerras y que entonces se dirigían masivamente a la capital para vivir del reparto gratuito de alimentos los numerosos libertos (esclavos liberados) y finalmente una inmensa masa de de esclavos que eran la principal fuerza de trabajo en la ciudad.
La revolución social agraria de los hermanos Graco (133 y 121 aC), apoyada por los campesinos sin tierras, terminó en un sangriento fracaso y abrió paso a las luchas ci­viles entre los principales generales del ejército (el nuevo sujeto político dominante) para conseguir la primacía política. Los itálicos se convierten en ciudadanos romanos en 89 aC, tras la guerra itálica que hicieron para conseguir mejorar sus derechos. Por el contrario, fueron reprimidas sin piedad las rebeliones de los esclavos, varias de las cuales estallaron en Sicilia, aunque la más peligrosa, la encabezada por Espartaco, ocurrió en Italia.

La crisis republicana.
En el siglo I aC la forma republicana de gobierno entró en crisis, debido a que la gran extensión del dominio romano y la diversidad de intereses sociales impedían un gobierno consensuado como el republicano. Así aparecen los sucesivos triunviratos y las sucesivas guerras civiles entre Mario y Sila, Pompeyo y César, Antonio y Octavio, desapareciendo en el -27, cuando César Octavio es nombrado Augusto por el Senado, iniciándose así el Imperio.

La educación en los tiempos de la República.
Durante la República el enriquecimiento de la clase patricia distanció su nivel educativo del resto de la población, cuya mayoría era probablemente analfabeta, como refieren las comedias de Plauto y Terencio, aunque las comedias del primero tienen numerosas referencias a que abundaban las escuelas en su época.[11]

1.3. LA EDUCACIÓN EN EL TIEMPO DEL IMPERIO.
La revolución de Augusto.


Augusto de Prima Porta (d. 14 DC). Museos Vaticanos, Roma.

El Imperio fue aceptado mal por la clase senatorial, pero fue muy apoyado por la clase de los caballeros y las masas populares, cansadas de la continuas guerras civiles y del caos político, y que aspiraban a subir en la escala social. Augusto reunió en su persona los cargos de emperador, cónsul, tribuno de la plebe, pontífice máximo...
Su poder se asentaba sobre el apoyo de la clase senatorial, los caballeros (equites) y el ejército (unos 300.000 soldados). Mommsen y Syme, entre otros, han narrado magistralmente esta revolución, que cambió para siempre la naturaleza de la civilización romana, sustituyendo su imperfecta democracia republicana por un imperfecto despotismo, al tiempo que la sociedad se hacía cosmopolita y se fundían inexorable e inextricablemente los rasgos romanos originales con los griegos, lo que en el campo de la educación es especialmente visible: el nuevo ideal de ‘cultura general’ o ‘humanidades’ se basa en el modelo griego bajo una apariencia latina.[12]

La expansión imperial.
La expansión de Roma durante el Imperio hasta el 117 (Trajano) fue rápida y enorme, hasta configurar uno de los mayores imperios de la Historia, asimilando muchos aspectos de las civilizaciones sometidas o vecinas, en especial de los etruscos y de los griegos. El mundo clásico será la fusión de las civilizaciones griega y romana, evolucionando a un modelo propio y original: Roma será el pilar de la cultura occidental en el derecho, lengua, artes...
Las ciudades eran la institución fundamental, con una gran autonomía real, con un derecho común que fue universal con la extensión de la ciudadanía romana con Caracalla en 212. El poder del Senado fue declinando a medida que se afianzó la supre­macía del emperador. Los cargos públicos republicanos se mantuvieron, aunque gene­ralmente monopolizados por el emperador y sus partidarios, con lo que los cargos de cónsul y senador se extendieron a los provinciales.

La agricultura fue la principal fuente de riqueza: trigo, vid, olivo, frutales. El co­mercio de trigo, vino y aceite era muy importante en el abastecimiento de Roma, las ciudades y las guarniciones militares. La minería se desarrolló en muchos lugares. La moneda de oro (áureo) y de plata (sestercio, denario), permitió intercambios seguros. Las vías de comunicación (calzadas, puertos marítimos) unían todo el Imperio. El comercio puede estudiarse con los restos de cerámica y vajillas, que se han encontrado hasta en China, donde a cambio se compraba la seda. La mayor parte de los productos pesados se transportaba por mar y sólo los productos livianos por las vías terrestres, que se dedicaban más al transporte de personas y ganado.
El régimen económico-laboral se basaba en la esclavitud, que entró en crisis durante el siglo II, al acabarse las guerras fáciles de conquista. Al mismo tiempo comenzaron las epidemias, los costos de las guerras fronterizas con los germanos y per­sas, la desorganización interior por las guerras civiles...
El periodo de máximo auge del Imperio se dio en los dos primeros siglos, con las dinastías de los Julio-Claudios (-31 a 68, con Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón), los Flavios (68-98, con Vespasiano, Tito, Domiciano) y los Antoninos (98 a 180, con Nerva, Trajano, Adriano, Pío Antonino, Marco Aurelio).


El Imperio romano al final de la época de Trajano (98-117).

Estos emperadores, sobre todo Trajano, protagonizaron la expansión a todos los confines (hasta el desierto del Sahara, el Eufrates, el Danubio y el Rin, el norte de Britania) y después de ellos no hubo más conquistas. Los Antoninos configuran el periodo de Oro de la civilización romana, con sus más altas cotas de expansión exterior, paz, estabilidad y prosperidad interior.

La crisis imperial.
Las causas de la crisis se resumen en: agotamiento de las posibilidades productivas del esclavismo, insuficiencia de la moneda, crisis de la ciudad, concentración latifundista, crisis religioso-cultural.
Después de alcanzar su apogeo durante el siglo II, el Imperio sufrió una lenta decadencia, desde Comodo, con una sucesión de emperadores que conseguían el poder gracias a su condición de generales del ejército, iniciada con Septimio Severo y su di­nastía de los Severos (192-235) y seguida por un periodo de anarquía militar (235-285), con algún emperador notable (Aureliano), hasta que Diocleciano con la tetrarquía (un reparto del imperio en cuatro partes, 285-312) y después Constantino (312-337) resta­blecieron cierta solidez institucional. Constantino basó su dinastía en el apoyo del ejército y del cristianismo (313), que se convirtió después en la religión oficial. Su otra gran novedad fue el traslado de la capital a Constantinopla. Pero los gastos militares supusieron una terrible presión fiscal, que agotó el Imperio. En este siglo se consolida la barbarización del ejército: numerosos germanos se alistan como mercenarios y pueblos enteros (como los godos) pasan la frontera y reciben tierras a cambio de servicio militar.
Había entonces una gran diferencia en el Imperio entre la parte occidental, menos rica y poblada, con la lengua latina, y la parte oriental, de lengua griega, que al final derivaron en la división del Imperio, que perduró unido hasta el 395, cuando Teodosio lo reparte entre sus hijos Arcadio (Oriente) y Honorio (Occidente), mientras los pueblos bárbaros de Germania invaden y asolan el Imperio de Occidente, hasta la fecha crucial de 476, cuando desaparece el Imperio de Occidente, al ser depuesto eñl joven emperador Rómulo Augustulo.

Por el contrario, la parte oriental mantuvo su prosperidad y unidad, posibilitando el desarrollo del posterior Imperio bizantino e incluso un breve periodo de reconstrucción del dominio mediterráneo gracias al emperador Justiniano en el siglo VI.
A partir del siglo I dC se difundieron en la sociedad romana algunas religiones orientales, como el mitraísmo, maniqueísmo y judaísmo, que intentaban dar una res­puesta más espiritual y menos ritual a la incertidumbre de qué hay más allá de la muerte y a la influencia del mal sobre el hombre.

El cristianismo desde su aparición hasta su hegemonía.
El cristianismo fue la religión oriental que más arraigó en el Mediterráneo romano, sobre todo entre las clases bajas, dado que el Nuevo Testamento (la segunda parte de la Biblia) presentaba la pobreza como una virtud y aseguraba una vida mejor después de la muerte. Los apóstoles extendieron la nueva religión por todos los confines del Mediterráneo ya en el siglo I, destacando Pedro en el núcleo judío de Roma y Pablo por sus viajes por las ciudades mediterráneas en los que tanto predicaba a los judíos como a los gentiles.
Pero esta religión fue considerada un peligro para el Imperio porque no reco­nocía la divinidad del emperador ni el politeísmo que era esencial para el sistema religioso romano, y algunos emperadores decretaron persecuciones para eliminarla, comenzando por la local de Nerón en Roma en el 64 y más tarde esporádicas y poco intensas de Traja­no, Antonino Pio…, hasta la primera sistemática de Decio en 250, seguida por las de Valeriano en 257 y 258, y la peor, la de Diocleciano en 303, en una época en la que se calculaba que tal vez un 10% de la población del Imperio era cristiana. Sin embargo, las contadas persecuciones y las continuas trabas fueron ineficaces puesto que la Iglesia cristiana ganó más influencia social, sobre todo en las ciudades, mientras que en las zonas rurales sólo tenía una gran presencia efectiva en Asia Menor y Egipto porque muchos campesinos mantuvieron sus cultos paganos, enraizados en el contacto con la naturaleza, hasta mucho más tarde.

El fin oficial del paganismo llegó a partir de la victoria del cristianismo en el siglo IV. Los grandes eventos de este cambio fueron el Edicto de Milán (313) promulgado por Constantino, que garantizaba la libertad de culto cristiano después de tantas persecuciones que había sufrido; el Concilio de Nicea (325), que organizó la Iglesia y unificó el culto y la doctrina contra el arrianismo y el Edicto de Tesalónica (380) promulgado por Teodosio I, que prohibió el culto pagano, declarando al cristia­nismo religión oficial y única del imperio. Se acabaron entonces los Juegos Olímpicos y se cerraron la Academia y el Liceo de Atenas. En menos de un siglo el cristianismo había pasado de religión oprimida a religión opresora. Y la cultura y la educación pasaron en gran medida a depender de él: los maestros se convirtieron en muchos casos en sacerdotes, manteniendo su oficio inicial para sobrevivir, y se pusieron bajo el mandato de los obispos. La Iglesia comenzaba su jerarquización, y con ella los cambios organizativos e ideológicos que la marcaron durante la Edad Media.

La educación en los tiempos del Imperio.
Los emperadores intentaron a menudo controlar la educación y en algunos casos mostraron una genuina preocupación por extenderla y mejorarla, a fin de contar con una burocracia bien preparada en los saberes administrativos e ideologizada a favor del imperio, pero siempre chocaron con la falta de medios económicos y la urgencia de las guerras exteriores, que impedían destinar suficientes recursos, por lo que los emperadores tendieron a regular sólo los asuntos más generales y obligar a los municipios a afrontar los gastos. Bowen y otros autores nos dan ejemplos de este creciente intervencionismo estatal, iniciado ya en el siglo I aC con Julio César y proseguido por sus sucesores: Augusto financió, al igual que sus sucesores, la Biblioteca y el Museo de Alejandría, que en realidad eran las dos ramas, literaria y científica, de la universidad alejandrina, así como las bibliotecas de la misma Roma.[13] Augusto comenzó asimismo la práctica de nombrar profesores oficiales para los niños miembros de la familia imperial, y entre ellos destacarán Verrio Flaco, Séneca el Joven y Quintiliano.[14] Vespasiano eximió de impuestos a los maestros y reguló los salarios de los dos sofistas o profesores superiores de retórica en Roma, pagados por el fisco imperial: 100.000 sestercios al año, unos emolumentos considerables para la época. Prosiguieron su protección los emperadores Domiciano o Trajano.[15] Fue esta la época del gran Quintiliano, el último gran retórico romano, protegido por los emperadores. Algunas ciudades incluso superaban estos estipendios, compitiendo por tener a los más famosos sofistas, no solo por la gloria que daban a la ciudad sino también para atraer a la multitud de estudiantes ricos que acudían a sus clases. Después, Marco Aurelio, ante la decadencia económica de Atenas, llegó a ordenar el pago a cargo del fisco estatal de cuatro profesores de filosofía y uno de retórica en esta ciudad, aunque con menos salario que los de Roma, 60.000 y 40.000 sestercios/año en comparación con los 100.000 que cobraban los profesores de Roma (probablemente sufrían un coste de la vida más alto).[16]
Pero también a lo largo del siglo II dC, durante la dinastía de los Antoninos, en pleno auge del Imperio, se incubaron los gérmenes de la debacle posterior, que Bowen señala en el consumismo y la debilidad moral.[17] 
La educación no se libró de la decadencia política y económica posterior, como demuestra las quejas por la reducción de la producción literaria y filosófica respecto al gran siglo de Augusto, el creciente éxito del arcaísmo literario (muy conveniente para los eruditos pero enemigo de la innovación) y del eclecticismo filosófico, y los numerosos testimonios acerca de la mala situación social de los maestros que ya aparecen en los escritores Horacio, Petronio, Persio, Tácito, muy crítico con el bajo nivel de la retórica hacia el 100-115, o Juvenal, quien poco después denuncia la degeneración del sistema educativo.[18] 
Una señal de la caída fue la disminución del número de personas que podían leer y escribir en latín y griego al mismo tiempo: a partir del siglo II dC se hizo más clara la línea divisoria entre el Occidente latino y el Oriente griego, pero esto coincidió con la época de mayor divulgación de la cultura literaria popular: la mayoría de los papiros literarios egipcios que se han salvado son justamente de ese siglo, y en él alcanzaron la gloria los maestros de retórica Dión de Prusa ‘boca de oro’ (40-120), Crisóstomo y Elio Arístides de Esmirna.


Fresco de romano leyendo un papiro.

Grabado de estudioso romano leyendo un papiro. Siglo XVIII.

Al mismo tiempo, la estricta censura imperial contra las publicaciones críticas, que evidencian los frecuentes castigos impuestos por Augusto, Tiberio o Domiciano, y que se relacionan por ejemplo con las persecuciones al cristianismo y las nuevas ideas que subvertían el orden tradicional. La innovación, la investigación y el pensamiento crítico fueron sustituidos por un enciclopedismo academicista, estancado en la recopilación y comentario de los saberes del pasado, una tendencia con larga trayectoria en Roma, como vemos en los tratados y manuales de Marco Terencio Varrón (116-27 C), Aulo Cornelio Celso (14 aC-37 dC), Plinio el Viejo (23-79), Aelio Donato (siglo IV), Marciano Capela (410-439)…[19]
Finalmente, en la época tardo-imperial, la decadencia se extendió a todos los ramas del Estado: política, militar, demográfica, económica, social y cultural. La educación padeció como todas las instituciones, pese a los vanos intentos de los emperadores, como Diocleciano y Valente entre otros, de regular u obligar a que se mantuviera.[20]
El triunfo del cristianismo en los siglos IV y V significó a la vez el fin de la educación romana antigua y el inicio de la educación medieval, pero esta nunca dejó de tener sus fundamentos en aquélla, pues no en vano los dos principales filósofos de la Patrística, Clemente de Alejandría (150-211/216) y sus discípulo Orígenes (h. 185-254), el traductor oficial de la Biblia, Jerónimo (348-420), o el teólogo San Agustín de Hipona (354-430), entre otros muchos intelectuales cristianos, se habían formado en una sólida educación clásica, fundamentalmente en la filosofía platónica y la literatura latina de Cicerón, Virgilio u Horacio. El legado de la Roma pagana permaneció gracias a la Iglesia que aparentemente la había destruido.

SEGUNDA PARTE. LAS FASES DE LA EDUCACIÓN ROMANA.
2.1. LA EDUCACIÓN DURANTE LA INFANCIA.
La educación en la infancia.
La lactancia de los infantes y los primeros cuidados se encomendaban por lo general a la madre.
Pero las familias patricias utilizaban una nodriza, también llamada ‘ama de crianza’ o ‘de leche’, una parturienta reciente que amamantaba además a un lactante que no era su hijo y a menudo era considerada por el niño como una segunda madre, por lo que era frecuente que a los hijos de la nodriza se los considerara ‘hermanos de leche’, como ocurrió en el caso de Alejandro Magno y Clito. Los primeros juguetes eran los sonajeros (crepitacula), y pronto les daban muñecas e instrumentos musicales a las niñas, y muñecos, carros y armas de madera a los niños, para que se ejercitaran en los oficios de sus padres y en la carrera de las armas.


Mujer educando a su hijo. Fresco de Pompeya.

La madre o la nodriza enseñaban a hablar al niño, y más tarde le enseñaban a leer, a hacer cuentas y las leyendas de dioses y héroes. Las familias ricas procuraban escoger una nodriza de origen griego, para acostumbrar al niño desde el principio al dominio de este idioma.
El papel del padre era guiarle en  sus primeros pasos, orientar su despertar a la vida, educarle en los deberes cívicos, vigilar sus palabras y acciones, evitar que tratara demasiado íntimamente con los esclavos, y enseñarle respeto a sus mayores: el niño llamaba a sus propios padres con el título de ‘señor’ (domine).

La educación primaria en la escuela.
Precisemos de entrada que los términos que usaremos para referirnos a los pedagogos y maestros no eran muy claros en sus límites, porque cambiaron a lo largo del tiempo y los autores antiguos los intercambiaban sin demasiado rigor.
Los menos ricos y los pobres que no lo eran de solemnidad enviaban, por lo general de modo voluntario[21], sus hijos a la escuela cuando tenían cerca de 7 años y hasta los 12 a la escuela (schola, ludus o ludus litterarius) acompañados por un esclavo de confianza (paedagogus) que les llevaba el material escolar.


Paedagogus griego llevando al niño a la escuela.


Pedagogo repasando la lección con sus alumnos.

Para llevarlo a la escuela y cargar el material escolar se contaba con lo que se llamó originalmente pedagogo (paedagogus, un término que se usó finalmente para referirse a los maestros de la enseñanza inicial), un esclavo o liberto (griego a ser posible), que después también les repasaba las lecciones en casa.
La escuela estaba regida por un maestro (magister, magister ludi, litterator, calculator), generalmente único, responsable de una clase con varias decenas de niños, a los que enseñaba lectura, escritura y cálculo[22]; en las escuelas más grandes había maestros especializados en saberes como el griego, aritmética, geometría, música, danza...[23] Los maestros cobraban generalmente de las familias, pero excepcionalmente los contrataban y pagaban algunos municipios importantes e incluso los emperadores.[24]
El método de aprendizaje de la escritura era enseñar primero las letras del alfabeto por orden y luego sus formas, para finalmente escribirlas en las tablillas.[25] Y las aprendían a contar con los dedos de las manos (lo que explica las formas de los números romanos). Luego sólo cabía insistir en la memorización y la repetición, los pivotes de la pedagogía griega y romana. Quintiliano (siglo I dC) propuso innovaciones pedagógicas, como que los niños jugaran con letras de madera o marfil para aprender a leer y a escribir. Pero ya antes de su época había maestros que seguían una metodología lúdica, por lo que la escuela primaria se nombraba a menudo “juego” (ludus) y su maestro era llamado el magister ludi.


Escuela romana.

El curso se impartía de acuerdo al calendario religioso, y se daban clases por las mañanas, en lecciones mixtas para ambos sexos hasta los doce años, para una media que oscilaba en los 30 por clase, de edades heterogéneas[26], por lo que el maestro encomendaba deberes, basados en la repetición y memorización, a los alumnos para que los realizaran mientras él se concentraba durante un rato en un alumno concreto; ello tenía el defecto de que el resto de los niños podía desconectar de su labor y fomentaba el desorden, ante el que los maestros actuaban con una disciplina severa, de acuerdo al lema de que “la letra con sangre entra”, por lo que usaban con frecuencia la palmeta (ferula) para los castigos corporales, tanto por las faltas cometidas dentro como fuera de la escuela.[27]


Maestro castigando a un alumno con azotes, en posición 'catomus' (sobre los hombros) en una clase en el foro. Grabado del siglo XIX reproduciendo un fresco de Pompeya hoy desaparecido.


Fresco romano con escena de educación privada en una casa. El maestro está a la izquierda.


Fragmento de relieve con escenas de la infancia, con un maestro (rétor) y su alumno. Col. Museo del Louvre.

Debido a la imagen de degradación de la calidad de la enseñanza en las escuelas cuando se hizo masiva, las familias más ricas preferían una enseñanza para sus hijos en el hogar y contrataban, cuando el niño tenía unos cinco o más años, un maestro griego (magister, nutritor o tropheus), responsable de enseñarle a leer y de su educación hasta la pubertad.[28]

2.2. LA EDUCACIÓN DURANTE LA ADOLESCENCIA.
La educación secundaria.
El nivel siguiente era el asimilable hoy a la escuela secundaria, y comprendía desde aproximadamente los 12 años hasta la emancipación del niño como adulto, que se hacía a edades diversas, dependiendo de la madurez del niño y de las necesidades familiares, pero por lo general lindaba los 15 años los niños y 14 las niñas, en escuelas que tanto podían o no ser segregadas por géneros.[29] Las familias pobres normalmente ya no enviaban a la escuela a sus hijos sino que los ponían tempranamente a trabajar, pero sabemos que algunos padres, pese a su pobreza, afrontaban los mayores sacrificios en bien de la instrucción de sus hijos.
La educación tenía lugar en el gymnasium o en la palaestra.


Un maestro, rodeado por sus discípulos (de distintas edades), dicta una clase. Bajorrelieve descubierto en una tumba en Tréveris (Trier, antigua Augusta Treverorum, Alemania).

El grammaticus era el responsable de enseñar a los niños la lengua y literatura de los autores clásicos, mitología, historia, geografía o física, enseñanzas que se organizaban cabalmente en el Trivium (gramática, retórica y lógica, ésta denominada a menudo filosofía) y el Quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música).[30]
Las niñas de familias ricas, consideradas adultas a los catorce años (domina, kyria), podían tener también un preceptor que les enseñara los clásicos, aunque su formación fundamental era la doméstica: coser y bordar siempre (era considerado un trabajo honroso incluso para las damas más nobles) y controlar los esclavos si los había y cuidar de todos las labores de la casa si no los había; el mismo Augusto hizo que su hija y sus nietas aprendieran el arte doméstico.[31]


Mujer con cítara. Fresco de Boscoreale.

Las clases altas podían dar una instrucción a sus hijos de un nivel más elevado, contratando profesores especializados. En el caso de Cicerón sabemos que contó antes de cumplir los 17 años como profesores de filosofía en Roma con los afamados Filón de Larisa y Diodoto.


Epafrodito de Queronea. Un gramático griego establecido en Roma, desde el imperio de Nerón al de Nerva. Murió a los 75 años, poseyendo dos casas y una biblioteca de 30.000 libros, un logro impresionante entonces y ahora..

2.3. LA EDUCACIÓN SUPERIOR.
La mayoría de edad se conseguía al vestir la toga viril, decisión que dependía del padre o del tutor en su ausencia, y sucedía por lo general a los 15-16 años, cuando se bifurcaba el camino de los varones de las clases altas, que tenían que decidirse por tres alternativas: enrolarse de inmediato en el ejército, continuar los estudios clásicos para desarrollar después la carrera militar o político-administrativa, esto es el cursus honorum, o lo más frecuente, dedicarse al oficio paterno, pues era muy infrecuente escoger otra profesión y este caso los padres negociaban con un profesional que acogiera como tutor a su hijo y le aleccionara en el trabajo.
Nunca debe infravalorarse la importancia de la opción militar. Bowen resume: ‹‹El conjunto del proceso educativo constaba de cuatro etapas: las nociones elementales de la escritura, los estudios gramaticales y literarios, el servicio militar, y la enseñanza superior.››[32] Por ejemplo, la inmediata carrera militar fue el camino elegido por Julio César para su sobrino Octavio, el futuro Augusto, así que le nombró oficial en el 45 aC, cuando era un muchacho de sólo 17 años, de una pequeña fuerza que se dirigía a la campaña contra los partos; su asesinato detuvo aquel inicio de formación castrense. A finales del siglo I, el historiador judío Flavio Josefo, en La guerra de los judíos (III, 70-75), puntualiza que fue justamente la excelente formación militar lo que dio la hegemonía a Roma, porque en todo lo demás había otras potencias iguales o superiores. Y tres siglos después, el famoso tratadista militar Vegecio, en Epitoma rei militaris (I, 1), reafirma que fue la instrucción militar lo que dio al ejército romano la superioridad en los campos de batalla.
Entre tanto, los adolescentes recibían de sus padres (o tutores) un pequeño salario (peculium), una asignación casi siempre parca porque se creía popularmente que darles demasiado dinero favorecía una vida disoluta[33], y debían seguir respondiendo a la autoridad paterna, la patria potestas, pues que el hijo formara una familia y se convirtiera en paterfamilias era sólo posible tras la muerte de su padre, pudiendo ser condenado a muerte por el padre si incumplía esta norma, aunque esto era sin duda excepcional. Séneca consideraba el summum de la buena educación que un hijo pudiese decir: ‹‹Obedezco a mis padres, me someto a su autoridad, con razón o sin ella y aunque sea difícil hacerlo, me muestro sumiso y dócil, y en una sola cosa soy obstinado, en no permitir que me sobrepasen en bondad.››[34]
Para los adolescentes patricios romanos que escogían seguir la tercera etapa educativa, ésta los preparaba en la elocuencia como futuros políticos, el ideal que pregonaba Cicerón para ser un buen ciudadano, lo que significaba descuidar la enseñanza de las ciencias, reservadas sólo a un escaso número de especialistas. Bowen resume: ‹‹Para Cicerón, el producto final de todo el proceso educativo lo constituye el orador, cuya gran cualidad distintiva consiste en una erudición paralela al desarrollo de un sentido ético que él denomina humanitas, término latino correspondiente hasta cierto punto al griego paideia.››[35]  
Esta enseñanza era muy cara, por lo que solo la podían pagar las clases altas que podían pagar estancias en las ciudades universitarias del mundo helenístico (Atenas, Pérgamo, Rodas, Alejandría…)[36]o, si permanecían en Roma, al profesor o maestro de oratoria (rhetor). El primer maestro griego de retórica que llegó a Roma fue Crates de Mallos, un filósofo estoico de Pérgamo, que en su estancia romana enseñó la teoría gramatical de los estoicos, clasificada por Hermágoras y otros tratadistas. Luego llegaron muchos más rétores, atraídos por las altas remuneraciones que se conseguían en la capital, y entre ellos destacó Plocio Galo a principios del siglo I aC.[37]


Mosaico romano de la Academia de Platón en Atenas.

Con el tiempo se desarrollaron dos partidos respecto a la influencia griega: los favorables pertenecían al bando de los Escipiones (partidarios de la expansión mediterránea) y un siglo más tarde en el de Cicerón (él mismo un gran ejemplo de la predominante influencia griega, aunque sin perder el respeto a la tradición romana), y los contrarios enrolados en el bando reaccionario de Catón, que en el 161 aC consiguió un triunfo efímero al lograr que el Senado promulgara una ley para la expulsión de los maestros de retórica y filosofía.[38] Pero poco después los sabios griegos siguieron llegando a Roma. Uno de los más famosos fue Dionisio de Halicarnaso, que enseñó retórica en la capital entre 30 y 8 aC, años en los que escribió su famosa historia de la República hasta la primera guerra púnica.


Quintiliano. Grabado del siglo XIX.

Con el tiempo, se publicaron manuales de los grandes maestros. Por ejemplo, el hispano  Quintiliano, el primer profesor de retórica nombrado por Vespasiano, escribió muchas notas pedagógicas de cómo formar a los  oradores. Entre los ejercicios más frecuentes estaba los suasoriae o monólogos, en los que personajes famosos de la Historia o de la Mitología sopesaban pros y contras antes de tomar una decisión, las controverisae o debates entre dos escolares que defendían puntos de vista opuestos sobre los temas más variados (este método es aún normal en el Reino Unido), y los  juicios ficticios en los que unos alumnos acusaban y otros defendían de acuerdo a un caso famoso, lo que hoy se llama método casuístico, todavía el más seguido en la enseñanza del derecho en el mundo anglosajón.

Había cuatro grandes áreas de conocimiento que exigían una educación superior especializada, más allá de la retórica: la tecnológica, la militar, la jurídica y la filosófica. La tecnológica se ceñía fundamentalmente a dos disciplinas, la medicina y la arquitectura.
A menudo esas tres grandes áreas se cruzaban entre sí: muchos ingenieros y arquitectos eran civiles y militares a la vez, y ejercían estas funciones de acuerdo a si había paz o guerra. Construían puentes, campamentos, murallas, ciudades, templos y monumentos sin apenas transición.  Fue el caso de los dos más famosos arquitectos romanos, Vitruvio en la época de Augusto y Apolodoro de Damasco en la época de Trajano y Adriano. Ambos se formaron como ingenieros militares durante las campañas militares, Vitruvio construyó para Augusto puentes, templos y fortificaciones, y Apolodoro hizo un famoso puente sobre el Danubio y un gran foro en Roma para Trajano y probablemente el templo del Panteón para Adriano.
La misma relación había entre la milicia y la justicia. Los gobernantes romanos necesitaban una sólida formación militar y jurídica para desempeñar sus cargos administrativos en la vida civil y militar, así como para dirigir las campañas. Julio César es un caso paradigmático del líder romano que se manejaba con igual soltura en todos los campos: escribía una de sus famosas historias bélicas al mismo tiempo que componía una obra teatral (desafortunadamente se han perdido sus obras más específicamente literarias), redactaba una ley y preparaba un discurso político, y organizaba y dirigía en combate a sus legiones. Entre sus sucesores en el imperio destacaron por su altura intelectual el vilipendiado Claudio, autor de tratados sobre la lengua etrusca y otros temas, el viajero y filohelénico Adriano y sobre todo el estoico Marco Aurelio, discípulo del retórico galo Frontón (100-166). En cuanto a los jóvenes patricios que comenzaban su carrera militar se siguió con la vieja costumbre de ponerlos bajo el cuidado de los patricios veteranos, en los estados mayores de las legiones, donde aprendían el arte militar.
Para el resto no había centros educativos de instrucción especializada en la milicia como las actuales academias militares, sino que los jóvenes plebeyos entraban en las unidades militares como soldados rasos y recibían la instrucción militar de los veteranos y se curtían en las marchas, maniobras y combates si se terciaba. Los más valerosos y talentosos ascendían a decuriones y centuriones, y con el paso del tiempo y la descomposición de las estructuras internas del Imperio algunos de estos oficiales de baja extracción social llegaron incluso a ser emperadores. Un caso aparte eran las famosas escuelas de gladiadores, pero es un caso muy particular y relativamente escaso en el mundo romano, pues la inmensa mayoría eran esclavos o penados.


Lección de medicina. Fresco en una catacumba romana.


Relieve de médico con sus instrumentos y consultando un papiro.

Los estudiantes de medicina se formaban del mismo modo que en la enseñanza superior, contratando profesores particulares o asistiendo a las clases de los más famosos, para lo que acostumbraban ir a Grecia, donde se beneficiaban de su gran herencia intelectual, pero era una educación anclada en el estudio reverente de los escritos del pasado y se hicieron pocas innovaciones médicas, aunque el médico y botánico Dioscórides y el gran anatomista Galeno de Pérgamo destacan como excepciones. En Grecia y Oriente los grandes centros universitarios de medicina, como de otros saberes científicos, eran Atenas, Pérgamo, Rodas y Alejandría, y durante el Imperio se añadieron la misma Roma y Milán en Italia, Tréveris, Massilia, Burdeos y Autun en la Galia, Mitilene, Esmirna y Apolonia en la Jonia asiática, Antioquía en Siria y Cartago en África.

Mucho mayor fue el avance tecnológico: se desarrolló la ingenie­ría de construc­ción naval con barcos más grandes y maniobrables, el hor­migón mejoró la cons­truc­ción y los acueduc­tos el suministro de agua a las ciudades, la cerá­mica fue fa­bricada en serie, la minería se benefició de los nue­vos equipos de extracción de agua, la agri­cultura mejoró con el drenaje e irrigación de los terrenos y la difusión de los tratados agríco­las. Muchas de estas novedades cayeron en desuso con la cri­sis fi­nal, pero pocas se perdieron defini­tiva­mente y la mayoría sobrevivieron a través de la Edad Media.
¿Cómo se educaban los romanos en tales avances técnicos? La mayoría parece que fue a través de la clásica relación maestro-alumno en talleres y grupos de trabajo. Un maestro, formada a su vez por otro anterior, reclutaba aprendices que iban ascendiendo al rango de oficiales, tal como en los gremios medievales, aunque los términos eran diferentes y variados. Era un conocimiento más práctico que teórico, habiendo sobrevivido pocos tratados, en especial los agríco­las de Catón el Viejo (234-149, De Agricultura), Varrón y Colume­la, porque eran los más preciados en una sociedad básicamente agraria.

La educación especializada en derecho era muy importante, pues éste era un factor funda­mental para la uni­dad y la vida política y social de Roma. Las primeras leyes fue­ron las XII Tablas (451-449 aC), que constituyeron la base del derecho civil entre los ciudadanos romanos de la República y fueron durante casi dos siglos un componente esencial de la educación secundaria y superior.[39] La educación superior se efectuaba en la época republicana en los despachos de los jurisconsultos, los grandes juristas, que tomaban como aprendices a los hijos de los senadores y caballeros.
Eso hizo Cicerón, que estudió leyes con el Pontifex maximus, el famoso Quinto Mucio Scévola (profesor también de Mario el Joven, Sulpicio y Ático, el gran amigo y corresponsal de Cicerón), antes de servir como militar junto Pompeyo Estrabón, el padre del gran Pompeyo. Después, a fin de prepararse en la retórica jurídica, Cicerón partió después a Grecia, donde estudió en Rodas con Apolonio Molon, el mayor orador de tribunales de su tiempo (en 75-74 fue también profesor de Julio César, cuando este tenía ya 25 años, lo que dice mucho de quien enseñó a los dos romanos más elocuentes de su tiempo y de que la enseñanza superior era permanente, incluso para hombres experimentados), y también aprovechó para aprender filosofía con Posidonio de Apamea. A su vuelta Cicerón se convirtió en poco tiempo en el mayor orador y abogado de Roma, ganando cientos de millones de sestercios (mediante donativos y legados, porque la abogacía era teóricamente gratuita).[40] Esta carrera fue sin duda la más famosa y exitosa de su época, pero es representativa de la variedad de recursos educativos que estaban al alcance de las clases altas de la República.
Durante el Imperio el derecho se desa­rrolló hasta llegar al magistral Cor­pus Iuris ordenado por el emperador bizantino Justiniano en el siglo VI, que resume y transmite a la posteridad el gran legado jurídico de Roma. Las fuentes de la ley eran la costumbre, la jurisprudencia de los jurisconsultos, y los edictos del Senado y del Emperador. Se distinguía el derecho público y el privado, regulando el primero las complejas instituciones y el segundo la vida económica y social, siendo una de las grandes conquistas de la civilización romana fue la pro­gresiva extensión del derecho de ciudadanía a toda la pobla­ción, vigente desde edicto del emperador Caracalla en el 212. Una sociedad que vivía tan íntimamente el derecho había necesariamente de contar con una multitud de jurisconsultos, desde plebeyos a libertos e incluso esclavos, para ocupar las muchas plazas de la burocracia de la administración político-ejecutiva y judicial.[41]
Las principales escuelas jurídicas eran privadas y municipales (fueron famosas las griegas, en especial de Atenas), aunque el Estado controló cada vez más los nombramientos de los catedráticos. El método de enseñanza era el casuístico ya comentado, de ejercicios de retórica según los grandes modelos clásicos.[42]

Finalmente, la filosofía se estudiaba a menudo en la misma Roma, a donde acudieron muchos de los mejores filósofos del mundo griego, como el Posidonio que había enseñado a Cicerón en su Grecia natal pero que no pudo resistir las ricas ofertas que le hicieron para acudir a la capital romana. Sin embargo, muchos estudiantes acudían a la Grecia continental e incluso a Alejandría, Antioquía, Rodas y otras localidades más lejanas pero con prestigiosas escuelas filosóficas. El futuro emperador Tiberio, por ejemplo, estudió Filosofía y Retórica en Rodas, en una estancia que recordaba particularmente feliz.

TERCERA PARTE. LOS MEDIOS DE LA EDUCACIÓN ROMANA.3.1. LAS ESCUELAS.
La escuela a menudo se situaba en un pequeño cuarto (taberna, pergula), en una cabaña o en el jardín, según el tiempo y las posibilidades. Las mejores escuelas eran por lo general las públicas, organizadas por los municipios y por ello situadas en edificios públicos, como las stoas y las bibliotecas, y sobre todo en los gimnasios y las palestras, algo lógico porque la instrucción no solo era mental sino también física, en especial en la parte oriental del Imperio.


Escuela romana.

En el aula el maestro tenía una silla (cathedra) o un taburete (sella) y procuraba estar en un lugar más elevado que los alumnos, para controlar el orden de la clase, y no contaba con pizarra y tiza, aunque al parecer se usaba un tablero sobre el que escribía con letras grandes para mostrarlas a los niños, que se sentaban en escaños (subsellia) y ponían sus libros e instrumentos sobre largas mesas para varios alumnos, sin que se conocieran entonces los pupitres.[43] En las paredes se sabe que se pintaban mapas e incluso había mapas portátiles.[44]

3.2. LOS LIBROS.


Ilustración (c. 1900) de un romano leyendo un papiro en una librería.


Relieve de un sabio romano en su estudio-biblioteca.

Los libros eran escasos en las casas, debido a su alto precio, por lo que solo los más ricos gozaban de bibliotecas amplias, pero la mayoría de los miembros de la clase media pudo tener en propiedad algunos libros para su otium litterarium. Además, Roma y muchas ciudades contaban con suficientes bibliotecas de acceso gratuito para que los amantes del saber no tuvieran problemas para acceder a la alta cultura.


Reproducción de un doble rollo de papiro de época romana.

Los libros tenían dos formatos. El más común durante la mayor parte de la historia de Roma fue el rollo de papiro egipcio, que fue sustituido muy lentamente por el pergamino, confeccionado con pieles alisadas de ternera y otros animales, que tenía la desventaja de ser mucho más caro, pero a cambio era mucho más resistente y duradero, por lo que se fue imponiendo a partir del siglo I dC, cuando se desarrolló su forma del codex, un grupo de hojas de pergamino cosidas con un cordel, el precedente del libro actual.[45]


Estatua de romano. Porta un pergamino enrrollado como un papiro. Escultura romana s. I dC. Petworth House Collection (NTPL 141066).

Un buen ejemplo de esta dicotomía es el fresco del ‘panadero’ Terentius Neo o Proculus, en el que una pareja de esposos lleva ambos formatos. Ella sujeta semiabierto en su mano izquierda un codex triptychon, formado por tres tablillas enceradas y ligadas, y en su mano derecha porta un stylus o punzón, mientras que él sujeta un papiro enrollado con su etiqueta en rojo, aunque no nos es posible leer el título.


El fresco del ‘panadero’ Terentius Neo o Proculus. Col. Museo Arqueológico de Nápoles (nº inventario 9058). Foto tomada de Scripta Antiqua.


Detalle de la mujer ‘panadero’ Terentius Neo o Proculus, con el codex abierto. Foto tomada de Scripta Antiqua.

3.3. LOS MEDIOS DE ESCRITURA.


Tablilla romana de cera con punzón de espátula.

Los soportes de escritura eran unas tablas de madera o marfil enceradas (tabulae, cerae), y se juntaban varias tablas mediante un cordón pasado por orificios practicados en el borde (cerae duplices, triplices, etc),  y ese conjunto se llamaba codex, un término que se extendió finalmente a los libros cosidos. Cuando escribían en ellas cartas (epistula, litterae), las ataban con un cordón (linum) y les ponían un sello (signum) con el anillo (anulus). También se escribía en los niveles más altos de enseñanza sobre papito o  pergamino, pero eran más caros.
Los útiles de escritura eran el punzón, el cálamo y el tintero.


Fresco de Pompeya de una mujer joven con punzón y un codex ligado.

El punzón o estilo (stilus) se hacía de madera, hueso, bronce y a veces incluso de marfil.[46] Por un lado era puntiagudo y por el otro acababa en una espátula (stilum verteré: corregir) con la que se alisaba la cera y así quedaba la tablilla lista para volver a escribir.


Tinteros romanos.

El cálamo se hacía con bronce o con una caña cachada en la punta (el antecedente de la pluma) y se utilizaba en la educación secundaria y superior para escribir sobre papiro o pergamino, y la tinta se guardaba en el tintero, generalmente hecho de cerámica (al modo egipcio, a menudo ornado con esmaltes de colores) o madera.

CUARTA PARTE. EL PROGRAMA DE ESTUDIOS.
4.1. LA LECTURA, LA ESCRITURA Y LAS CUENTAS.
En la primera etapa educativa, el niño aprendía con un maestro (magister ludi, litterator y calculator) a leer, escribir y hacer cuentas.


Abaco romano para hacer cuentas.

4.1. LA GRAMÁTICA.
La segunda etapa o secundaria, se desarrollaba en los Progymnásmata y se centraba en el estudio de la Gramática, esto es, a leer y escribir con propiedad el latín y el griego, además de conocer la cultura general. El grammaticus enseñaba a entender y comentar los textos clásicos literarios, porque se pensaba que así los niños aprendían también geografía, historia, física o religión. Solo mucho más tarde, cuando el término grammatica tomó el sentido de estudio de la lengua se perdió su primitivo concepto más general.
En Oriente las principales materias eran Griego, Homero (la Ilíada y la Odisea), Retórica, Filosofía, Música y Deporte. En Occidente se enseñaba además Latín (la Eneida de Virgilio era el texto más utilizado), en detrimento de la Música y el Deporte en época tardía, pues, como cuenta Bowen: ‹‹en los últimos años de la república el latín fue convirtiéndose progresivamente en el principal idioma de la educación››[47] y, en cambio, la instrucción deportiva (que incluía equitación, caza, arco, jabalina, natación, pugilato y carreras) perdió importancia porque su objetivo último era la preparación para la milicia y en esa época final de la República buena parte de la juventud ya no necesitaba luchar tanto porque se había creado un ejército permanente profesional. Así sucedió que Virgilio recordaba con nostalgia los tiempos antiguos en que los jóvenes recibían una intensa educación deportiva.[48]
La Retórica de esta etapa era la introducción para la Retórica más avanzada del tercer nivel. Los alumnos realizaban una serie reglada de ejercicios preparatorios, que comenzaban, por ejemplo, con la prosificación de una fábula en verso.

4.3. LA RETÓRICA.
La tercera etapa se centraba en la asignatura de la Retórica, para formar en la escritura y la oratoria o la elocuencia, tanto la literaria como la jurídica.
Las escuelas superiores en que se trabajaba sobre retórica atendían a tres materias (podríamos decir, el trivium retórico): 
· La teoría sobre la retórica, recogida en las téchnai rhetorikaí, en las que se trabajaba sobre las cinco partes de la retórica, en latín: inuentio, dispositio, elocutio, memoria y pronuntiatio.
· El estudio de textos que servían como modelo, sobre todo  los oradores áticos, los considerados canónicos, con Demóstenes a la cabeza.
· Un ejercicio práctico que consistía en la elaboración de discursos ficticios para diversas circunstancias, los llamados melétai o declamationes, que se tomaban de los repertorios clásicos (Isócrates y Demóstenes notablemente) hasta la época de Alejandro Magno, siendo descartados los más recientes a éste.

QUINTA PARTE. LAS FUENTES SOBRE LA EDUCACIÓN ROMANA.
5.1. LA LITERATURA.
La literatura griega influyó decisivamente en los inicios de la literatura latina. Como sucedía en Grecia (aunque sin llegar a sus extremos), los héroes de Homero se convirtieron en modelos para los jóvenes romanos, lo que explica que Livio Andrónico (c. 284-204) tradujera la Odisea. Se imitaron los géneros griegos en poesía y teatro, lo que explica el gran interés despertado en Roma por estudiar el griego y su literatura.
Finalmente, el latín se convirtió durante el Imperio en la lengua culta de Occidente, unificado mediante la educación, la administración y el comercio; mientras, el griego mantenía su prestigio en Oriente.

La educación en la poesía y la prosa.
Destacaron inicialmente los autores teatrales Plauto, Ennio y Terencio, dentro de lo que podría llamarse el ‘siglo de oro’ del teatro romano, que se inicia con Livio Andrónico (c. 284-204, teatro, traducción de Odisea)[49], Cayo Nevio (270-c. 201, teatro de comedia, poesía)[50], Tito Marcio Plauto (254-184, teatro de comedia),  Quinto Ennio (239-169, teatro, poesía, sátira) y Publio Terencio (204-169, teatro de comedia). Menos conocidos son los poetas (a menudo satíricos) Cayo Nevio (270-c. 201), Accio (c. 170-c. 80) y Cayo Lucilio (c. 148-c 102).
Ya en el siglo final de la República surgió una generación extraordinaria: el prosista Marco Terencio Varrón (116-27 aC), el filósofo y prosista Cicerón (106-43) cuya correspondencia fue canónica, el filósofo y poeta Lucrecio (99-55) y el poeta Cátulo (c. 84-54), que abrió paso a la época clásica del imperio de Augusto, con grandes poetas como Virgilio (70-19), Horacio (65-8) y Ovidio (43-17 dC).  De esta época son escritores menores como Sexto Propercio (50-15), el poeta Alibio Tibulo (c. 48-19 aC), Lucio Vario (fl. 19 aC).
Ya después del imperio augusteo aparecen escritores latinos notables, entre los que destacan los hispanos Séneca, Marcial y Quintiliano[51]. Se inicia con Séneca (4 aC-65), que brilla en teatro y filosofía, Fedro (s. I dC) como traductor de las fábulas de Esopo, el tratadista Columela (s. I dC), el novelista Petronio (20-66), el erudito Plinio el Viejo (23-79) que escribió una inmensa Historia Natural, el poeta satírico Aulo Persio (34-62), Frontino (35-103/104), Lucano (39-65) y los retóricos Quintiliano (39-95)  y Marcial (40-104) que también fue poeta), junto a Publio Estacio (c. 45-96), el satírico Juvenal (60-129), Plinio el Joven (62-113), el cronista Suetonio (c. 70-c. 140), el gran Lucio Apuleyo (c. 124-c. 180), famoso autor de Las metamorfosis, Aulo Gelio (c. 125-c. 180) y el prosista de las Saturnalia, Macrobio (s. IV).

La educación en la filosofía.
La filosofía romana sigue las pautas de la filosofía helenística. La lectura de los libros comprados en Grecia y copiados en Roma, los viajes de los jóvenes estudiantes a las ciudades griegas más famosas por sus escuelas filosóficas, la llegada a la misma Roma de afamados filósofos griegos, abrirá una corriente con varios preclaros filósofos romanos, que forjarán la base conceptual para la futura filosofía medieval.
Destacan el socrático Cicerón (106-43), el epicúreo Lucrecio (99-c. 55), los estoicos Seneca (4 aC-65 dC), Epicteto (55-135) y el emperador Marco Aurelio (121-180), y el neoplatónico Plotino (205-270), cuyas Enneadas se redactaron en griego y en alcanzó un decisivo influjo como profesor durante su larga estancia en Roma.

5.2. LA HISTORIA.
La educación en la historia: los textos de los historiadores.
En la Roma Antigua hay una pléyade de grandes historiadores, la mayoría de los cuales se forman en la gran tradición griega, leen sus fuentes y a menudo incluso escriben una parte de su obra o toda ella en este idioma, pero aun así no dejan de pertenecer a la civilización romana.


Recreación romántica de Julio César dictando sus Comentarios.

Los tres grandes son sin duda Cayo Julio César (100-44 aC), Tito Livio (59 aC-17 dC) y Publio Cornelio Tácito (c. 55-117), que son también maestros del mejor latín literario, y en sus textos encontramos referencias a la educación, tanto la suya como de los grandes prohombres de la historia romana.
Hay otros historiadores muy interesantes, como Polibio (c. 203-c. 120 aC, en griego)[52], Salustio (86 aC-35 aC), Diodoro de Halicarnaso (fallecido 7 aC, en griego), Estrabón (c. 63 aC-c. 24 dC, en griego), Quinto Curcio Rufo (fl. 35 dC), Veleyo Patérculo (c. 19 aC-31 dC), Plinio el Viejo (23/24-79), Flavio Josefo (37-c. 101), Plutarco (c. 46-125), Nicolás (fl. finales s. I, en griego), Cayo Suetonio Tranquilo (c. 69-140), Favorino (h. 80-150, biografías en griego), Apiano (fl. 160, en griego), Pausanias (fl. s. II dC), Dión Casio (c. 150-235), Eusebio de Cesarea (260?-340?), Paulo Orosio (s. IV), Amiano Marcelino (h. 330-d. 392) y Vegecio (s. IV).
Hay una coincidencia general en estos autores en la importancia, para explicar el auge de Roma, de la educación romana en valores como fuerza, energía, ambición, amor por el Estado, austeridad, sacrificio...

5.3. EL ARTE.
Las representaciones artísticas de la educación romana.
El arte romano sigue el modelo griego muy pronto, ya antes incluso de la conquista de la Magna Grecia en el sur de Italia y de la misma Grecia, y se fija ante todo en el estilo helenístico tardío, aunque sin su extraordinaria creatividad estética.
Es un arte funcional, que busca ante todo la utilidad, lo que explica que haya muchas referencias en sus motivos a temas prácticos, entre ellos la educación.
La escultura es realista, destacando en el retrato y el relieve. Tenemos retratos de famosos filósofos, pero no por su condición de maestros. En cambio, en el relieve hay varias representaciones de escuelas.
La pintura, de la que apenas nos quedan unos restos en Pompeya, es fundamentalmente decorativa. A veces encontramos pinturas en las que aparece un pedagogo o un maestro, con sus alumnos.
El mosaico nos ofrece obras de extraordinaria calidad, pero como su función era decorativa de las grandes mansiones esto explica que no haya rastro de representaciones de la vida educativa.

El gran arte romano, tras una época clásica de auge en los siglos I y II, entrará en una grave decadencia en el periodo tardo-romano hasta devenir en arte paleocristiano cuando el cristianismo se apodera de las instituciones. Entonces desaparecen casi del todo las obras que hacen referencia a la educación, pero porque el arte se convierte él mismo en vehículo de educación en el cristianismo de las masas incultas, que aprenden las nociones religiosas a través de las imágenes porque ya no pueden conocer aquellas con la lectura.

BIBLIOGRAFÍA.
Bibliografía general de Historia Antigua.
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Artículos específicos sobre Roma.
Bejarano, Virgilio. El emperador Adriano ante la tradición romana. “Pyrenae”, Barcelona, 11 (1975) 81-98.
Blanco Freijeiro, Antonio. Conferencia: La romanización de España. “Bo­letín Infor­mativo”, Fundación Juan March, Madrid, 179 (IV-1988) 38-42.
Martos, José Ángel. Hipatia, la científica de Alejandría. “Clío. Revista de Historia”, Madrid, v. 6, nº 66 (IV-2007) 74-81.

Bibliografía general de Historia de la Educación.
Bowen, James. Historia de la educación occidental. 1976 (reed. 1985, 1990, 2009). Tomo I. El mundo antiguo: Orienet Próximo y Mediterráneo (2000 a.C. - 1054 d.C.). Trad. de Juan Estruch. Herder. Barcelona. 480 pp. 18 láminas. Tomo II. La civilización de Europa (siglos VI-XVI). 612 pp. 21 láminas. Tomo III. El Occidente Moderno: Europa y el Nuevo Mundo (siglos XVII-XX). 733 pp.

Bibliografía específica de la Educación en la Roma Antigua.
Bonner, Stanley F. Education in Ancient  Rome: from the elder Cato to the younger Pliny. University of California Press. San Francisco. 1977. 404 pp. La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. Trad. de José María Doménech Parde. Herder. Barcelona. 1984. 462 pp. Bibliografía (435-447). Índice alfabético (449-462). Se basa sobre todo en los textos de Quintiliano.
Joyal, Mark; Yardley, J. C.; McDougall, Iain. Greek and Roman Education. A Sourcebook. Routledge. Nueva York. 2008. 300 pp. Con una selección de textos  e imágenes sobre el tema.

Fuentes de Internet.
[www.foreigncredits.com/Articles/cradles-of-education-%E2%80%93-ancient-rome-110.htm] Farrell, Richard. Cradles of Education – Ancient Rome. (15-I-2011).
[history-world.org/history_of_education.htm] The History of Education. Early Civilisations. Texto de Robert Guisepi.
[www.archeoguida.it/007854_infanzia-nel-mondo-greco-romano.html] Los juegos  de la infancia y la representación de los niños.

Conferencias.



Crianza y educación de los niños romanos. Conferencia de Milagros Polo Ipola. Museo Arqueólogico Nacional. 1:24:41. [https://www.youtube.com/watch?v=kqA4zhsUCNw]


PROGRAMACIÓN DIDÁCTICA.
LA EDUCACIÓN EN LA ROMA ANTIGUA.
UBICACIÓN.
ESO, 2º ciclo.
Eje 2. Sociedades históricas y cambio en el tiempo.
Bloque 4. Sociedades históricas.
Núcleo 2. Sociedades prehistóricas, primeras civilizaciones y Antigüedad clá­sica.
En el apartado Sociedad, política, cultura y arte en el mundo clásico: Grecia y Roma.
RELACIÓN CON TEMAS TRANSVERSALES.
Relación con los temas de Educación Moral y Cívica, Educación para la Paz, Educación para la igualdad de los sexos.
TEMPORALIZACIÓN.
Cinco sesiones de una hora.
1ª Documental sobre Roma, seguido de diálogo, como evaluación previa. Exposición del profesor.
2ª Exposición del profesor. Cuestiones.
3ª Exposición del profesor. Cuestiones.
4ª Exposición del profesor, de refuerzo y repaso; comentarios de textos. Cuestiones.
5ª Cuestionario escrito, con diálogo en grupo y respuesta individual.
OBJETIVOS.
Conocer la civilización romana.
Sintetizar la evolución histórica de la civilización romana.
Relacionar las civilizaciones griega y romana entre sí y respecto a la nuestra.
Analizar aspectos sociales y culturales de la Antigüedad.
Valorar las civilizaciones antiguas.
CONTENIDOS.
A) CONCEPTUALES.
La civilización romana, en historia, sociedad, economía y arte, como un todo integrado, a través del tema transversal de la educación.
B) PROCEDIMENTALES.
Tratamiento de la información: realización de esquemas del tema.
Explicación multicausal de los hechos históricos: en comentario de textos.
Indagación e investigación: recogida y análisis de datos en enciclopedias, manuales, monografías, artículos...
C) ACTITUDINALES.
Rigor crítico y curiosidad científica.
Tolerancia y solidaridad.
Interés por las civilizaciones del pasado.
METODOLOGÍA.
Metodología expositiva y participativa activa.
MOTIVACIÓN.
Un documental sobre la civilización romana y diálogo entre los alumnos y con el profesor.
ACTIVIDADES.
A) CON EL GRAN GRUPO.
Exposición por el profesor del tema.
B) EN EQUIPOS DE TRABAJO.
Realización de una línea de tiempo sobre la evolución de la educación.
Realización de un esquema piramidal sobre la estructura temporal de la educación romana, poniendo en la parte baja la educación primaria.
Realización de esquemas de los apartados.
Comentarios de textos sobre la educación en la civilización romana, en especial los textos literarios de Quintiliano, así como hallar textos históricos que hagan alguna referencia a la educación.
C) INDIVIDUALES.
Realización de apuntes esquemáticos sobre la UD.
Participación en las actividades grupales.
Búsqueda de datos en la bibliografía, como deberes fuera de clase.
Contestar cuestiones en cuaderno de trabajo, con diálogo previo en grupo.
RECURSOS.
Presentación digital.
Libro de texto y monografías.
Fotocopias de textos para comentarios.
Cuadernos de apuntes, esquemas...
EVALUACIÓN.
Evaluación continua. Se hará especial hincapié en que se comprenda la relación entre Grecia y Roma, así como en la interrelación de los fenómenos políticos, económicos, sociales y culturales para explica la evolución de la educación romana.
No habrá examen memorístico sino que los alumnos, aprovechando sus materiales escritos, se organizarán en grupos de dos o tres para dialogar y contrastar opiniones, y al mismo tiempo contestarán individualmente un cuestionario con tres partes: cuatro breves cuestiones conceptuales (4 puntos), un comentario de texto (3 puntos) y un comentario de una imagen (3 puntos).
RECUPERACIÓN.
Entrevista con los alumnos con inadecuado progreso.
Realización de actividades de refuerzo: esquemas, comentario de textos...

Antonio Boix Pons, en Palma de Mallorca (15-III-2012).

Este texto es parte de las actividades para un curso de la UNED de Formación del Profesorado 2011-2012, Educacion y sistemas educativos en la Antigüedad, dirigido por el profesor D. Manuel Abad Varela, con la colaboración del profesor D. Juan José Sayas Abengochea.


 [1] Scriptores Historiae Augustae (SHA), Pertinax, 1 y 12, 8. cit. Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 180.
 [2] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 255.
 [3] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 59, con el ejemplo de Catón el Viejo que compraba esclavos, hacía que un maestro les instruyese y los revendía a más alto precio, aunque se quedaba los mejores. Incluso parece que tuvo entre sus negocios una escuela atendida por su esclavo Quilo, no sólo para sus esclavos sino también para los hijos de los vecinos. En la p. 86 cuenta que el precio más alto que se pagó en Roma por un esclavo, llamado Dafne, fue 700.000 sestercios.
 [4] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: cap. X, 157-170, El problema de los locales.
 [5] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: Prefacio, 11.
 [6] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 31-33, sobre el papel preeminente de la madre en la primera educación.
 [7] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 242. Cita de Cicerón, De re publica, II, xix, 34.
 [8] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 238.
 [9] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 239. Un resumen de la educación de Catón el Viejo en Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 18-19, 26 y ss., la presenta como ejemplo de la influencia del pueblo campesino de los sabinos en la formación de los valores romanos de frugalidad y esfuerzo.
 [10] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 241.
 [11] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 242. Cita la comedia Bacchides<.
 [12] Mommsen. El mundo de los césares. 1982: La enseñanza (586-590), La enseñanza del latín (590-592) y La ‘humanitas’ (592).
 [13] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 91, cita de Suetonio, De Gramm. 21, que Augusto nombro al gramático C. Meliso encargado de la biblioteca en el porticus Octaviae. / Roldán; Bláz­quez; Del Castillo. El Imperio Romano. 1989: 398-400.
 [14] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 54.
 [15] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: apartado Los inicios de una política educativa imperial, en 273-276.
      [16]Aymard; Auboyer. Roma y su Imperio. 1980: 603.
 [17] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 281.
 [18] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 284. Bowen sugiere que la decadencia educativa se explica por la previa de la sociedad, sometida al despotismo imperial. / Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 431-433, que achaca el deterioro de la educación a la competencia desatada desde finales de la República por preparar a los alumnos sobre todo y lo más tempranamente posible en la retórica jurídica y política, dejando de lado la formación literaria así como la más generalista.
 [19] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: apartado La tendencia al enciclopedismo en pp. 289-293.
 [20] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: apartado La educación en el bajo imperio en pp. 294-297. El autor refiere en 295-297 el cruel homicidio del maestro Casiano por sus alumnos como ejemplo de esta degradación.
 [21] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 256. El carácter voluntario y flexible, no reglado por la ley, de la educación primaria lo corrobora una cita de Cicerón en De re publica, IV, iii, 3.
 [22] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: cap. XIII, Educación primaria: lectura, escritura y cálculo, pp. 221-249.
 [23] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 68 para la enseñanza de música y danza a la mayoría de los niños.
 [24] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: cap. XII, Los azares de un sistema de pago: nombramientos municipales y estatales, en pp. 196-217.
 [25] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 258-259.
[26] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: en 184-185 trata la cuestión de las edades de los distintos niveles de educación y en 186-188 los horarios y el calendario escolar. / Roldán; Bláz­quez; Del Castillo. El Imperio Romano. 1989: 394.
 [27] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: en 190-195 trata el tema de la severa disciplina.
 [28] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: en 53 da por cierta que la causa del aumento de la enseñanza en el hogar estriba en la degradación de las escuelas al final de la época republicana y en la 145 y ss. explica ejemplos de esa decadencia, aunque también cita en 147-148. la certera opinión de Quintiliano de que la enseñanza individual en casa aislaba del mundo real y la competencia y comparación con otros alumnos, además de ser antieconómica. / Roldán; Bláz­quez; Del Castillo. El Imperio Romano. 1989: 395.
 [29] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: en 182 informa de la coeducación primaria de niños y niñas en escuelas mixtas, pero en 182-184 considera menos probable que se extendiera a la secundaria.
 [30] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: cap. XIV, El programa gramatical (1). Elementos de métrica y partes de la oración, pp. 250-261. Cap. XV, El programa gramatical (2). La corrección oral y escrita, pp. 262-279. Cap. XVI, El estudio de los poetas (1). Lectura en voz alta y recitación, pp. 280-298. Cap. XVII, El estudio de los poetas (2). De la lectura al comentario, pp. 299-327.
 [31] Suetonio. Aug. 64, 2. cit. Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 23. Bonner explica en 46-47 ejemplos de hijas de nobles que también recibieron una educación clásica, como Cornelia, la última y joven esposa de Pompeyo el Grande.
 [32] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 254.
 [33] En la comedia Heuatontimorumenos de Terencio el personaje Cremes recuerda a su hijo que los padres deben dar poco dinero a los hijos para evitarles vicios. cit. Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 36.
 [34] Séneca. De Ben. III, 38, 2. cit. Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 21.
 [35] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 251.
 [36] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: dedica el cap. VIII a El estudiante de Roma en un país lejano, 126-134.
 [37] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 100-104.
 [38] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 244-246.
 [39] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 237.
 [40] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: dedica el cap. VII a Cicerón y el ideal de la educación oratoria, 107-125.
 [41] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 269-270. Roldán; Bláz­quez; Del Castillo. El Imperio Romano. 1989: 397.
 [42] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: Cap. XVIII, El progreso hacia la retórica: los ejercicios preliminares, pp. 328-360. Cap. XIX, Las declamaciones sobre temas históricos, pp. 361-374. Cap. XX, Aprendiendo el arte del abogado, pp. 375-401. Cap. XXI, La declamación como preparación para los tribunales, pp. 402-425.
 [43] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: el mobiliario en 171-172 y 175 del cap. XI, Equipamiento, organización, disciplina.
 [44] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 176-178.
 [45] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 267-268. / Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 172-173.
 [46] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 258. / Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 173-175.
 [47] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: 253.
 [48] Virgilio. Aen. VII, 162 ss., IX, 603 ss. cit. Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 24.
 [49] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 38-40, sobre su labor como preceptor griego en Roma.
 [50] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 39-40, sobre su labor como preceptor ‘medio-griego (era de origen itálico-griego)  en Roma.
 [51] Bowen. Historia de la educación occidental. 1976: apartado Quintiliano: la educación del orador en pp. 276-280.
 [52] Bonner.  La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven. 1984: 42, sobre su obligada partida a Roma y su amistad con los Escipiones.