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martes, 31 de mayo de 2011

OP UD 47. La Primera Guerra Mundial y las relaciones internacionales en el periodo de entreguerras. La Crisis de 1929.

OP UD 47. LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS. LA CRISIS DE 1929.

INTRODUCCIÓN.

1. PRIMERA GUERRA MUNDIAL.
1.1. CAUSAS DE LA GUERRA.
Las causas remotas.
Las causas próximas.
1.2. ESTALLIDO DE LA GUERRA.
El atentado de Sarajevo.
La declaración de guerra.
1.3. ESTADOS CONTENDIENTES Y ESTADOS NEUTRALES.
Las Potencias Centrales.
Los aliados de la Entente.
Las potencias neutrales: Japón y EE UU.
1.4. DESARROLLO DE LAS OPERACIONES.
La guerra de movimientos.
La guerra de trincheras.
Las grandes batallas de desgaste.
Las ofensivas del frente oriental.
Problemas sociales y económicos de la guerra.
Las nuevas armas, los inventos.
La búsqueda de alianzas.
La guerra fuera de Europa.
El bloqueo marítimo.
Desmoralización de la población.
1.5. HACIA EL FINAL DE LA GUERRA.
La crisis de 1917 en Rusia y la paz de Brest-Litovsk (1918).
Intervención de EE UU.
La gran ofensiva alemana y el posterior desmoronamiento alemán.
Hundimiento austriaco, búlgaro y turco.
1.6. UNA NUEVA ORDENACIÓN DEL MUNDO.
Los Tratados de paz.
Los desastres de la guerra.
La Sociedad de Naciones.

2. LA POLITICA DE ENTREGUERRAS EN LOS AÑOS 20.

3. LA CRISIS DE 1929.
3.1. CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL.
3.2. DE LA GUERRA A LA CRISIS (1919-1929).
3.3. EL CRACK DEL 29.
3.4. DIFUSIÓN DE LA CRISIS.
3.5. RESPUESTAS A LA CRISIS.
La política económica de Keynes.
El New Deal de Roosevelt.
Otras respuestas.
3.6. CONSECUENCIAS DE LA CRISIS.
La crisis social.
La crisis del sistema liberal.
Los frentes populares.

4. HACIA LA II GUERRA MUNDIAL.
Las causas remotas.
Las causas próximas.

INTRODUCCIÓN.
La UD es compleja porque explica cuatro grandes temas de un periodo fundamental en la historia del siglo XX: la I Guerra Mundial como el primer gran conflicto contemporáneo a escala mundial, el difícil periodo de entreguerras, la Gran Depresión iniciada en 1929 y los antecedentes de la II Guerra Mundial.
La UD pretende dar una explicación sucinta, sin dar explicaciones menudas sobre algunos puntos muy importantes, debido a que lo impide la vastedad de los temas. Así, la política interna de la URSS, Alemania e Italia quedan para los temas del comunismo y del fascismo-nazismo.

1. PRIMERA GUERRA MUNDIAL.
1.1. CAUSAS DE LA GUERRA.


Se distinguen dos grupos de causas: remotas y próximas.

Las causas remotas.
- La rivalidad económica y naval entre Alemania y el Reino Unido en el ámbito mundial.
- La hegemonía militar de Alemania en Europa continental.
- Las actividades de los pangermanistas (Deutschland über alles) que exigían un inmenso espacio vital (lebensraum) que se extendiera desde la Mittel Europa hasta el Cáucaso, expulsando a los eslavos hacia el resto de Rusia; así como una política más agresiva en Africa Central (Mittel Afrika) para anexionarse el Congo (y si era posible Angola y Mozambique) con el objetivo de conseguir materias primas y la conexión directa entre el Atlántico y el Índico a través de Camerún y Tanganika.



- La política de los “revanchistas” franceses que exigían la devolución de Alsacia-Lorena; se combinada con la preocupación del gobierno francés de mantener la alianza rusa.
- Las pretensiones rusas sobre los “Estrechos” turcos del Bósforo y los Dardanelos para así alcanzar el Mediterráneo.


Las alianzas militares en Europa en 1914.

Las causas próximas.
- La política agresiva de Austria-Hungría en los Balcanes para extender su supremacía hasta Grecia.
- La ruptura del equilibrio en los Balcanes en las dos guerras entre los países balcánicas en 1912-1913.
- La continua e insoportable alarma de la “paz armada” entre las Grandes Potencias.
- El deseo de Alemania y Austria-Hungría de resolver la situación mediante la prueba de fuerza (Kraftprobe) de una guerra preventiva.
- El asesinato del príncipe heredero del trono austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, por un terrorista serbio (28-VI-1914) en Sarajevo (Bosnia), que proporcionó un pretexto a los austrohúngaros para atacar.

1.2. ESTALLIDO DE LA GUERRA.
El atentado de Sarajevo.
La causa directa más inmediata estuvo en el “avispero de los Balcanes”. El príncipe heredero del trono austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, un reformista liberal que pretendía refundar el Imperio dando soberanía a los pueblos checo, croata, rumano y tal vez otros, en pie de igualdad con los austriacos y húngaros, fue asesinado (28-VI-1914) en Sarajevo, capital de la Bosnia ocupada por Austria-Hungría, por un terrorista serbio que pretendía que el territorio se integrara en la Gran Serbia.
En el mes de julio el gobierno de Viena acusó al serbio de Belgrado de proteger y fomentar los movimientos nacionalistas que habían perpetrado el crimen y al mismo tiempo decidió aprovechar la crisis para aniquilar el poder militar serbio y su creciente amenaza nacionalista sobre los pueblos eslavos del Imperio.
En este conflicto la gran potencia eslava y ortodoxa, Rusia, apoyaba a Serbia, mientras que Austria-Hungría contaba con la ayuda de Alemania, y con su apoyo envió un ultimátum con unas condiciones muy duras (disolución de los grupos ultranacionalistas y concesión de un control militar austriaco) que no fueron aceptadas por Serbia y Rusia.
Además, Rusia estaba integrada en la Triple Entente con Francia y Reino Unido, mientras que Alemania y Austria-Hungría formaban con Italia la Triple Alianza, las dos grandes coaliciones político-militares hasta 1914.

La declaración de guerra.
Los ejércitos respectivos fueron movilizados. La fuerza de los nacionalismos y la solidez de las alianzas mutuas en los Balcanes provocaron que nadie pudiera echarse atrás. Francia y Reino Unido no querían ir a la guerra por Serbia, pero no podían permitir que Rusia fuera vencida, porque una Alemania vencedora y sin contrapeso oriental sería después un terrible enemigo para ellas.
Entre el 28 de julio y el 4 de agosto las grandes potencias de la Triple Entente y la Triple Alianza se declararon la guerra. El 3 de agosto Alemania declaró la guerra a Francia y de inmediato invadió Bélgica para atacar por un lado imprevisto. De momento, Italia se mantuvo al margen y no apoyó a Alemania y Austria-Hungría, dudando sobre qué bando ganaría. Sólo algunos dirigentes socialistas (Jaurés, Lenin) intentaron convencer a los sindicatos y los partidos de la II Internacional que aquella no era la guerra de los obreros, pero el espíritu nacionalista fue más fuerte.



1.3. ESTADOS CONTENDIENTES Y ESTADOS NEUTRALES.
Las Potencias Centrales.
Alemania y Austria-Hungría, las llamadas potencias centrales, se unieron desde el principio y llevaron el principal peso de la guerra. Contaban con la ventaja de tener una unidad de comunicaciones y poderosos ejércitos terrestres, sobre todo el alemán.
Más tarde, Turquía (XI-1914) y Bulgaria (X-1915) se juntaron a las potencias centrales, aunque su participación fue secundaria.

Los aliados de la Entente.
La Entente la compusieron desde el principio los aliados Reino Unido, Francia, Rusia y dos potencias menores, Bélgica (debido a que Alemania había vulnerado su neutralidad) y Serbia.
En los años siguientes otros países entraron en la guerra al lado de los aliados. Italia, neutral al principio pese a pertenecer a la Triple Alianza, rechazó apoyar a las Potencias Centrales sino que se cambió de bando y participó desde 1915 junto a los aliados. También se alinearon con la Entente sucesivamente Rumanía, Montenegro, Grecia y Portugal en Europa.


En naranja las Potencias Centrales, en verde los Aliados y en añil los neutrales.

Las potencias neutrales: Japón y EE UU.
Los Estados neutrales fueron muchos en Europa: España, Suiza, Holanda, Dinamarca, Noruega y Suecia. Pero en dos casos la neutralidad fue conculcada: Bélgica (desde el principio) y Grecia (1917).
La mayoría de los países latinoamericanos se mantuvieron neutrales hasta 1917, cuando la presión norteamericana les llevó a alinearse con la Entente.
En Asia se mantuvieron neutrales China, Tailandia y Afganistán, mientras que Persia estuvo a punto de apoyar a las Potencias Centrales pero fue ocupada preventivamente por los rusos y británicos.
Japón, aliada histórica de Reino Unido, intervino pronto contra Alemania y ocupó sus colonias de Tsing-tao (China) y las islas de Micronesia.
EE UU fue neutral al principio porque sus simpatías con los aliados eran moderadas por la numerosa población de procedencia alemana, pero comenzó progresivamente a ayudar con capitales y armas a los aliados, sus principales clientes en la época de extraordinaria prosperidad que comenzó entonces. También consternó a la opinión pública la campaña submarina alemana y en especial el hundimiento del barco estadounidense Lusitania en 1915. Finalmente, el presidente Wilson ordenó la intervención en 1917, que resultó decisiva a favor de los aliados.

1.4. DESARROLLO DE LAS OPERACIONES.

Resultado de imagen de la primera guerra mundial mapas

Mapa de evolución del conflicto en Europa entre 1914-1918.

La guerra de movimientos.
Alemania, que contaba con el ejército más potente, luchó en dos frentes: contra Francia en el Oeste y Rusia en el Este. Contando con que los rusos tardarían en movilizar sus ejércitos, el alto mando alemán decidió concentrar sus fuerzas contra Francia, vencerla primero y trasladar luego sus tropas al este.
Desde el primer momento los alemanes, que atravesaron Bélgica en un movimiento envolvente, empujaron al ejército francés hacia el sur y su victoria llegó a parecer inminente. Pero a finales de agosto los rusos, aunque no preparados del todo, invadieron Prusia. Fue necesario sacar urgentemente tropas de Francia y mandarlas al frente ruso, donde los generales Hindenburg y Ludendorf consiguieron grandes victorias en las batallas de Tannnenberg y Lagos Masurianos. Pero los alemanes ya no tuvieron fuerzas suficientes para derrotar del todo a los franceses, que les contuvieron en la batalla del Marne (6-11 de septiembre). Ambos contendientes avanzaron entonces para dominar los puertos del Canal de la Mancha, por donde llegaban los refuerzos británicos.
El frente occidental se estabilizó en diciembre de 1914: desde el Mar del Norte a Suiza se extendía un frente continuo formado con líneas paralelas de trincheras.
En el frente balcánico, Serbia y Montenegro, tras una larga resistencia, fueron ocupados por las Potencias Centrales, lo que aseguró su predominio durante el resto de la guerra en los Balcanes y precipitó la incorporación de Bulgaria y Turquía a su bando.



La guerra de trincheras.







La nueva fase de la guerra de trincheras resultó ser una terrible forma bélica a la que no estaban acostumbrados los militares. Los soldados se amontonaban en zanjas estrechas, llenas de barro por las lluvias, protegidas por alambradas, apenas separadas de las enemigas. Los generales pretendían vencer efectuando asaltos frontales y abriendo brechas entre las trincheras enemigas. Para ello se bombardeaba furiosamente y durante mucho tiempo un sector del frente y luego se lanzaban al asalto sucesivas oleadas de soldados de infantería. Pero el enemigo contestaba con su propia artillería o con las ametralladoras y se producían matanzas horrorosas para apenas avanzar unos pocos kilómetros.


Las grandes batallas de desgaste.
Las batallas de desgaste tuvieron sus grandes escenarios en la ofensiva alemana en Verdún entre febrero y julio de 1916 y la ofensiva aliada del Somme entre junio y noviembre de 1916. Fueron las más importantes de la guerra por la enorme suma de bajas de ambos contendientes, pese a que ambas acabaron en un equilibrio sin apenas ganancias territoriales.

Las ofensivas del frente oriental.


Entre las ofensivas del frente oriental a partir de 1915, que no podía ser por su amplitud una guerra de trincheras sino de movimientos, destacan las de los alemanes en Polonia (1915), que permitieron ocupar la región occidental del Vístula; y, por el contrario, las ofensivas de los rusos de Brusilov en 1916 y la ordenada por Kerenski en 1917, que al principio hundieron a los austrohúngaros en el sector sur del frente pero que terminaron en duras derrotas ante la intervención alemana, y además la conquista de la mayor parte de Rumanía por las Potencias Centrales (1916).

Problemas sociales y económicos de la guerra.
Se plantearon problemas nuevos, como la industrialización y financiación de la guerra. Los Estados planificaron e intervinieron las economías para concentrar todos los esfuerzos en la producción de armamento, alimentos y material de uso bélico. Los empréstitos, tanto interiores como exteriores, financiaron la costosa guerra. Los imperios coloniales de los aliados fueron aprovechados para financiar, suministrar y reclutar tropas.

Las nuevas armas, los inventos.



Se desarrollaron nuevas armas: una artillería más potente, aviación, tanques, submarinos y armas químicas. Pero la más decisiva fue tal vez la alambrada de espino de acero, que paralizaba los avances de la infantería.



La búsqueda de alianzas.
La necesidad de superar por los flancos al enemigo incitó a ambos bandos a incorporar más países, Mientras las potencias centrales conseguían el apoyo apenas de Turquía y Bulgaria, los aliados recibieron un apoyo más amplio: Italia, Portugal, Rumanía y, finalmente, el decisivo de los EE UU.

La guerra fuera de Europa.
Alemania perdió en los primeros meses sus colonias en China y Oceanía a manos de Japón con escasa lucha, mientras que sus colonias africanas de Togo, Camerún y Namibia cayeron en manos de franceses y británicos, salvo en Tanganika, donde el general Lettow-Vorbeck resistió gracias a una audaz lucha de guerrillas hasta el final de la guerra.

El bloqueo marítimo.
Los Aliados bloquearon por mar a Alemania para privarla de alimentos y materias primas. Alemania respondió con la guerra submarina, para bloquear a sus enemigos, hundiendo gran cantidad de buques aliados e incluso neutrales, lo que fue un factor importante para llevar a EE UU a decantarse por la intervención.
Sólo hubo una batalla naval importante, la de Jutlandia en el Mar del Norte, que acabó en empate, sin que los alemanes pudiesen romper el bloqueo naval aliado.

Desmoralización de la población.
Tanto las tropas como la población civil en la retaguardia sufrieron una grave y rápida pérdida de moral de lucha, debido a las terribles pérdidas humanas y a los enormes costos materiales. Las huelgas de los trabajadores y las deserciones de los soldados fueron combatidas con la propaganda nacionalista y la represión.

1.5. HACIA EL FINAL DE LA GUERRA.
La crisis de 1917 en Rusia y la paz de Brest-Litovsk (1918).
La descomposición de la sociedad y el ejército en Rusia culminó en la Revolución Rusa de febrero de 1917. Al principio el gobierno “burgués” de Kerenski prosiguió la guerra e incluso lanzó una ofensiva, pero las derrotas que siguieron fueron tan terribles que se precipitó la Revolución de Octubre ese mismo año, que puso el poder en manos de los bolcheviques, partidarios de acabar la guerra. La paz de Brest-Litovsk (1918) finalizó la guerra entre las Potencias Centrales y Rusia, que perdió los países bálticos, Finlandia, Polonia y Ucrania, ocupadas por el enemigo.
Inmediatamente los rumanos tuvieron que rendir sus posiciones y en mayo quedaba liquidado el frente oriental, pudiendo los alemanes trasladar entonces importantes fuerzas al frente occidental, justo cuando los norteamericanos llegaban.

Intervención de EE UU.
La intervención de EE UU fue decisiva para inclinar la guerra del bando de los aliados. El hundimiento del Lusitania en mayo de 1915 y de otros barcos a continuación fue un importante factor que explica el cambio de la opinión pública, pero más aun pesaban las deudas de los Aliados, tan fuertes hacia 1917 que no se podía permitir su derrota si se quería recuperar la inversión. Por fin, EE UU declaró la guerra a Alemania (6-IV-1917) y envió a Europa en el año siguiente hasta 2 millones de soldados, superando abrumadoramente en número a los refuerzos que habían podido enviar los alemanes desde el Este.

La gran ofensiva alemana y el posterior desmoronamiento alemán.
En el verano de 1918, Alemania lanzó, bajo el mando de los generales Hindenburg y Ludendorf (exitosos comandantes del frente oriental), la última gran ofensiva en el frente del Oeste, planificada para antes de la llegada de los refuerzos norteamericanos, pero fueron contenidos ante París en la segunda batalla del Marne.
A mediados del verano los aliados, ya con los refuerzos de EE UU, comenzaron su ofensiva y echaron atrás a los alemanes. En octubre la situación en Alemania era ya desesperada: la retirada del ejército, los motines en la flota, las huelgas y las manifestaciones en la retaguardia. El alto mando militar alemán prefirió negociar una paz antes de que entraran en Alemania los aliados, mientras que estos deseaban un pronto final de la guerra para acabar con la carnicería y aislar enseguida a la Rusia comunista.
A principios de noviembre estalló una verdadera revolución popular en Alemania, formándose numerosos consejos (según el exitoso modelo ruso) de obreros y soldados en las ciudades, el gobierno dimitió, los soldados y marinos se negaron a seguir luchando. El canciller, príncipe Maximilian de Baden, un pacifista nombrado para negociar la paz, dimitió (9-XI)) y le sucedió el socialdemócrata Ebert, con el fin de parar la revolución, al tiempo que el emperador Guillermo II abdicó y huyó a Holanda, y se proclamó la República. El armisticio de rendición alemana se firmó el 11 de noviembre.

Hundimiento austriaco, búlgaro y turco.
Austria-Hungría cayó ante la ofensiva conjunta aliada, desde el norte de Italia (24-X) y desde Grecia. A finales de octubre la revolución en todos los países del Imperio austro-húngaro lo deshace irreversiblemente y el emperador Carlos de Habsburgo, tras el fracaso de su intento federalista de austriacos, húngaros y eslavos, abandonó el país.
Bulgaria, a su vez, se hundió en septiembre ante el ataque de los ejércitos aliados desde Grecia.



Turquía, por su parte, no pudo resistir el doble ataque británico desde Egipto, Iraq y Arabia, en el que alcanzó fama mundial el coronel Lawrence (llamado Lawrence de Arabia).

1.6. UNA NUEVA ORDENACIÓN DEL MUNDO.


Mapas políticos de comparación de Europa en 1914 y 1919.


Mapa de cambios territoriales en Europa.

Los Tratados de paz.
Se firmaron en 1919 una sucesión de tratados, los más importantes de los cuales se firmaron en París: Versalles (los Aliados con Alemania), Saint Germain (Austria), Trianon (Hungría), Neuilly (Bulgaria) y Sèvres (Turquía).
Las fronteras fueron modificadas de acuerdo a los principios generales de autodeterminación de los pueblos nacionales, lo que no contó para Alemania y Austria. La primera devolvió a Francia Alsacia y Lorena, mientras que Dinamarca añadió unos territorios en Jutlandia y Bélgica ganaba unas localidades, y la región renana del Sarre era declarada Estado autónomo, con la previsión de un futuro plebiscito para decidir si se incorporaba a Francia (el Sarre votó finalmente a favor de Alemania).
En los Balcanes, Rumanía ganó territorios a Austria-Hungría (Transilvania), Rusia (Besarabia) y Bulgaria (una parte de la Dobrudja); Grecia se extendió por la costa del sur de Bulgaria y temporalmente en la región de Esmirna al oeste de Turquía, hasta que una guerra greco-turca posterior en 1919-1922 fijó las actuales fronteras (el conflicto fue especialmente cruel para los civiles, pues ambos bandos cometieron genocidio).
La disgregación de los cuatro grandes imperios de Alemania, Austria-Hungría, Rusia y Turquía conllevó la aparición en Europa de nuevos Estados (algunos de los cuales nunca habían sido independientes): Finlandia, Lituania, Letonia, Estonia, Polonia, Austria, Hungría, Checoslovaquia (las actuales República Checa y Eslovaquia) y finalmente Yugoslavia, que se formó con la integración de los independientes Serbia y Montenegro e incluyó las zonas eslavas tomadas a los austro-húngaros de Bosnia-Herzegovina, Croacia y Eslovenia.
Italia a su vez ocupó el Trentino y Trieste, tomadas a Austria-Hungría, magro fruto para sus muchos sacrificios.


Bulgaria perdió algunos territorios limítrofes a favor de Grecia, Serbia y Rumanía.
El Imperio Turco se dividió entre una Turquía reducida y en parte ocupada por los aliados, que estuvieron a punto de dividirse todo el país pero que finalmente se retiraron en 1922, y unos territorios bajo mandato francés (Siria, Líbano) y británico (Palestina, Irak).
Alemania perdió sus colonias a manos de Reino Unido, Francia, Bélgica y Japón, en forma de mandatos de la Sociedad de Naciones (en realidad de las potencias aliadas), que debían preparar posteriormente la independencia.


Mapa de las colonias alemanas perdidas en Oceanía, a manos de Japón y Reino Unido, desde las Marianas hasta Nueva Guinea.

El gran derrotado, Alemania, debió aceptar su culpabilidad, pagar una enorme indemnización por reparaciones de guerra, reducir al mínimo su flota y su ejército, sufrir la ocupación de la región de Renania y perder territorios en casi todos las fronteras, sobre todo las regiones de Alsacia y Lorena para Francia, parte de Pomerania (con el corredor de Danzig) para Polonia, y zonas pequeñas a Bélgica y Dinamarca.
Alemania ni siquiera pudo compensarlo con la unión con Austria (cuya población lo deseaba) y vio como varias poblaciones alemanas quedaban en Polonia. Estas duras condiciones la humillaron profundamente y fomentaron un nacionalismo revanchista. Muchos alemanes creyeron haber sido traicionados por los socialistas y anarquistas, pues la propaganda hasta el último día les había hecho creer que estaban ganando la guerra y además los aliados nunca invadieron su país, y de repente se encontraban vencidos y en parte ocupados. Esta idea de la traición comenzó a fraguar ideológicamente el futuro ascenso del nazismo.
Austria-Hungría desapareció, sustituida por varios Estados. Austria se redujo a la zona de población alemana desde Viena hasta el Tirol, pero grandes contingentes de población alemana quedaron repartidos entre los Estados de Checoslovaquia (zona de los Sudetes), Hungría y Rumanía.


Mapa de Europa tras los Tratados de París en 1919.

Los desastres de la guerra.
La guerra provocó casi 8,5 millones de muertos y 20 millones de heridos, y favoreció decisivamente debido a las penurias de la población la expansión de la epidemia llamada de la “gripe española” de 1918-1919, que mató cerca de 50 millones de personas. Ninguna guerra anterior había sido tan sangrienta. Su repercusión en la demografía y en la economía de los países fue muy importante porque eran hombres jóvenes.
Fueron inmensas las destrucciones materiales. Las tierras del Norte de Francia, principal escenario de la guerra, quedaron destruidas; se hundieron 13 millones de toneladas de barcos; e incontables fábricas fueron arrasadas.
El endeudamiento devino enorme. Hubo que aumentar los impuestos y dedicar la mayor parte de los presupuestos a la guerra. Los bancos ingleses, que habían hecho grandes préstamos a sus aliados al principio de la guerra, al acabar esta debían a los EE UU unos 10.000 millones de dólares.
La industria europea se había concentrado en el armamento y había abandonado los mercados coloniales, China y América. EE UU y Japón, más otros países como España, ocuparon su lugar proveyendo su demanda.
Las consecuencias sociales también fueron terribles: amargura, desesperación, cambios en la mentalidad colectiva, emergencia de nuevos nacionalismos... El escritor austrohúngaro Zweig escribió: ‹‹tal vez nada demuestra de modo más palpable la terrible caída que sufrió el mundo a partir de la I Guerra Mundial como la limitación de movimientos del hombre y la reducción de su derecho a la libertad. Antes de 1914 la Tierra era de todos. Todo el mundo iba a donde quería. No existían permisos ni autorizaciones. La gente subía y bajaba de los trenes y de los barcos sin preguntar ni ser preguntada. No existían salvoconductos, ni visados ni ninguno de esos fastidios. Fue después de la guerra cuando el nacionalsocialismo comenzó a transformar el mundo, y el primer fenómeno visible de esta epidemia fue la xenofobia: el odio, o por lo menos el temor al extraño. En todas partes la gente se defendía de los extranjeros, en todas partes los excluía. ›› [Stefan Zweig. El mundo de ayer. Memorias de un europeo. El Acantilado. Madrid.]

La Sociedad de Naciones.
Uno de los 14 Puntos del presidente Wilson proponía el establecimiento de una Sociedad de Naciones, que tendría como finalidad asegurar la paz, garantizar la independencia política y territorial de los Estados y programar el desarme general. Estableció su residencia en la ciudad suiza de Ginebra. 
Tenía pocas posibilidades de resultar efectiva porque, desde el primer momento, no formaron parte de ella dos naciones muy importantes: EE UU, porque el Senado no aprobó la política exterior del presidente Wilson y volvió el aislacionismo tradicional, y la URSS.

2. LA POLITICA DE ENTREGUERRAS EN LOS AÑOS 20.
Dos países, Alemania e Italia, quedaron muy defraudados y se encontraron años después luchando en el mismo bando.
En Alemania espolearon el revanchismo la idea de que los militares no habían sido derrotados sino traicionados por los políticos que habían firmado la paz, la ocupación de Renania y las enormes indemnizaciones. La República de Weimar, tras una calamitosa crisis económica a principios de los años 20, sufriendo una meteórica inflación, logró estabilizar económicamente el país entre 1925 y 1929, pero la situación política interna era muy inestable, por la falta de un consenso entre las izquierdas y las derechas, y por el ascenso del nazismo.
Italia consideró que no había conseguido un premio suficiente para compensar las graves pérdidas humanas y materiales sufridas.
Rusia (posteriormente llamada URSS) permaneció aislada tras la guerra civil, hasta que firmó un acuerdo con Alemania en Rapallo (1921).
Turquía consiguió asegurarse, bajo el mando del general y dictador Kemal Ataturk, la independencia e integridad territorial en lucha contra los griegos en 1919-1922.
Japón consiguió la hegemonía en el Pacífico Occidental.
EE UU accedió al rango de gran potencia y en los años siguientes adoptó una política de neutralidad, aunque vigilando que no surgieran grandes potencias amenazantes, de lo que es un ejemplo el Tratado de Washington por el que se mantenía el statu quo en el Pacífico y se limitaban las flotas armadas.
Reino Unido y Francia decayeron en el rango de grandes potencias económicas debido al empobrecimiento padecido, pero mantuvieron su poder político, militar y colonial, y hacia mediados de los años 20 también lograron rehabilitarse económicamente en cifras absolutas, aunque ya jamás relativas.
Las potencias occidentales intentaron solucionar con una serie de conferencias y tratados en los años 20 los problemas del pago de la deuda alemana, la desmilitarización de este país, los acuerdos de desarme y statu quo, los problemas de Turquía, los movimientos anticolonialistas del Tercer Mundo, el aislamiento de la URSS... Durante un decenio funcionó bien el sistema de acuerdos, favorecido por la Sociedad de Naciones, pero la crisis del 29 alteró decisivamente la situación, enconando los conflictos y abriendo la larga crisis de los años 30 que iba a desencadenar la II Guerra Mundial.

3. LA CRISIS DE 1929.
3.1. CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL.
Reino Unido y Francia estaban tan agotados y endeudados que perdieron la hegemonía mundial anterior a manos de EE UU, la nueva gran potencia, aunque pronto volviera al aislacionismo, para disfrutar de los “felices años 20”. La guerra había enriquecido a EE UU, que había acumulado la mitad de las reservas de oro del mundo. Los Aliados le debían más de 10.000 millones de dólares y había invadido con sus productos los mercados mundiales antes pertenecientes a los países europeos.

3.2. DE LA GUERRA A LA CRISIS (1919-1929).
La crisis económica de la posguerra en Europa fue muy dura respecto a la leve caída en EE UU por la caída de la demanda bélica, pero hacia 1925 se había superado por completo.
En general, entre 1921 y 1929, los “felices años veinte”, hubo una etapa de prosperidad económica extraordinaria, basada en el consumismo provocado por la renovada confianza de la población, la publicidad, el aumento de la demanda de nuevos productos (automóviles, electrodomésticos) o viviendas, y la mecanización que suplía la menor mano de obra (muerta en la guerra).
La liberación de la mujer ganada con su esfuerzo bélico en la guerra se reflejó en el derecho de voto, en la moda más libre, en su apariencia distinta (el cuerpo podía mostrarse en parte y debía ser más estilizado), en su participación en muchos empleos y en el ocio público, en el cambio de su estatus social y familiar según el ejemplo de las grandes estrellas del cine...
Se crearon grandes “trusts” empresariales, con multitud de fábricas y obreros, con nuevos sistemas de producción (taylorismo, producción en cadena), con beneficios tan grandes que sus acciones subieron como la espuma.
Los EE UU fueron gobernados por tres presidentes republicanos (1920-1932) partidarios de un retorno a los valores tradicionales, del aislamiento internacional y del proteccionismo comercial. En este clima de recelo hacia lo extranjero y de moralización de costumbres, hay que situar las medidas de restricción a la inmigración con el establecimiento en 1921 de cupos que limitaban el número de inmigrantes a 162.000 al año (antes ya se habían aplicado a chinos y japoneses). Los inmigrantes italianos, polacos o mexicanos se concentraban en barrios propios (guetos) manteniendo su identidad. Se recrudecía el racismo con el movimiento del Ku Klux Klan. Se aprobaba la Ley Seca, que prohibía la importación, destilación y comercialización de bebidas alcohólicas, lo que redujo el número de consumidores pero sentó las bases para la expansión de la Mafia en el mercado clandestino del alcohol, un ejemplo pertinente de lo que ocurrió luego con la prohibición del narcotráfico de drogas más duras.
Era una prosperidad con bases débiles. La agricultura producía demasiados alimentos y materias primas, por lo que los precios bajaron y muchos agricultores se arruinaron y perdieron sus tierras: en EE UU hasta 1,5 millones de campesinos emigraron a las ciudades en los años 20. La industria también entró en una espiral de sobreproducción de productos que se vendían en gran parte a crédito, y se reunieron inmensos stocks. Una caída de la confianza y de la liquidez podía hundir en cualquiera momento a este sistema.
Pero en vez de moderarse el crecimiento, desde el verano de 1928 la Bolsa experimentó una enorme subida de las cotizaciones porque se pedían créditos para comprar acciones y los bancos los concedían sin reparos, lo que alimentaba la burbuja. Al mismo tiempo las especulaciones inmobiliarias subían de valor de día en día.

3.3. EL CRACK DEL 29.

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Wall Street al comenzar las peores noticias.

Las crisis económicas del capitalismo habían sido aceptadas desde el siglo XIX como elementos inherentes al propio sistema, de tal manera que se consideraba normal que a una fase alcista siguiese una recesiva, hasta que el sistema alcanzaba un punto de equilibrio y reanudaba su crecimiento, pero la crisis de 1929 fue distinta. Su profundidad, universalidad y consecuencias la catalogan como la más dura que haya sufrido el capitalismo.

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Se inició en octubre de 1929 cuando se advirtió finalmente por la mayoría de los agentes económicos que no se podía consumir todo lo que la industria producía y seguir manteniendo la expansión. Cuando los inversores lo comprendieron y quisieron recuperar la liquidez de sus acciones para pagar los créditos que habían pedido para la compra de esas mismas acciones, el “jueves negro” del 24 de octubre, la Bolsa de Nueva York se desplomó al salir al mercado 13 millones de acciones. Los bancos decidieron comprar inicialmente las acciones para parar el proceso, pero la caída inicial se convirtió en derrumbe e histeria vendedora el martes 29 de octubre, con un desplome que sólo se frenó en 1932. Los bancos no tuvieron liquidez para sostener la Bolsa y pagar a quienes retiraban sus fondos, y los especuladores no pagaron sus créditos al perder valor las acciones. Los precios industriales y agrícolas, de las viviendas hipotecadas, se hundieron. Nadie compraba productos que no fueran de primera necesidad. Cerraron multitud de fábricas, quebraron infinidad de bancos, los comerciantes se arruinaron con las tiendas llenas de productos invendibles que empero debían pagar a los fabricantes.

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3.4. DIFUSIÓN DE LA CRISIS.
La crisis financiera norteamericana se extendió a Europa al volver los capitales norteamericanos a su país. Los bancos europeos entraron en dificultades, comenzando por Austria y Alemania, que dependían de EE UU para poder tener liquidez. La caída del mercado norteamericano arruinó a muchas empresas exportadoras, tanto en Europa como en el mundo.
En Alemania y Austria la crisis fue gravísima y hundió a la democracia. Sólo en Alemania había 6 millones de parados en 1932.
La crisis fue menor en Francia y Reino Unido gracias al colchón que representaban sus mercados coloniales, y aun menor fue en los países menos industrializados como España. En Latinoamérica los efectos fueron ambiguos: la caída del comercio internacional disminuyó sus exportaciones de materias primas y llevó a partidos populistas y dictatoriales al poder, pero alentó una diversificación industrial que resultaría beneficiosa en la segunda mitad de los años 30 y en los años 40.

3.5. RESPUESTAS A LA CRISIS.
La política económica de Keynes.
El economista británico John Maynard Keynes propugnó un aumento de la demanda del Estado y de las inversiones públicas para conseguir crear empleo, confianza y que los precios subieran. Sus propuestas a favor de un sistema de economía mixta, con participación de capital privado y estatal, con políticas de carácter social y laboral asumidas por los Estados, inspiraron las más eficaces medidas para salir del marasmo.

El New Deal de Roosevelt.

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El presidente de EE UU desde enero de 1933, John D. Roosevelt, aplicó su política del “New Deal” (Nuevo Trato o Reparto): el gobierno tomó en gran parte las riendas de la economía para sanearla, con apoyo a los bancos para dotarlos de liquidez, leyes proteccionistas contra las importaciones a precios bajos, inversiones en obras públicas para dar trabajo a los parados, subsidios a los agricultores para reducir las tierras cultivadas y la sobreproducción y así que aumentaran los precios, el apoyo a los sindicatos para que aumentaran los salarios, y otras medidas de fomento de la demanda y contra la deflación.

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Se salió poco a poco de la recesión, pero con grandes altibajos. Roosevelt fue reelegido en 1936 y 1940, pero en 1938 había todavía 8 millones de parados (la mitad que en 1932). La solución llegó, finalmente, gracias a la enorme demanda bélica ocasionada por la Segunda Guerra Mundial, algo similar a lo ocurrido con la anterior confrontación.

Otras respuestas.
La Alemania nazi siguió el camino del rearme militar y de las inversiones públicas en comunicaciones, pagados mediante un elevadísimo endeudamiento. Pero era inviable a largo plazo una política semejante, y se vio obligada a comenzar la II Guerra Mundial para mantener su política de pleno empleo.
El Reino Unido dejó la solución en manos de la “lógica del sistema” y la depresión se alargó, aunque suavizada por tener grandes mercados coloniales que explotaba.
Francia reaccionó con una política moderada de obras públicas y gasto social, que le permitió sortear bastante bien la crisis, aunque el desempleo se elevó.
Japón padeció tanto por la caída de sus mercados exteriores que buscó en la guerra de conquista de China un mercado para vender sus productos, y esto conllevó un auge militarista que le llevó a participar en la Segunda Guerra Mundial.
La URSS salió bien librada de la crisis pues aumentó su producción mientras los demás la reducían, así que el intervencionismo estatal apareció ante muchos teóricos como la solución idónea y esto explica el auge del comunismo como teoría política y económica entre los grupos intelectuales de Occidente durante los años 30 y 40.

3.6. CONSECUENCIAS DE LA CRISIS.
La crisis social.
Empezaban los “terribles años 30”. En 1932, en los EE UU había 14 millones de parados y en Europa otros 16 millones de desempleados. Crecían las colas de parados y hambrientos pidiendo comida, la emigración a California u otros países en busca de trabajo, y la desesperación de las familias para alimentar a sus hijos, al tiempo que el índice de natalidad disminuyó, se interrumpió la emigración entre continentes, aumentó la conflictividad social entre empresarios y trabajadores que se organizaron más intensamente en patronales y sindicatos respectivamente, y subía exponencialmente la delincuencia. Hubo una crisis ideológico-cultural: se derrumbaron el optimismo, la fe en la razón y el progreso.

La crisis del sistema liberal.
La desconfianza en el sistema capitalista se generalizó. Las teorías económicas clásicas quedaron obsoletas. El liberalismo económico fue sustituido por un intervencionismo estatal de sistema mixto (privado-público). Los comunistas, que habían logrado vencer en Rusia y eran una amenaza evidente al sistema liberal, creían ver cumplidas las predicciones de Marx de colapso final del capitalismo y de una revolución global que llevaría al proletariado al poder.
Los fascistas italianos y los nazis alemanes, los ultranacionalistas y antidemócratas, la alta y la pequeña burguesías de ideas conservadoras se aprestaron a atacar al liberalismo del centro y al socialismo y el comunismo de las izquierdas. Las clases sociales se radicalizaron en la defensa de sus respectivas posiciones ideológicas. Nunca pareció tan amenazada la democracia como entonces. Y la paz que se pensaba ganada para siempre en 1918 se perdió nuevamente en 1939.

Los frentes populares.
La izquierda se alineó en dos grandes grupos, socialistas y comunistas, que se enfrentaron hasta 1925. Los anarquistas, en cambio, salvo en España, entraron en aguda decadencia y dejaron de ser un referente político para las clases obrera y campesina.
Lenin organizó en 1919 una nueva Internacional, la III (Komintern), opuesta a la II Internacional socialista, considerada como aliada de los burgueses y desprestigiada por su apoyo a los respectivos bandos durante la I Guerra Mundial. Los comunistas se escindieron de los partidos socialistas europeos y de otros continentes en los primeros años 20 y la pugna entre socialistas y comunistas fue una constante de los años de entreguerras, lo que explica en gran parte su debilidad y fracaso ante el auge del fascismo.
Pero fue precisamente la amenaza del fascismo en los años 30 lo que posibilitó en el VII Congreso de la III Internacional (1935) un cambio de la política comunista: había que unir a las fuerzas antifascistas, incluyendo en un Frente Popular a los comunistas, socialistas, liberales e incluso los burgueses conservadores demócratas. Francia en 1935 y España en 1936 fueron los primeros ejemplos. Su objetivo era la defensa de la paz y de las libertades, más algunas reformas sociales progresistas. Pero los ensayos fracasaron por la mala situación económica, la inestabilidad social y las discrepancias entre miembros tan diversos sobre la estrategia frente al ascenso del fascismo.

4. HACIA LA II GUERRA MUNDIAL.
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue el resultado de todo un conglomerado de causas remotas y próximas, que se forjaron en los años 30.

Las causas remotas.
- La ruptura del equilibrio balcánico a partir de 1919 tras la desmembración de Austria-Hungría, al integrarse en Yugoslavia varias etnias enfrentadas y ser muy artificiales las fronteras de Italia, Hungría, Rumanía y otros países.
- El fracaso de la Sociedad de Naciones (SDN), debido sobre todo a la indecisión de Francia y Reino Unido, que no se atrevieron a usar la fuerza en momentos necesarios: la agresión de Japón a China (1931 y 1935), el rearme de la Alemania nazi (1934), la anexión de Etiopía por Italia (1935) o la militarización alemana de Renania (1936). El fracaso de la SDN se debió, sobre todo, a la decadencia político-económica de las democracias occidentales, que no querían volver a guerrear.
- La negativa de los Estados vencidos a aceptar las cláusulas del Tratado de Versalles y sus corolarios (el artículo 231 atribuía al pueblo alemán la responsabilidad de la guerra).
- La negativa de varios de los Estados vencedores a revisar los puntos más discutidos de los tratados de 1919, como el pago de enormes compensaciones de guerra.
- La división de los Aliados, sobre todo por el aislacionismo de EE UU y Reino Unido (esta sospechaba que Francia quería imponer una simaquia militar en Europa).
- La aparición en Italia y Alemania de regímenes totalitarios y militaristas, que exaltaban la supremacía del Estado en detrimento de la libertad individual.
- El surgimiento de dictaduras en otros países, como España, Portugal y todos los países de los Balcanes y del Este de Europa, salvo Checoslovaquia.

Las causas próximas.
- Las reivindicaciones de algunas minorías étnicas oprimidas por las dictaduras o los Estados nacionales en que habían quedado inclusas: alemanes en Checoslovaquia y otros países, húngaros en Rumanía, italianos en Yugoslavia...
- La política imperialista del Japón, para superar sus graves dificultades económicas desde 1931.
- La política de conquistas de Alemania e Italia en busca del espacio vital (lebensraum) a costa de sus vecinos. Alemania ocupó y se anexionó Austria (marzo de 1938) y luego la mayor parte de Checoslovaquia, en varias fases, comenzando por los Sudetes alemanes; y su ansia de territorios en el Este creció. Italia se apoderó de Etiopía y Albania, y soñó con un gran Imperio Romano en el Mediterráneo.
- La actitud pasiva y vacilante de Francia y Reino Unido ante las amenazas anteriores.
- La neutralidad de la URSS respecto a Alemania, decepcionada por los acuerdos de Munich (1938) que apenas habían apaciguado a Alemania a cambio de darle los Sudetes, y deseosa a su vez de expansionarse sobre Polonia y los otros países bálticos, pues temía la expansión alemana.
Todo esto alcanza su apogeo en el verano de 1939: el 1 de septiembre Alemania invadió Polonia y comenzó la II Guerra Mundial, el mayor conflicto bélico que ha padecido la Humanidad.

BIBLIOGRAFÍA.
Libros.
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Haffner, Sebastian. Los siete pecados capitales del Imperio alemán en la Primera Guerra Mundial. Traducción de Belén Santana. Destino. Barcelona, 2006. 188 pp. Reseña de Moreno Claros, Luis Fernando. Errores que se pagan. “El País”, Babelia nº 760 (17-VI-2006) 13.
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Wiskemann, Elizabeth. La Europa de los Dictadores. 1914-1945. Siglo XXI. Madrid. 1978. 341 pp.

Artículos.
Luis Fernando Moreno Claros. Errores que se pagan. “El País”, Babelia nº 760 (17-VI-2006) 13. Reseña de Haffner, Sebastian. Los siete pecados capitales del Imperio alemán en la Primera Guerra Mundial. Traducción de Belén Santana. Destino. Barcelona, 2006. 188 páginas.
Käppner, Joachim. Una sola patria para Europa. “El País” (17-I-2014) 6.

PROGRAMACIÓN.
LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LAS RELACIÓNES INTERNACIÓNALES EN EL PERÍODO DE ENTREGUERRAS. LA CRISIS DE 1929.
UBICACIÓN Y SECUENCIACIÓN.
Bachillerato, 1º curso. Historia del mundo contemporáneo. Apartado 3. La época de los grandes conflictos mundiales. La Primera Guerra Mundial. Los tratados de paz y la Sociedad de Naciones. Los nuevos Estados europeos.
La depresión económica de los años treinta. Fascismo y regímenes dictatoriales. Las opciones democráticas en Europa y América.
La evolución de las relaciones internacionales en el periodo de entreguerras. El expansionismo japonés en Asia y alemán en Europa. La Segunda Guerra Mundial.
También puede avanzarse el tema en ESO, 2º ciclo. Eje 2. Sociedades históricas y Cambio en el Tiempo. Bloque 5. Cambio en el tiempo. Núcleo 3. Cambio social y revolución en la época contemporánea.
- Las grandes transformaciones y conflictos del siglo XX. Revoluciones, guerras mundiales y descolonización.
RELACIÓN CON TEMAS TRANSVERSALES.
Relación con el tema de la Educación para la Paz y de Educación Moral y Cívica.
TEMPORALIZACIÓN.
Seis sesiones de una hora.
1ª Documental, sobre I Guerra Mundial. Diálogo. Exposición del profesor, sobre la I Guerra Mundial y sus consecuencias.
2ª Exposición del profesor, sobre la I Guerra Mundial y sus consecuencias; diálogo con cuestiones.
3ª Exposición del profesor sobre las relaciones internacionales periodo de los años 20, y de refuerzo y repaso; esquemas, mapas y comentarios de textos.
4ª Documental, sobre la Gran Depresión. Diálogo. Exposición del profesor, sobre la Gran Depresión.
5ª Exposición del profesor, sobre las relaciones internacionales en los años 30, y de refuerzo y repaso; esquemas, mapas y comentarios de textos.
6ª Comentarios de textos; debate y síntesis.
OBJETIVOS.
Conocer las causas, desarrollo y consecuencias de la I Guerra Mundial.
Explicar el proceso histórico de las relaciones internacionales en los años 20.
Comprender las causas de la Gran Depresión.
Analizar las relaciones entre los fenómenos económico-sociales y políticos en este periodo.
Comprender las causas políticas, económicas y sociales de la II Guerra Mundial.
CONTENIDOS.
A) CONCEPTUALES.
La I Guerra Mundial.
Las relaciones internacionales en los años 20.
La Gran Depresión.
Los antecedentes de la II Guerra Mundial.
B) PROCEDIMENTALES.
Tratamiento de la información: realización de esquemas del tema, mapas de los cambios de fronteras, análisis de estadísticas sobre economía y sociedad.
Explicación multicausal de los hechos históricos: en comentario de textos.
Indagación e investigación: recogida y análisis de datos en enciclopedias, manuales, monografías, artículos...
C) ACTITUDINALES.
Rigor crítico y curiosidad científica.
Tolerancia y solidaridad.
Interés por el diálogo como mejor opción para la paz y el bienestar.
Rechazo de los totalitarismos y de las guerras.
METODOLOGÍA.
Metodología expositiva y participativa activa. Se debe insistir en el carácter significativo del aprendizaje, enlazando los conocimientos anteriores con los nuevos.
MOTIVACIÓN.
Uso de breves documentales para estimular el interés de los alumnos. Hacer un breve diálogo para hacer una evaluación inicial del estado de conocimientos de la clase.
ACTIVIDADES.
A) CON EL GRAN GRUPO.
Exposición por el profesor del tema. Se usarán mapas del conflicto y de las relaciones internacionales; esquemas conceptuales y gráficos.
B) EN EQUIPOS DE TRABAJO.
Realización de una línea de tiempo sobre el proceso.
Realización de esquemas sobre los principales apartados.
Un mural sobre la Gran Guerra y otro sobre la Gran Depresión.
Comentarios de textos sobre los principales acontecimientos del periodo, en especial el Tratado de Versalles, una descripción de las consecuencias sociales...
C) INDIVIDUALES.
Realización de apuntes esquemáticos sobre la UD.
Participación en las actividades grupales.
Búsqueda individual de datos en la bibliografía, en deberes fuera de clase.
Contestar cuestiones en cuaderno de trabajo, con diálogo previo en grupo.
RECURSOS.
Presentación digital.
Libros de texto, manuales y mapas.
Fotocopias de textos para comentarios.
Cuadernos de apuntes, murales, esquemas...
Documentales.
EVALUACIÓN.
Evaluación continua. Se hará hincapié en que se comprenda la interrelación entre los hechos políticos, económicos, sociales y culturales.
Examen incluido en el de otras UD de este periodo, con breves cuestiones y un comentario de texto.
RECUPERACIÓN.
Entrevista con los alumnos con inadecuado progreso.
Realización de actividades de refuerzo: esquemas, comentario de textos...
Examen de recuperación (junto a las otras UD).

APÉNDICE. Texto propuesto para comentario de texto historiográfico.
Luis Fernando Moreno Claros. Errores que se pagan. “El País”, Babelia nº 760 (17-VI-2006) 13. Reseña de Haffner, Sebastian. Los siete pecados capitales del Imperio alemán en la Primera Guerra Mundial. Traducción de Belén Santana. Destino. Barcelona, 2006. 188 páginas.
‹‹Alemania fue la principal causante de la Primera Guerra Mundial, según mantiene Sebastian Haffner en un análisis de impecable estilo e ideas bien argumentadas.
Del periodista e historiador alemán Sebastian Haffner (19071999) contamos en castellano con libros tan excelentes como Anotaciones sobre Hitler (Galaxia Gutenberg), Historia de un alemánWinston Churchill o Alemania, Jeckill & Hyde (Destino); y pronto aparecerán El pacto con el diablo y La vida de los paseantes. Haffner fue un gran escritor, un hábil periodista y un analista político de su tiempo, a veces muy lúcido y otras polémico y controvertido, pero siempre dotado de ese estilo claro y sintético con el que podía explicar de maravilla lo más enrevesado. Si sus artículos fueron circunstanciales, sus libros de alta divulgación histórico-política mantienen aún hoy su vigencia y proporcionan una lectura gozosa y enriquecedora incluso al lector no especializado.
En 1938, Haffner tuvo que exiliarse a Inglaterra sacudido por el asco que le provocaba el régimen nazi, aunque él era ario y hubiera podido ejercer en su patria como jurista. En Londres trabajó para “The Observer”, agudizó juicio y estilo y consolidó su firma. Al regresar a Alemania en 1954 se granjeó tanto aprecios incondicionales como el acoso de cuantos no soportaban sus incisivos juicios políticos, su implacable hostigamiento desde las páginas de prestigiosos diarios —a veces de tendencias opuestas— tanto a la Alemania federal como a los opacos regímenes situados tras el llamado telón de acero. Haffner no se lo puso nunca fácil a los alemanes; destapó sus miedos y radiografió sus almas, los tachó de antidemócratas y nazis recalcitrantes. Cambió de opiniones políticas varias veces llevado de un furibundo individualismo, aunque en sus análisis históricos jamás se atuvo a clichés facilones ni a simplezas, sino que entró a saco en la historia contemporánea en busca de certezas que, a modo de revulsivos, enseñaran a sus compatriotas las raíces de sus males y los curaran de sus prejuicios. Tal fue el objetivo del libro que nos ocupa, publicado en 1964, con ocasión del cincuentenario de la I Guerra Mundial. Pretendía demostrar a sus compatriotas lo poco que habían comprendido aquella calamidad europea que no fue fruto de ningún “destino” sino de desafortunadas decisiones humanas.
Alemania y sólo ella fue la causante de la Gran Guerra, y no el atentado que costó la vida al heredero del trono austriaco y a su esposa: “Los disparos de Sarajevo no provocaron absolutamente nada”, sostiene Haffner. Partiendo de esta premisa, el autor analiza la actuación de Alemania en una época en que la guerra era todavía una opción “legítima, honorable e incluso gloriosa” de la política entre naciones. En aquel entonces Europa “esperaba y casi deseaba una guerra”, muchos jóvenes la anhelaban como aventura romántica; la realidad demostraría que, al poco de estallar, la contienda sobrepasó todas las expectativas en cuanto a duración, crueldad y horror. A su término, el mundo civilizado cambió su concepción de la guerra y aprendió a considerarla, antes que “opción política legítima”, un cataclismo inhumano. Sin embargo, la polvareda que levantó aquella matanza no atajó ninguna otra guerra y hasta generó el lodazal de sangre de la siguiente al inocular en Alemania un desaliento generalizado que embriagó de odio a un personaje como Hitler.
Haffner lee la cartilla al bombástico Imperio alemán, al que culpa de siete errores descomunales que lo condujeron a perder una guerra que pudo ganar: el primero fue el abandono de la política mesurada de Bismarck, a la que Alemania renunció obnubilada por su expansionismo y su deseo de emular el imperialismo de la orgullosa Inglaterra. Junto a las razones que desataron la contienda, Haffner detalla los demás errores, entre ellos, el ataque a Francia a través de la indefensa Bélgica según la aplicación militar de un inquebrantable “plan Schlieffen”; la guerra submarina sin cuartel, que por su crueldad, obligó a Estados Unidos a participar en las hostilidades; la “bolchevización” de Rusia por parte de una Alemania que financió a Lenin y su revolución para que al alcanzar el poder firmara la paz; o el pacto de Brest-Litovsk y la vana expansión del Imperio alemán hacia la Europa del Este, donde llegó a conquistar todas las regiones comprendidas entre el Vístula y el Don. Por último, destruye el tópico de la célebre “puñalada por la espalda” —las “izquierdas” y los demócratas habrían conspirado contra “el pueblo” y el Ejército alemán, solicitando el armisticio e impidiendo así la gloriosa victoria—, un “trauma alemán” imaginado por la derecha nacionalista que tan buen papel desempeñó como propaganda hitleriana.
En suma, un libro brillante, de impecable estilo periodístico e ideas contundentes, una lección imprescindible de análisis histórico.››

Käppner, Joachim. Una sola patria para Europa. “El País” (17-I-2014) 6. Un recordatorio de la Primera Guerra Mundial y un análisis de nuestra perspectiva actual. El verdadero significado que tiene actualmente la Primera Guerra Mundial, “esa catástrofe primigenia de Europa”, para la nación y su identidad es síntoma de una inseguridad que no se supera nunca. El hecho de que Alemania no tenga que asumir la culpa en solitario no significa, por conclusión inversa, que sea inocente: en 1914 Alemania desaprovechó o quiso desaprovechar todas las oportunidades, y hubo algunas, para evitar el incendio que inflamó a la antigua Europa y la hizo extinguirse lentamente de manera irrevocable. Lo único que podemos aprender de este horror es a no menospreciar las instituciones de la UE, como está de moda ahora, a no concebir la Europa común como un constructo hueco, sino como una patria; a ser solidarios con los miembros más débiles y a no denigrar a los nuevos Estados.
‹‹“In Flanders fields the poppies blow / Between the crosses, row on row, /That mark our place; and in the sky / The larks, still bravely singing, fly /Scarce heard amid the guns below”. (“En los campos de Flandes florecen las amapolas / entre las cruces que, una hilera tras otra, / marcan nuestra posición; y en el cielo / vuelan las alondras, todavía cantando valerosas, / sin que apenas se las oiga abajo entre la artillería”.)
In Flanders Fields es uno de los poemas más conocidos sobre la Primera Guerra Mundial, un canto transido de tristeza y obstinación. Pero también instaura un sentido, porque al final los muertos, dispuestos en “una hilera tras otra”, exhortan a los vivos a tomar la antorcha y proseguir la lucha: de lo contrario “no dormiremos aunque crezcan las amapolas / en los campos de Flandes”.
Estas líneas esbozan realmente bien el recuerdo inglés de ese incendio que asoló Europa entre 1914 y 1918; aunque, como es natural, los años heroicos de 1940 y 1941, cuando la Inglaterra de Winston Churchill se enfrentó en solitario al contundente poder del imperio nazi, están mucho más presentes. Ambas guerras mundiales aparecen como etapas de una misma lucha por la libertad y la democracia frente al enemigo que se opone a ellas: el imperio alemán. Así es como se presentan los vencedores, así quieren verse a sí mismos y al pasado, volviendo la vista atrás con la convicción de haber servido a una buena causa.
Sin embargo, Alemania fue la gran perdedora de la Primera Guerra Mundial. Fue derrotada y obligada a aceptar la humillante Paz de Versalles de 1919, y tuvo que asumir la culpa de la guerra con todas sus consecuencias. En este país, después de la fractura del mundo civilizado que supuso la época nazi, después del Holocausto y de la guerra de exterminio, después de las tumbas de Oradour y Lidice, es natural que resulte mucho más difícil recordar guerras lejanas.
En este año conmemorativo de los acontecimientos de 1914, la República Federal de Alemania también se muestra muy discreta a nivel oficial, como pone de manifiesto el que, con el año ya comenzado, autores de éxitos de ventas, simposios de historiadores y grandes emisoras de radio y televisión de todo el mundo lleven meses tratando el tema de la guerra mundial, mientras que en el Gobierno federal, una mano no sabe a ciencia cierta lo que hace la otra ni tampoco se discierne qué es lo que se debe hacer realmente.
El verdadero significado que tiene actualmente la Primera Guerra Mundial, “esa catástrofe primigenia de Europa”, para la nación y su identidad es síntoma de una inseguridad que no se supera nunca. Es evidente que, ahora, a los políticos alemanes les resulta mucho más fácil conmemorar junto a los estadounidenses y los británicos el día D del año 1944, la fecha del desembarco aliado en Normandía que, dicho sea de paso, es el segundo gran acontecimiento que se conmemora en 2014 al cumplirse su 70º aniversario. Porque, afortunadamente, en ese caso los alemanes han encontrado su papel: como nación regenerada que comparte valores y alianzas con los enemigos y libertadores del pasado; un país que incluso envía conjuntamente con ellos soldados a misiones de paz para proteger aquellos ideales y libertades que pisotearon las botas militares de sus abuelos.
Pero con la Primera Guerra Mundial esto resulta mucho más difícil. No encaja con el modo de pensar a que estamos acostumbrados ni con los habituales debates políticos sobre la historia que aquí se viven con pasión y no pocas veces con fanatismo. Desde hace al menos un cuarto de siglo, apenas se plantea la cuestión de si hay que recordar o no los crímenes inconcebibles, cometidos por tantos alemanes en la época nazi; el interrogante es cómo hay que recordarlos. La propia posición al respecto se considera un modelo de moral antifascista y de aprendizaje de las lecciones de la historia, tal como atestiguan tristemente las interminables polémicas en torno a los monumentos conmemorativos. Imposible olvidar las voces cada vez más altisonantes que rechazaron el Monumento al Holocausto en Berlín calificándolo de “descargadero de coronas”. Hoy en día es uno de los lugares consagrados a la memoria más impresionantes de la república.
Pero ¿y 1914? Una guerra de un horror inconcebible y, sin embargo, sin el odio de las ideologías. Hasta los ejércitos de Alemania, culpable de la guerra según el Tratado de Versalles y la teoría dominante durante mucho tiempo, se comportaron casi siempre con mucha más moderación que los hitlerianos. Podría incluso ser motivo de orgullo republicano el hecho de que en 1918 los trabajadores y los soldados se liberaran del yugo y pusieran fin a la guerra; pero el aprecio hacia los propios luchadores por la libertad nunca ha sido el punto fuerte del pensamiento histórico alemán.
La efímera República de Weimar arruinó desde el principio la cuestión del lugar histórico que ocupa la Primera Guerra Mundial. La joven democracia surgida de la guerra en 1918 era tan débil que permitió a sus enemigos una sensacional distorsión de la historia. Según la “leyenda de la puñalada por la espalda”, demócratas, socialistas y judíos dejaron en la estacada a las tropas combatientes. Esta tesis se convirtió en el arma propagandística más contundente de aquellos que habían empujado a la guerra, habían apostado insensatamente por la victoria y finalmente la habían perdido: los militares reunidos en torno a Ludendorf y Hindenburg, los nacionalistas alemanes y las antiguas élites políticas y económicas. La novela de Erich Maria Remarque Sin novedad en el frente, que fue un éxito en todo el mundo, describe cómo fue realmente la guerra. En ella, los soldados destacados en el frente “están embrutecidos de un modo extraño y melancólico”, vegetan entre “el fuego graneado, la desesperación y los burdeles de la tropa”, se envilecen hasta convertirse en “animales humanos” y al final les espera la muerte. En 1933 los nazis hicieron quemar el libro. Y después de 1945, de la Primera Guerra Mundial quedó solo una vaga imagen de horror y culpa.
Pero ahora, cuando se cumplen cien años del estallido de la guerra, una nueva generación de historiadores sacude la antigua imagen de este conflicto bélico y de la responsabilidad del mismo, sobre todo el británico Christopher Clark con el libro Los sonámbulos y el profesor de política berlinés Herfried Münkler. Al igual que otros autores, ellos también consideran la cuestión de la culpa de forma muy diferenciada y más allá de modelos explicativos simples. En sus obras todos los implicados tienen su parte de responsabilidad en el hecho de que la clásica política imperialista, la sobrevaloración de las propias capacidades, las contradicciones internas, la falta de transparencia en la toma de decisiones, por ejemplo en la maquinaria de la política exterior, eclosionaran de forma tan mortífera en el año 1914.
Ahora bien, el recuerdo de que en 1914 hubo muchas potencias y fuerzas, aparte del imperio, que empujaron a la guerra no debe ser un nuevo motivo de autosatisfacción para los alemanes de hoy en día: el hecho de que Alemania no tenga que asumir la culpa en solitario no significa, por conclusión inversa, que sea inocente. Pero eso es justamente lo que los apologetas conservadores han querido decir realmente hasta bien entrados los años setenta. Si en 1914 Alemania solo “se vio envuelta” en la guerra debido a circunstancias desafortunadas, eso hace que resulte más fácil presentar la dictadura nacionalsocialista y la guerra de extermino iniciada en 1939 como “accidente de trabajo de la historia alemana”, que en realidad no tiene nada que ver con la historia de la nación. En 1961, el historiador hamburgués Fritz Fischer destruyó esta cómoda explicación con su libro Griff nach der Weltmacht [“La toma del poder mundial”]. Su tesis fundamental: el Estado autoritario del imperio buscaba el ascenso de Alemania a potencia mundial a cualquier precio y solo así se explican los acontecimientos de 1914; ese sería su verdadero núcleo.
Paradójicamente, Fischer era una antiguo nazi, miembro del NSDAP y de las SA y autor de textos antisemitas. Pero precisamente él se convirtió en el salvador de un enfoque histórico crítico de izquierdas y eso otorgó a su mensaje el carácter de exorcismo vivido en carne propia. Más tarde, el movimiento de Mayo del 68 no será el único que considerará tanto la primera como la segunda guerra mundial una obra de la odiada sociedad burguesa y del capitalismo maquinador que la sustenta.
Por tanto, el recuerdo del año 1914 ha seguido siendo terreno de la inseguridad histórica en un país al que tanto le gusta medir el mundo con sus propios patrones morales. ¿Qué deben decir sus representantes con motivo de este centenario? ¿Que nos alegramos de las conclusiones de estos historiadores según los cuales Alemania no es la única culpable sino que también contribuyeron al desastre el rumbo bélico del imperio ruso y el ansia de revancha de los diplomáticos franceses por la derrota de 1871? Eso sería una estupidez, por decirlo suavemente.
El 3 de agosto, Joachim Gauck [el presidente alemán] junto con el presidente francés François Hollande recordará a todos los caídos en el antiguo campo de batalla del Hartmannsweiler Kopf en Alsacia. Y quizá lo mejor que podrían hacer tanto el presidente federal como todos los políticos alemanes es mostrarse humildes. No, 1914 no fue 1939, los ejércitos de la Alemania imperial no irrumpieron como la Wermacht de Hitler en un mundo que no anhelaba nada más que la paz siguiendo un plan general impulsado por el odio, la codicia y un orgullo desmesurado. Pero hace 100 años, Alemania contribuyó por sí misma lo suficiente al estallido de la guerra como para hacer ahora profesión de humildad y no andar pidiendo compensaciones por las décadas pasadas.
El emperador, el canciller, el Gobierno, el ejército: durante la crisis de julio de 1914 tuvieron en todo momento en sus manos la posibilidad de no apoyar incondicionalmente las intenciones belicosas del aliado austriaco contra Serbia. La megalomanía, el nacionalismo exacerbado y una política dependiente del Ejército empujaron al imperio a un enfrentamiento armado del que no podía salir victorioso. En 1914 Alemania desaprovechó o quiso desaprovechar todas las oportunidades, y hubo algunas, para evitar el incendio que inflamó a la antigua Europa y la hizo extinguirse lentamente de manera irrevocable.
Lo único que podemos aprender de este horror es a no menospreciar las instituciones de la UE, como está de moda ahora, a no concebir la Europa común como un constructo hueco, sino como una patria; a ser solidarios con los miembros más débiles y a no denigrar a los nuevos Estados que solicitan su admisión tachándolos de nidos de parásitos sociales. Tal como expone el historiador Jorn Leonhard en un libro que aparecerá próximamente, la guerra de 1918 “abrió la caja de Pandora” en Europa, ese horrible recipiente de la mitología antigua del que escaparon todos las desgracias y los vicios del mundo cuando el hombre levantó la tapa en contra de la voluntad de los dioses. Odio entre los pueblos, deseo de revancha, conflictos fronterizos, ideologías totalitarias e irracionalismo político fueron las consecuencias entre las cuales prácticamente quedó olvidada la antigua Europa de la Belle Époque, que parecía tan bien ensamblada, con sus fronteras abiertas, rica vida cultural y rebosante del optimismo del progreso. Esa Europa se quebró en 1914 en el transcurso de unas pocas semanas.
No perder nunca de vista este hecho es también el mensaje de los historiadores actuales que, a diferencia de sus predecesores, no tienen la menor intención de atribuir culpas según sus simpatías, nacionalidad o ideología. Cien años después y a ojos de los lectores jóvenes, puede que la Primera Guerra Mundial parezca tan lejana como las expediciones militares de Atila, el rey de los hunos (a todo esto, hay que decir que en las guerras los británicos llamaban “hunos” a sus enemigos alemanes), pero realmente nos es mucho más próxima por todo lo que significa. “Desde el final de la Guerra Fría, el sistema de estabilidad global bipolar ha sido reemplazado por un entramado de fuerzas mucho más complejo e impredecible”, escribe Clark, unas condiciones “que realmente invitan a hacer comparaciones con la situación de Europa en 1914”.
Esto supone un claro llamamiento a cuidar de las instituciones comunitarias europeas, porque solo ellas proporcionan una mediación pacífica en las situaciones conflictivas. Para Alemania esto significa comportarse con precaución en un momento en que la Unión Europea goza de menos estima que nunca, y no provocar el miedo ante una potencia real o supuesta en el centro de Europa, aunque se trate tan solo de un dominio económico. Y también significa mantener la moderación y el justo medio en política exterior. La desafortunada intervención militar en Irak llevada a cabo por los estadounidenses en 2003 junto con su “coalición de serviciales socios” demuestra en buena medida la facilidad con que los Estados entran en una guerra más allá de toda razón, una guerra nacida de supuestas necesidades imperiosas, antiguas alianzas y nuevos miedos.

Erich Maria Remarque dijo en una ocasión: “Yo siempre pensé que todo el mundo es contrario a la guerra hasta que descubrí que hay quienes están a favor, sobre todo aquellos que no tienen que luchar en ella”.››

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS. LA CRISIS DE 1929.
INTRODUCCIÓN.

1. PRIMERA GUERRA MUNDIAL.
1.1. CAUSAS DE LA GUERRA.
Las causas remotas.
Las causas próximas.
1.2. ESTALLIDO DE LA GUERRA.
El atentado de Sarajevo.
La declaración de guerra.
1.3. ESTADOS CONTENDIENTES Y ESTADOS NEUTRALES.
Las Potencias Centrales.
Los aliados de la Entente.
Los Estados neutrales, Japón y EE UU.
1.4. DESARROLLO DE LAS OPERACIONES.
La guerra de movimientos.
La guerra de trincheras.
Las grandes batallas de desgaste.
Las ofensivas del frente oriental.
Problemas sociales y económicos de la guerra.
Las nuevas armas, los inventos.
La búsqueda de alianzas.
La guerra fuera de Europa.
El bloqueo marítimo.
Desmoralización de la población.
1.5. HACIA EL FINAL DE LA GUERRA.
La crisis de 1917 en Rusia y la paz de Brest-Litovsk (1918).
Intervención de EE UU.
La gran ofensiva alemana y el posterior desmoronamiento alemán.
Hundimiento austriaco, búlgaro y turco.
1.6. UNA NUEVA ORDENACIÓN DEL MUNDO.
Los Tratados de paz.
Los desastres de la guerra.
La Sociedad de Naciones.

2. LA POLITICA DE ENTREGUERRAS EN LOS AÑOS 20.

3. LA CRISIS DE 1929.
3.1. CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL.
3.2. DE LA GUERRA A LA CRISIS (1919-29).
3.3. EL CRACK DEL 29.
3.4. DIFUSIÓN DE LA CRISIS.
3.5. RESPUESTAS A LA CRISIS.
La política económica de Keynes.
El New Deal de Roosevelt.
Otras respuestas.
3.6. CONSECUENCIAS DE LA CRISIS.
La crisis social.
La crisis del sistema liberal.
Los frentes populares.

4. HACIA LA II GUERRA MUNDIAL.
Las causas remotas.
Las causas próximas.

INTRODUCCIÓN.
Este tema es muy complejo porque explica un periodo fundamental en la historia del siglo XX: la I Guerra Mundial, que fue el primer gran conflicto contemporáneo a escala mundial, el difícil periodo de entreguerras, la Gran Depresión iniciada en 1929 y los antecedentes de la II Guerra Mundial.
Esta UD hace una explicación sucinta, sin entrar en explicaciones menudas sobre algunos puntos muy importantes, porque la vastedad del tema lo impide. Así, la política interna de la URSS, Alemania e Italia queda para los temas del comunismo y del fascismo-nazismo.

1. PRIMERA GUERRA MUNDIAL.
1.1. CAUSAS DE LA GUERRA.
Se distinguen dos grupos de causas: remotas y próximas.
Las causas remotas.
- La rivalidad económica y naval entre Alemania y el Reino Unido en el ámbito mundial.
- La hegemonía militar de Alemania en Europa continental.
- Las actividades de los pangermanistas (Deutschland über alles) que exigían un in­menso espacio vital (lebensraum) que se extendiera desde la Mittel Europa hasta el Cáucaso, expulsando a los eslavos hacia el resto de Rusia; así como una política más agresiva en Africa Central (Mittel Afrika) para anexionarse el Congo (y si era posible Angola y Mozambique) con el objetivo de conseguir materias primas y la conexión directa entre el Atlántico y el Índico a través de Camerún y Tanganika.
- La política de los “revanchistas” franceses que exigían la devolución de Alsacia-Lorena; se combinada con la preocupación del gobierno francés de mantener la alianza rusa.
- Las pretensiones rusas sobre los “Estrechos” turcos del Bósforo y los Dardanelos para así alcanzar el Mediterráneo.


Las alianzas militares en Europa en 1914.

Las causas próximas.
- La política agresiva de Austria-Hungría en los Balcanes para extender su supremacía hasta Grecia.
- La ruptura del equilibrio en los Balcanes en las dos guerras entre los países balcánicas en 1912-1913.
- La continua e insoportable alarma de la “paz armada” entre las Grandes Potencias.
- El deseo de Alemania y Austria-Hungría de resolver la situación mediante la prueba de fuerza (Kraftprobe) de una guerra preventiva.
- El asesinato del príncipe heredero del trono austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, por un terrorista serbio (28-VI-1914) en Sarajevo (Bosnia), que proporcionó un pretexto a los austrohúngaros para atacar.
1.2. ESTALLIDO DE LA GUERRA.
El atentado de Sarajevo.
La causa directa más inmediata estuvo en el “avispero de los Balcanes”. El príncipe heredero del trono austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, un reformista liberal que pretendía refundar el Imperio dando soberanía a los eslavos (checos, croatas y tal vez otros pueblos) en pie de igualdad con los austriacos y húngaros, fue asesinado en Sarajevo (capital de la Bosnia ocupada) por un terrorista serbio (28-VI-1914) que pretendía que el territorio se integrara en la Gran Serbia.
En el mes de julio el gobierno de Viena acusó al serbio de Belgrado de proteger y fomentar los movimientos nacionalistas que habían perpetrado el crimen y al mismo tiempo decidió aprovechar la crisis para aniquilar el poder militar serbio y su creciente amenaza nacionalista sobre los pueblos eslavos del Imperio.
En este conflicto la gran potencia eslava y ortodoxa, Rusia, apoyaba a Serbia, mien­tras que Austria-Hungría contaba con la ayuda de Alemania, y con su apoyo envió un ulti­mátum con unas condiciones muy duras (disolución de los grupos ultranacionalistas y concesión de un control militar austriaco) que no fueron aceptadas por Serbia y Rusia.
A su vez, Rusia estaba integrada en la Triple Entente con Francia y Reino Unido (Gran Bretaña), y Alemania y Austria-Hungría formaban con Italia la Triple Alianza, las dos grandes coaliciones político-militares hasta 1914.
La declaración de guerra.
Los ejércitos respectivos fueron movilizados. La fuerza de los nacionalismos y la solidez de las alianzas mutuas en los Balcanes provocaron que nadie pudiera echarse atrás. Francia y Gran Bretaña no querían ir a la guerra por Serbia, pero no podían permitir que Rusia fuera vencida, porque una Alemania vencedora y sin contrapeso oriental sería después un terrible enemigo para ellas.
Entre el 28 de julio y el 4 de agosto las grandes potencias de la Triple Entente y la Triple Alianza se declararon la guerra. El 3 de agosto Alemania declaró la guerra a Francia y de inmediato invadió Bélgica para atacar por un lado imprevisto. De momento, Italia se mantuvo al margen y no apoyó a Alemania y Austria-Hungría, dudando sobre qué bando ganaría. Sólo algunos dirigentes socialistas (Jaurés, Lenin) intentaron convencer a los sindicatos y los partidos de la II Internacional que aquella no era la guerra de los obreros, pero el espíritu nacionalista fue más fuerte.

1.3. ESTADOS CONTENDIENTES Y ESTADOS NEUTRALES.
Las Potencias Centrales.
Alemania y Austria-Hungría, las llamadas potencias centrales, se unieron desde el principio y llevaron el principal peso de la guerra. Contaban con la ventaja de tener una unidad de comunicaciones y poderosos ejércitos terrestres, sobre todo el alemán.
Más tarde, Turquía (XI-1914) y Bulgaria (X-1915) se juntaron a las potencias centrales, aunque su participación fue secundaria.
Los aliados de la Entente.
La Entente la compusieron desde el principio los aliados Reino Unido, Francia, Rusia y dos potencias menores, Bélgica (debido a que Alemania había vulnerado su neutralidad) y Serbia.
En los años siguientes otros países entraron en la guerra al lado de los aliados. Italia, neutral al principio pese a pertenecer a la Triple Alianza, rechazó apoyar a las Potencias Centrales sino que se cambió de bando y participó desde 1915 junto a los aliados. También se alinearon con la Entente sucesivamente Rumanía, Montenegro, Grecia y Portugal en Europa.


En naranja las Potencias Centrales, en verde los Aliados y en añil los neutrales.

Los Estados neutrales, Japón y EE UU.
Los Estados neutrales fueron muchos en Europa: España, Suiza, Holanda, Dinamarca, Noruega y Suecia. Pero en dos casos la neutralidad fue conculcada: Bélgica (desde el principio) y Grecia (1917).
La mayoría de los países latinoamericanos se mantuvieron neutrales hasta 1917, cuando la presión norteamericana les llevó a alinearse con la Entente.
En Asia se mantuvieron neutrales China, Tailandia y Afganistán, mientras que Persia estuvo a punto de apoyar a las Potencias Centrales pero fue ocupada preventivamente por los rusos y británicos.
Japón, aliada histórica de Reino Unido, intervino pronto contra Alemania y ocupó sus colonias de Tsing-tao (China) y las islas de Micronesia.
EE UU fue neutral al principio porque sus simpatías con los aliados eran moderadas por la numerosa población de procedencia alemana, pero comenzó progresivamente a ayudar con capitales y armas a los aliados, sus principales clientes en la época de extraordinaria prosperidad que comenzó entonces. El hundimiento del barco estadounidense Lusitania en la campaña submarina alemana decidió a la opinión pública y el presidente Wilson ordenó la intervención en 1917, que resultó decisiva a favor de los aliados.
1.4. DESARROLLO DE LAS OPERACIONES.



Mapa de evolución del conflicto en Europa entre 1914-1918.

La guerra de movimientos.
Alemania, que contaba con el ejército más potente, luchó en dos frentes: contra Francia en el Oeste y Rusia en el Este. Contando con que los rusos tardarían en movilizar sus ejércitos, el alto mando alemán decidió concentrar sus fuerzas contra Francia, vencerla primero y trasladar luego sus tropas al este.
Desde el primer momento los alemanes, atravesando Bélgica en un movimiento envolvente, empujaron al ejército francés hacia el sur y su victoria llegó a parecer inminente. Pero a finales de agosto los rusos, aunque no preparados del todo, invadieron Prusia. Fue necesario sacar urgentemente tropas de Francia y mandarlas al frente ruso, donde los generales Hindenburg y Ludendorf consiguieron grandes victorias en las batallas de Tannnenberg y Lagos Masurianos. Pero los alemanes ya no tuvieron fuerzas suficientes para derrotar del todo a los franceses, que les contuvieron en la batalla del Marne (6-11 de septiembre). Ambos contendientes avanzaron entonces para dominar los puertos del Canal de la Mancha, por donde llegaban los refuerzos británicos.
El frente occidental se estabilizó en diciembre de 1914: desde el Mar del Norte a Suiza se extendía un frente continuo formado con líneas paralelas de trincheras.
En el frente balcánico, Serbia y Montenegro tras una larga resistencia fueron ocupados por las Potencias Centrales, lo que aseguró su predominio durante el resto de la guerra en los Balcanes y precipitó la incorporación de Bulgaria y Turquía a su bando.
La guerra de trincheras.


La guerra de trincheras resultó ser una terrible forma bélica a la que no estaban acostumbrados los militares. Los soldados se amontonaban en zanjas estrechas, llenas de barro por las lluvias, protegidas por alambradas, apenas separadas de las enemigas. Los generales pretendían vencer efectuando asaltos frontales y abriendo brechas entre las trincheras enemigas. Para ello se bombardeaba furiosamente y durante mucho tiempo un sector del frente y luego se lanzaban al asalto sucesivas oleadas de soldados de infantería. Pero el enemigo contestaba con su propia artillería o con las ametralladoras y se producían matanzas horrorosas para apenas avanzar unos pocos kilómetros.

Las grandes batallas de desgaste.
Las batallas de desgaste de Verdún (iniciada con una ofensiva alemana) entre febrero y julio de 1916 y del Somme (esta fue una ofensiva aliada) entre junio y noviembre de 1916 fueron las más importantes de la guerra por la enorme suma de bajas de ambos contendientes, pese a que ambas acabaron en un equilibrio.
Las ofensivas del frente oriental.
Entre las ofensivas del frente oriental a partir de 1915, que no podía ser por su amplitud una guerra de trincheras sino de movimientos, destacan las de los alemanes en Polonia (1915), que permitieron ocupar la región occidental del Vístula; y, por el contrario, las ofensivas de los rusos de Brusilov en 1916 y la ordenada por Kerenski en 1917, que al principio hundieron a los austrohúngaros en el sector sur del frente pero que terminaron en duras derrotas ante la intervención alemana, y la conquista de la mayor parte de Rumanía por las Potencias Centrales (1916).
Problemas sociales y económicos de la guerra.
Se plantearon problemas nuevos, como la industrialización y financiación de la guerra. Los Estados planificaron e intervinieron las economías para concentrar todos los esfuerzos en la producción de armamento, alimentos y material de uso bélico. Los empréstitos, tanto interiores como exteriores, financiaron la costosa guerra. Los imperios coloniales de los aliados fueron aprovechados para financiar, suministrar y reclutar tropas.
Las nuevas armas, los inventos.

Se desarrollaron nuevas armas: una artillería más potente, aviación, tanques, submarinos y armas químicas. Pero la más decisiva fue tal vez la alambrada espino de acero, que paralizaba los avances de la infantería.
La búsqueda de alianzas.
La necesidad de superar por los flancos al enemigo incitó a ambos bandos a incorporar más países, Mientras las potencias centrales conseguían el apoyo apenas de Turquía y Bulgaria, los aliados recibieron un apoyo más amplio: Italia, Portugal, Rumanía y, finalmente, el decisivo de los EE UU.
La guerra fuera de Europa.
Alemania perdió en los primeros meses sus colonias en China y Oceanía a manos de Japón con escasa lucha, mientras que sus colonias africanas de Togo, Camerún y Namibia caían en manos de franceses y británicos, salvo en Tanganika, que resistió en una audaz lucha de guerrillas hasta el final de la guerra.
El bloqueo marítimo.
Los Aliados bloquearon por mar a Alemania para privarla de alimentos y materias primas. Alemania respondió con la guerra submarina, para bloquear a sus enemigos, hundiendo gran cantidad de buques aliados e incluso neutrales, lo que fue un factor importante para llevar a EE UU a decantarse por la intervención.
Sólo hubo una batalla naval importante, la de Jutlandia (en el Mar del Norte), que acabó en empate, sin que los alemanes pudiesen romper el bloqueo naval aliado.
Desmoralización de la población.
Tanto las tropas como la población civil en la retaguardia sufrieron una grave y rápida pérdida de moral de lucha, debido a las terribles pérdidas humanas y a los enormes costos materiales. Las huelgas de los trabajadores y las deserciones de los soldados fueron combatidas con la propaganda nacionalista y la represión.
1.5. HACIA EL FINAL DE LA GUERRA.
La crisis de 1917 en Rusia y la paz de Brest-Litovsk (1918).
La descomposición de la sociedad y el ejército en Rusia culminó en la Revolución Rusa de febrero de 1917. Al principio el gobierno “burgués” de Kerenski prosiguió la guerra e incluso lanzó una ofensiva, pero las derrotas que siguieron fueron tan terribles que se precipitó la Revolución de Octubre ese mismo año, que puso el poder en manos de los bolcheviques, partidarios de acabar la guerra. La paz de Brest-Litovsk (1918) finalizó la gue­rra entre las Potencias Centrales y Rusia, que perdió los países bálticos, Polonia y Ucrania, ocupadas por el enemigo.
Inmediatamente los rumanos tuvieron que rendir sus posiciones y en mayo quedaba liquidado el frente oriental, pudiendo los alemanes trasladar entonces importantes fuerzas al frente occidental, justo cuando los norteamericanos llegaban.
Intervención de EE UU.
La intervención de EE UU fue decisiva para inclinar la guerra del bando de los aliados. El hundimiento del Lusitania en mayo de 1915 y de otros barcos a continuación fue un importante factor que explica el cambio de la opinión pública, pero más aun pesaban las deudas de los Aliados, tan fuertes hacia 1917 que no se podía permitir su derrota si se quería recuperar la inversión. Por fin, EE UU declaró la guerra a Alemania (6-IV-1917) y envió a Europa en el año siguiente hasta 2 millones de soldados, superando abrumadoramente en número a los refuerzos que habían podido enviar los alemanes desde el Este.
La gran ofensiva alemana y el posterior desmoronamiento alemán.
En el verano de 1918, Alemania lanzó, bajo el mando de los generales Hindenburg y Ludendorf (exitosos comandantes del frente oriental), la última gran ofensiva en el frente del Oeste, planificada para antes de la llegada de los refuerzos norteamericanos pero fueron contenidos ante París en la segunda batalla del Marne.
A mediados del verano los aliados, ya con los refuerzos de EE UU, comenzaron su ofensiva y echaron atrás a los alemanes. En octubre la situación en Alemania era ya deses­perada: la retirada del ejército, los motines en la flota, las huelgas y las manifestaciones en la retaguardia. El alto mando militar alemán prefirió negociar una paz antes de que entraran en Alemania los aliados, mientras que estos deseaban un pronto final de la guerra para acabar con la carnicería y aislar enseguida a la Rusia comunista. A principios de noviembre estalló una verdadera revolución popular en Alemania, formándose numerosos consejos (según el exitoso modelo ruso) de obreros y soldados en las ciudades, el gobierno dimitió, los soldados y marinos se negaron a seguir luchando. El canciller, príncipe Maximilian de Baden, un pacifista nombrado para negociar la paz, dimitió (9-XI)) y le sucedió el socialdemócrata Ebert, con el fin de parar la revolución, al tiempo que el emperador Guillermo II abdicó y huyó a Holanda, y se proclamó la República. El armisticio de rendición alemana se firmó el 11 de noviembre.
Hundimiento austriaco, búlgaro y turco.
Austria-Hungría cayó ante la ofensiva conjunta aliada, desde el Norte de Italia (24 octubre) y desde Grecia. A finales de octubre la revolución en todos los países del Imperio austro-húngaro lo deshace irreversiblemente y el emperador Carlos de Habsburgo, tras el fracaso de su intento federalista de austriacos, húngaros y eslavos, abandonó el país.
Bulgaria, a su vez, se hundió en septiembre ante el ataque de los ejércitos aliados desde Grecia.

Turquía, por su parte, no pudo resistir el doble ataque británico desde Egipto e Iraq.

1.6. UNA NUEVA ORDENACIÓN DEL MUNDO.

Mapas políticos de comparación de Europa en 1914 y 1919.

Mapa de cambios territoriales en Europa.

Los Tratados de paz.
Se firmaron en 1919 una sucesión de tratados, los más importantes de los cuales se firmaron en París: Versalles (los Aliados con Alemania), Saint Germain (Austria), Trianon (Hungría), Neuilly (Bulgaria) y Sèvres (Turquía).
Las fronteras fueron modificadas de acuerdo a los principios generales de autodeterminación de los pueblos nacionales, lo que no contó para Alemania y Austria. La primera devolvió a Francia Alsacia y Lorena, mientras que Dinamarca añadió unos territorios en Jutlandia y Bélgica ganaba unas localidades, y la región renana del Sarre era declarada Estado autónomo, con la previsión de un futuro plebiscito para decidir si se incorporaba a Francia (pero votó finalmente a favor de Alemania).
En los Balcanes, Rumanía ganó territorios a Austria-Hungría (Transilvania), Rusia (Besarabia) y Bulgaria (Dobrudja); Grecia se extendió por el sur de Bulgaria y en Turquía (hasta que una guerra posterior fijó las actuales fronteras).
La disgregación de los cuatro grandes imperios de Alemania, Austria-Hungría, Rusia y Turquía conllevó la aparición en Europa de nuevos Estados (algunos de los cuales nunca habían sido independientes): Finlandia, Lituania, Letonia, Estonia, Polonia, Austria, Hungría, Checoslovaquia yYugoslavia, que se formó con la integración de los independientes Serbia y Montenegro e incluir Bosnia, Herzegovina, Croacia y Eslovenia, zonas eslavas tomadas a Austria-Hungría.
Italia a su vez ocupó el Trentino y Trieste, tomadas a Austria-Hungría, magro fruto para sus muchos sacrificios.
Bulgaria perdió territorios limítrofes a favor de Grecia, Serbia y Rumanía.
El Imperio Turco se dividió entre una Turquía reducida y en parte ocupada por los aliados, que estuvieron a punto de dividirse todo el país, y unos territorios bajo mandato francés (Siria, Líbano) y británico (Palestina, Irak).
Alemania perdió sus colonias a manos de Gran Bretaña, Francia, Bélgica y Japón, en forma de mandatos de la Sociedad de Naciones (en realidad de las potencias aliadas), que debían preparar posteriormente la independencia.

Mapa de las colonias alemanas perdidas en Oceanía, a manos de Japón y Reino Unido, desde las Marianas hasta Nueva Guinea.

El gran derrotado, Alemania, debió aceptar su culpabilidad, pagar una enorme indemnización por reparaciones de guerra, reducir al mínimo su flota y su ejército, sufrir la ocupación de la región de Renania y perder territorios en casi todos las fronteras (sobre todo Alsacia y Lorena), y todo su imperio colonial. Ni siquiera pudo compensarlo con la unión con Austria (cuya población lo deseaba) y vio como importantes poblaciones alemanes quedaban en Checoslovaquia y Polonia. Estas duras condiciones la humillaron profundamente y fo­mentaron un nacionalismo revanchista. Muchos alemanes creyeron haber sido traicionados por los socialistas y anarquistas, pues la propaganda hasta el último día les había hecho creer que estaban ganando la guerra y además los aliados nunca invadieron su país, y de repente se encontraban vencidos y en parte ocupados. Esta idea de la traición comenzó a fraguar ideológicamente el futuro ascenso del nazismo.
Austria-Hungría desapareció, sustituida por varios Estados. Austria se redujo a la zona de población alemana desde Viena hasta el Tirol, pero grandes contingentes de población alemana quedaron repartidos entre los Estados de Checoslovaquia (zona de los Sudetes), Hungría y Rumanía.



Mapa de Europa tras los Tratados de París en 1919.

Los desastres de la guerra.
La guerra provocó casi 8,5 millones de muertos y 20 millones de heridos, y favoreció decisivamente debido a las penurias de la población la expansión de la epidemia llamada de la ‘gripe española’ de 1918-1919, que mató cerca de 50 millones de personas. Ninguna guerra anterior había sido tan sangrienta. Su repercusión en la demografía y en la economía de los países fue muy importante porque eran hombres jóvenes.
Fueron inmensas las destrucciones materiales. Las tierras del Norte de Francia, principal escenario de la guerra, quedaron destruidas; se hundieron 13 millones de tm de barcos; e incontables fábricas fueron arrasadas.
El endeudamiento fue enorme. Hubo que aumentar los impuestos y dedicar la mayor parte de los presupuestos a la guerra. Los bancos ingleses, que habían hecho grandes préstamos a sus aliados al principio de la guerra, al acabar esta debían a los EE UU unos 10.000 millones de dólares.
La industria europea se había concentrado en el armamento y había abandonado los mercados coloniales, China y América. EE UU y Japón, más otros países como España, ocuparon su lugar proveyendo su demanda.
Las consecuencias sociales también fueron enormes: amargura, desesperación, cambios en la mentalidad colectiva, los nacionalismos emergentes... El escritor austrohúngaro Zweig escribió: ‹‹tal vez nada demuestra de modo más palpable la terrible caída que sufrió el mundo a partir de la I Guerra Mundial como la limitación de movimientos del hombre y la reducción de su derecho a la libertad. Antes de 1914 la Tierra era de todos. Todo el mundo iba a donde quería. No existían permisos ni autorizaciones. La gente subía y bajaba de los trenes y de los barcos sin preguntar ni ser preguntada. No existían salvoconductos, ni visados ni ninguno de esos fastidios. Fue después de la guerra cuando el nacionalsocialismo comenzó a transformar el mundo, y el primer fenómeno visible de esta epidemia fue la xenofobia: el odio, o por lo menos el temor al extraño. En todas partes la gente se defendía de los extranjeros, en todas partes los excluía. ›› [Stefan Zweig. El mundo de ayer. Memorias de un europeo. El Acantilado. Madrid.]
La Sociedad de Naciones.
Uno de los 14 Puntos del presidente Wilson proponía el establecimiento de una Sociedad de Naciones, que tendría como finalidad asegurar la paz, garantizar la independencia política y territorial de los Estados y programar el desarme general. Estableció su residencia en la ciudad suiza de Ginebra. 
Tenía pocas posibilidades de resultar efectiva porque, desde el primer momento, no formaron parte de ella dos naciones muy importantes: EE UU, porque el Senado no aprobó la política exterior del presidente Wilson y volvió el aislacionismo tradicional, y la URSS.

2. LA POLITICA DE ENTREGUERRAS EN LOS AÑOS 20.
Dos países, Alemania e Italia, quedaron muy defraudados y se encontraron años después luchando en el mismo bando.
En Alemania espolearon el revanchismo la idea de que los militares no habían sido derrotados sino traicionados por los políticos que habían firmado la paz, la ocupación de Renania y las enormes indemnizaciones. La República de Weimar, tras una calamitosa crisis económica a principios de los años 20, sufriendo una meteórica inflación, logró estabilizar económicamente el país entre 1925 y 1929, pero la situación política interna era muy inestable, por la falta de un consenso entre las izquierdas y las derechas, y por el ascenso del nazismo.
Italia consideró que no había conseguido un premio suficiente para compensar las graves pérdidas humanas y materiales sufridas.
Rusia (posteriormente llamada URSS) permaneció aislada tras la guerra civil, hasta que firmó un acuerdo con Alemania en Rapallo (1921).
Turquía consiguió asegurarse, bajo el mando del general y dictador Kemal Ataturk, la independencia e integridad territorial en lucha contra los griegos en 1923.
Japón consiguió la hegemonía en el Pacífico Occidental.
EE UU accedió al rango de gran potencia y en los años siguientes adoptó una política de neutralidad, aunque vigilando que no surgieran grandes potencias amenazantes, de lo que es un ejemplo el Tratado de Washington por el que se mantenía el statu quo en el Pacífico y se limitaban las flotas armadas.
Gran Bretaña y Francia decayeron en el rango de grandes potencias económicas debido al empobrecimiento padecido, pero mantuvieron su poder político, militar y colonial, y hacia mediados de los años 20 también lograron rehabilitarse económicamente en cifras absolutas, aunque ya jamás relativas.
Las potencias occidentales intentaron solucionar con una serie de conferencias y tratados en los años 20 los problemas del pago de la deuda alemana, la desmilitarización de este país, los acuerdos de desarme y statu quo, los problemas de Turquía, los movimientos anticolonialistas del Tercer Mundo, el aislamiento de la URSS... Durante un decenio funcionó bien el sistema de acuerdos, favorecido por la Sociedad de Naciones, pero la crisis del 29 alteró decisivamente la situación, enconando los conflictos y abriendo la larga crisis de los años 30 que iba a desencadenar la II Guerra Mundial.

3. LA CRISIS DE 1929.
3.1. CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL.
Gran Bretaña y Francia estaban tan agotadas y endeudadas que perdieron la hegemonía mundial anterior a manos de EE UU, la nueva gran potencia, aunque pronto volviera al aislacionismo, para disfrutar de los “felices años 20”. La guerra había enriquecido a EE UU, que había acumulado la mitad de las reservas de oro del mundo. Los Aliados le debían más de 10.000 millones de dólares y había invadido con sus productos los mercados mundiales antes pertenecientes a los países europeos.
3.2. DE LA GUERRA A LA CRISIS (1919-1929).
La crisis económica de la posguerra en Europa fue muy dura respecto a la leve caída en EE UU por la caída de la demanda bélica, pero hacia 1925 se había superado por completo.
En general, entre 1921 y 1929, los “felices años veinte”, hubo una etapa de prosperidad económica extraordinaria, basada en el consumismo provocado por la renovada confianza de la población, la publicidad, el aumento de la demanda de nuevos productos (automóviles, electrodomésticos) o viviendas, y la mecanización que suplía la menor mano de obra (muerta en la guerra).
La liberación de la mujer ganada con su esfuerzo bélico en la guerra se reflejó en el derecho de voto, en la moda más libre, en su apariencia distinta (el cuerpo podía mostrarse en parte y debía ser más estilizado), en su participación en muchos empleos y en el ocio público, en el cambio de su estatus social y familiar según el ejemplo de las grandes estrellas del cine...
Se crearon grandes “trusts” empresariales, con multitud de fábricas y obreros, con nuevos sistemas de producción (taylorismo, producción en cadena), con beneficios tan grandes que sus acciones subieron como la espuma.
Los EE UU fueron gobernados por tres presidentes republicanos (1920-1932) partidarios de un retorno a los valores tradicionales, del aislamiento internacional y del proteccionismo comercial. En este clima de recelo hacia lo extranjero y de moralización de costumbres, hay que situar las medidas de restricción a la inmigración con el establecimiento en 1921 de cupos que limitaban el número de inmigrantes a 162.000 al año (antes ya se habían aplicado a chinos y japoneses). Los inmigrantes italianos, polacos o mexicanos se concentraban en barrios propios (guetos) manteniendo su identidad. Se recrudecía el racismo con el movimiento del Ku Klux Klan. Se aprobaba la Ley Seca, que prohibía la importación, destilación y comercialización de bebidas alcohólicas, lo que redujo el número de consumidores pero sentó las bases para la expansión de la Mafia en el mercado clandestino del alcohol, un ejemplo pertinente de lo que ocurrió luego con la prohibición del narcotráfico de drogas más duras.
Era una prosperidad con bases débiles. La agricultura producía demasiados alimentos y materias primas, por lo que los precios bajaron y muchos agricultores se arruinaron y perdieron sus tierras: en EE UU hasta 1,5 millones de campesinos emigraron a las ciudades en los años 20. La industria también entró en una espiral de sobreproducción de productos que se vendían en gran parte a crédito, y se reunieron inmensos stocks. Una caída de la confianza y de la liquidez podía hundir en cualquiera momento a este sistema.
Pero en vez de moderarse el crecimiento, desde el verano de 1928 la Bolsa expe­rimentó una enorme subida de las cotizaciones porque se pedían créditos para comprar acciones y los bancos los concedían sin reparos, lo que alimentaba la burbuja. Al mismo tiempo las especulaciones inmobiliarias subían de valor de día en día.

3.3. EL CRACK DEL 29.



Las crisis económicas del capitalismo habían sido aceptadas desde el siglo XIX como elementos inherentes al propio sistema, de tal manera que se consideraba normal que a una fase alcista siguiese una recesiva, hasta que el sistema alcanzaba un punto de equilibrio y reanudaba su crecimiento, pero la crisis de 1929 fue distinta. Su profundidad, universalidad y consecuencias la catalogan como la más dura que haya sufrido el capitalismo.
Se inició en octubre de 1929 cuando se advirtió finalmente por la mayoría de los agentes económicos que no se podía consumir todo lo que la industria producía y seguir manteniendo la expansión. Cuando los inversores lo comprendieron y quisieron recuperar la liquidez de sus acciones para pagar los créditos que habían pedido para la compra de esas mismas acciones, el “jueves negro” del 24 de octubre, la Bolsa de Nueva York se desplomó al salir al mercado 13 millones de acciones. Los bancos decidieron comprar inicialmente las acciones para parar el proceso, pero la caída inicial se convirtió en derrumbe e histeria vendedora el martes 29 de octubre, con un desplome que sólo se frenó en 1932. Los bancos no tuvieron liquidez para sostener la Bolsa y pagar a quienes retiraban sus fondos, y los especuladores no pagaron sus créditos al perder valor las acciones. Los precios industriales y agrícolas, de las viviendas hipotecadas, se hundieron. Nadie compraba productos que no fue­ran de primera necesidad. Cerraron multitud de fábricas, quebraron infinidad de bancos, los comerciantes se arruinaron con las tiendas llenas de productos invendibles que empero debían pagar a los fabricantes.






Colas de parados.

3.4. DIFUSIÓN DE LA CRISIS.
La crisis financiera norteamericana se extendió a Europa al volver los capitales norteamericanos a su país. Los bancos europeos entraron en dificultades, comenzando por Austria y Alemania, que dependían de EE UU para poder tener liquidez. La caída del mercado norteamericano arruinó a muchas empresas exportadoras, tanto en Europa como en el mundo.
En Alemania y Austria la crisis fue gravísima y hundió a la democracia. Sólo en Alemania había 6 millones de parados en 1932.
La crisis fue menor en Francia y Gran Bretaña gracias al colchón que representaban sus mercados coloniales, y aun menor fue en los países menos industrializados como España. En Latinoamérica los efectos fueron ambiguos: la caída del comercio internacional dismi­nuyó sus exportaciones de materias primas y llevó a partidos populistas y dictatoriales al poder, pero alentó una diversificación industrial que resultaría beneficiosa en la segunda mitad de los años 30 y en los años 40.
3.5. RESPUESTAS A LA CRISIS.
La política económica de Keynes.
El economista británico John Maynard Keynes propugnó un aumento de la demanda del Estado y de las inversiones públicas para conseguir crear empleo, confianza y que los precios subieran. Sus propuestas a favor de un sistema de economía mixta, con participación de capital privado y estatal, con políticas de carácter social y laboral asumidas por los Estados, inspiraron las más eficaces medidas para salir del marasmo.
El New Deal de Roosevelt.
El presidente de EE UU desde enero de 1933, John D. Roosevelt, aplicó su política del “New Deal” (Nuevo Trato o Reparto): el gobierno tomó en gran parte las riendas de la economía para sanearla, con apoyo a los bancos para dotarlos de liquidez, leyes proteccionistas contra las importaciones a precios bajos, inversiones en obras públicas para dar trabajo a los parados, subsidios a los agricultores para reducir las tierras cultivadas y la sobreproducción y así que aumentaran los precios, el apoyo a los sindicatos para que aumentaran los salarios, y otras medidas de fomento de la demanda y contra la deflación.
Se salió poco a poco de la recesión, pero con grandes altibajos. Roosevelt fue reelegi­do en 1936 y 1940, pero en 1938 había todavía 8 millones de parados (la mitad que en 1932). La solución llegó, finalmente, gracias a la enorme demanda bélica ocasionada por la Segunda Guerra Mundial, algo similar a lo ocurrido con la anterior confrontación.
Otras respuestas.
La Alemania nazi siguió el camino del rearme militar y de las inversiones públicas en comunicaciones, pagados mediante un elevadísimo endeudamiento. Pero era inviable a largo plazo una política semejante, y se vio obligada a comenzar la II Guerra Mundial para mantener su política de pleno empleo.
El Reino Unido dejó la solución en manos de la “lógica del sistema” y la depresión se alargó, aunque suavizada por tener grandes mercados coloniales que explotaba.
Francia reaccionó con una política moderada de obras públicas y gasto social, que le permitió sortear bastante bien la crisis, aunque el desempleo se elevó.
Japón padeció tanto por la caída de sus mercados exteriores que buscó en la guerra de conquista de China un mercado para vender sus productos, y esto conllevó un auge militarista que le llevó a participar en la Segunda Guerra Mundial.
La URSS salió bien librada de la crisis pues aumentó su producción mientras los demás la reducían, así que el intervencionismo estatal apareció ante muchos teóricos como la solución idónea y esto explica el auge del comunismo como teoría política y económica entre los grupos intelectuales de Occidente durante los años 30 y 40.
3.6. CONSECUENCIAS DE LA CRISIS.
La crisis social.
Empezaban los “terribles años 30”. En 1932, en los EE UU había 14 millones de parados y en Europa otros 16 millones de desempleados. Crecían las colas de parados y hambrientos pidiendo comida, la emigración a California u otros países en busca de trabajo, y la desesperación de las familias para alimentar a sus hijos, al tiempo que el índice de natalidad disminuyó, se interrumpió la emigración entre continentes, aumentó la conflictividad social entre empresarios y trabajadores que se organizaron más intensamente en patronales y sindicatos respectivamente, y subía exponencialmente la delincuencia. Hubo una crisis ideológico-cultural: se derrumbaron el optimismo, la fe en la razón y el progreso.
La crisis del sistema liberal.
La desconfianza en el sistema capitalista se generalizó. Las teorías económicas clásicas quedaron obsoletas. El liberalismo económico fue sustituido por un intervencionismo estatal de sistema mixto (privado-público). Los comunistas, que habían logrado vencer en Rusia y eran una amenaza evidente al sistema liberal, creían ver cumplidas las predicciones de Marx de colapso final del capitalismo y de una revolución global que llevaría al proletariado al poder.
Los fascistas italianos y los nazis alemanes, los ultranacionalistas y antidemócratas, la alta y la pequeña burguesías de ideas conservadoras se aprestaron a atacar al liberalismo del centro y al socialismo y el comunismo de las izquierdas. Las clases sociales se radicalizaron en la defensa de sus respectivas posiciones ideológicas. Nunca pareció tan amenazada la democracia como entonces. Y la paz, la paz que se pensaba ganada para siempre en 1918, se perdió nuevamente en 1939.
Los frentes populares.
La izquierda se alineó en dos grandes grupos, socialistas y comunistas, que se enfrentaron hasta 1925. Los anarquistas, en cambio, salvo en España, entraron en aguda decadencia y dejaron de ser un referente político para las clases obrera y campesina.
Lenin organizó en 1919 una nueva Internacional, la III (Komintern), opuesta a la II Internacional socialista, considerada como aliada de los burgueses y desprestigiada por su apoyo a los respectivos bandos durante la I Guerra Mundial. Los comunistas se escindieron de los partidos socialistas europeos y de otros continentes en los primeros años 20 y la pugna entre socialistas y comunistas fue una constante de los años de entreguerras, lo que explica en gran parte su debilidad y fracaso ante el auge del fascismo.
Pero fue precisamente la amenaza del fascismo en los años 30 lo que posibilitó en el VII Congreso de la III Internacional (1935) un cambio de la política comunista: había que unir a las fuerzas antifascistas, incluyendo en un Frente Popular a los comunistas, socialistas, liberales e incluso los burgueses conservadores demócratas. Francia en 1935 y España en 1936 fueron los primeros ejemplos. Su objetivo era la defensa de la paz y de las libertades, más algunas reformas sociales progresistas. Pero los ensayos fracasaron por la mala situación económica, la inestabilidad social y las discrepancias entre miembros tan diversos sobre la estrategia frente al ascenso del fascismo.

4. HACIA LA II GUERRA MUNDIAL.
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue el resultado de todo un conglomerado de causas remotas y próximas, que se forjaron en los años 30:
Las causas remotas.
- La ruptura del equilibrio balcánico a partir de 1919 tras la desmembración de Austria-Hungría, al integrarse en Yugoslavia varias etnias enfrentadas y ser muy artificiales las fronteras de Italia, Hungría, Rumanía y otros países.
- El fracaso de la Sociedad de Naciones (SDN), debido sobre todo a la indecisión de Francia y Gran Bretaña, que no se atrevieron a usar la fuerza en momentos necesarios: la agresión de Japón a China (1931 y 1935), el rearme de la Alemania nazi (1934), la anexión de Etiopía por Italia (1935) o la militarización alemana de Renania (1936). El fracaso de la SDN se debió, sobre todo, a la decadencia político-económica de las democracias occidentales, que no querían volver a guerrear.
- La negativa de los Estados vencidos a aceptar las cláusulas del Tratado de Versalles y sus corolarios (el artículo 231 atribuía al pueblo alemán la responsabilidad de la guerra).
- La negativa de varios de los Estados vencedores a revisar los puntos más discutidos de los tratados de 1919, como el pago de enormes compensaciones de guerra.
- La división de los Aliados, sobre todo por el aislacionismo de EE UU y Gran Bretaña (esta sospechaba que Francia quería imponer una simaquia militar en Europa).
- La aparición en Italia y Alemania de regímenes totalitarios y militaristas, que exaltaban la supremacía del Estado en detrimento de la libertad individual.
- El surgimiento de dictaduras en otros países, como España, Portugal y todos los países de los Balcanes y del Este de Europa, salvo Checoslovaquia.
Las causas próximas.
- Las reivindicaciones de algunas minorías étnicas oprimidas por las dictaduras o los Estados nacionales en que habían quedado inclusas: alemanes en Checoslovaquia y otros países, húngaros en Rumanía, italianos en Yugoslavia...
- La política imperialista del Japón, para superar sus graves dificultades económicas desde 1931.
- La política de conquistas de Alemania e Italia en busca del espacio vital (lebens­raum) a costa de sus vecinos. Alemania ocupó y se anexionó Austria (marzo de 1938) y luego la mayor parte de Checoslovaquia, en varias fases, comenzando por los Sudetes alemanes; y su ansia de territorios en el Este creció. Italia se apoderó de Etiopía y Albania, y soñó con un gran Imperio Romano en el Mediterráneo.
- La actitud pasiva y vacilante de Francia y Gran Bretaña ante las amenazas anteriores.
- La neutralidad de la URSS respecto a Alemania, decepcionada por los acuerdos de Munich (1938) que apenas habían apaciguado a Alemania a cambio de darle los Sudetes, y deseosa a su vez de expansionarse sobre Polonia y los otros países bálticos, pues temía la expansión alemana.
Todo esto alcanza su apogeo en el verano de 1939: el 1 de septiembre Alemania invadió Polonia y comenzó la II Guerra Mundial, el mayor conflicto bélico que ha padecido la Humanidad.

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Libros.
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Wiskemann, Elizabeth. La Europa de los Dictadores. 1914-1945. Siglo XXI. Madrid. 1978. 341 pp.
Artículos.
Moreno Claros, Luis Fernando. Errores que se pagan. “El País”, Babelia nº 760 (17-VI-2006) 13. Reseña amplia (con comentarios bibliográficos) de Haffner, Sebastian. Los siete pecados capitales del Imperio alemán en la Primera Guerra Mundial. Traducción de Belén Santana. Destino. Barcelona, 2006. 188 pp.
Käppner, Joachim. Una sola patria para Europa. “El País” (17-I-2014) 6. Una mirada sobre la Primera Guerra Mundial desde el presente.

PROGRAMACIÓN.
LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LAS RELACIÓNES INTERNACIÓNALES EN EL PERÍODO DE ENTREGUERRAS. LA CRISIS DE 1929.
UBICACIÓN Y SECUENCIACIÓN.
Bachillerato, 1º curso. Historia del mundo contemporáneo. Apartado 3. La época de los grandes conflictos mundialesLa Primera Guerra Mundial. Los tratados de paz y la Socie­dad de Naciones. Los nuevos Estados europeos.
La depresión económica de los años treinta. Fascismo y regímenes dictatoriales. Las opciones democráticas en Europa y América.
La evolución de las relaciones internacionales en el periodo de entreguerras. El expansionismo japonés en Asia y alemán en Europa. La Segunda Guerra Mundial.
También puede avanzarse el tema en ESO, 2º ciclo. Eje 2. Sociedades históricas y Cambio en el Tiempo. Bloque 5. Cambio en el tiempo. Núcleo 3. Cambio social y revolución en la época contemporánea.
- Las grandes transformaciones y conflictos del siglo XX. Revoluciones, guerras mundiales y descolonización.
RELACIÓN CON TEMAS TRANSVERSALES.
Relación con el tema de la Educación para la Paz y de Educación Moral y Cívica.
TEMPORALIZACIÓN.
Seis sesiones de una hora.
1ª Documental, sobre I Guerra Mundial. Diálogo. Exposición del profesor, sobre la I Guerra Mundial y sus consecuencias.
2ª Exposición del profesor, sobre la I Guerra Mundial y sus consecuencias; diálogo con cuestiones.
3ª Exposición del profesor sobre las relaciones internacionales periodo de los años 20, y de refuerzo y repaso; esquemas, mapas y comentarios de textos.
4ª Documental, sobre la Gran Depresión. Diálogo. Exposición del profesor, sobre la Gran Depresión.
5ª Exposición del profesor, sobre las relaciones internacionales en los años 30, y de refuerzo y repaso; esquemas, mapas y comentarios de textos.
6ª Comentarios de textos; debate y síntesis.
OBJETIVOS.
Conocer las causas, desarrollo y consecuencias de la I Guerra Mundial.
Explicar el proceso histórico de las relaciones internacionales en los años 20.
Comprender las causas de la Gran Depresión.
Analizar las relaciones entre los fenómenos económico-sociales y políticos en este periodo.
Comprender las causas políticas, económicas y sociales de la II Guerra Mundial.
CONTENIDOS.
A) CONCEPTUALES.
La I Guerra Mundial.
Las relaciones internacionales en los años 20.
La Gran Depresión.
Los antecedentes de la II Guerra Mundial.
B) PROCEDIMENTALES.
Tratamiento de la información: realización de esquemas del tema, mapas de los cambios de fronteras, análisis de estadísticas sobre economía y sociedad.
Explicación multicausal de los hechos históricos: en comentario de textos.
Indagación e investigación: recogida y análisis de datos en enciclopedias, manuales, monografías, artículos...
C) ACTITUDINALES.
Rigor crítico y curiosidad científica.
Tolerancia y solidaridad.
Interés por el diálogo como mejor opción para la paz y el bienestar.
Rechazo de los totalitarismos y de las guerras.
METODOLOGÍA.
Metodología expositiva y participativa activa. Se debe insistir en el carácter significativo del aprendizaje, enlazando los conocimientos anteriores con los nuevos.
MOTIVACIÓN.
Uso de breves documentales para estimular el interés de los alumnos. Hacer un breve diálogo para hacer una evaluación inicial del estado de conocimientos de la clase.
ACTIVIDADES.
A) CON EL GRAN GRUPO.
Exposición por el profesor del tema. Se usarán mapas del conflicto y de las relaciones internacionales; esquemas conceptuales y gráficos.
B) EN EQUIPOS DE TRABAJO.
Realización de una línea de tiempo sobre el proceso.
Realización de esquemas sobre los principales apartados.
Un mural sobre la Gran Guerra y otro sobre la Gran Depresión.
Comentarios de textos sobre los principales acontecimientos del periodo, en especial el Tratado de Versalles, una descripción de las consecuencias sociales...
C) INDIVIDUALES.
Realización de apuntes esquemáticos sobre la UD.
Participación en las actividades grupales.
Búsqueda individual de datos en la bibliografía, en deberes fuera de clase.
Contestar cuestiones en cuaderno de trabajo, con diálogo previo en grupo.
RECURSOS.
Presentación digital.
Libros de texto, manuales y mapas.
Fotocopias de textos para comentarios.
Cuadernos de apuntes, murales, esquemas...
Documentales.
EVALUACIÓN.
Evaluación continua. Se hará hincapié en que se comprenda la interrelación entre los hechos políticos, económicos, sociales y culturales.
Examen incluido en el de otras UD de este periodo, con breves cuestiones y un comentario de texto.
RECUPERACIÓN.
Entrevista con los alumnos con inadecuado progreso.
Realización de actividades de refuerzo: esquemas, comentario de textos...

Examen de recuperación (junto a las otras UD).
APÉNDICE. Texto propuesto para comentario de texto historiográfico.
Luis Fernando Moreno Claros. Errores que se pagan. “El País”, Babelia nº 760 (17-VI-2006) 13. Reseña de Haffner, Sebastian. Los siete pecados capitales del Imperio alemán en la Primera Guerra Mundial. Traducción de Belén Santana. Destino. Barcelona, 2006. 188 páginas.
‹‹Alemania fue la principal causante de la Primera Guerra Mundial, según mantiene Sebastian Haffner en un análisis de impecable estilo e ideas bien argumentadas.
Del periodista e historiador alemán Sebastian Haffner (19071999) contamos en castellano con libros tan excelentes como Anotaciones sobre Hitler (Galaxia Gutenberg), Historia de un alemánWinston Churchill o Alemania, Jeckill & Hyde (Destino); y pronto aparecerán El pacto con el diablo y La vida de los paseantes. Haffner fue un gran escritor, un hábil periodista y un analista político de su tiempo, a veces muy lúcido y otras polémico y controvertido, pero siempre dotado de ese estilo claro y sintético con el que podía explicar de maravilla lo más enrevesado. Si sus artículos fueron circunstanciales, sus libros de alta divulgación histórico-política mantienen aún hoy su vigencia y proporcionan una lectura gozosa y enriquecedora incluso al lector no especializado.
En 1938, Haffner tuvo que exiliarse a Inglaterra sacudido por el asco que le provocaba el régimen nazi, aunque él era ario y hubiera podido ejercer en su patria como jurista. En Londres trabajó para “The Observer”, agudizó juicio y estilo y consolidó su firma. Al regresar a Alemania en 1954 se granjeó tanto aprecios incondicionales como el acoso de cuantos no soportaban sus incisivos juicios políticos, su implacable hostigamiento desde las páginas de prestigiosos diarios —a veces de tendencias opuestas— tanto a la Alemania federal como a los opacos regímenes situados tras el llamado telón de acero. Haffner no se lo puso nunca fácil a los alemanes; destapó sus miedos y radiografió sus almas, los tachó de antidemócratas y nazis recalcitrantes. Cambió de opiniones políticas varias veces llevado de un furibundo individualismo, aunque en sus análisis históricos jamás se atuvo a clichés facilones ni a simplezas, sino que entró a saco en la historia contemporánea en busca de certezas que, a modo de revulsivos, enseñaran a sus compatriotas las raíces de sus males y los curaran de sus prejuicios. Tal fue el objetivo del libro que nos ocupa, publicado en 1964, con ocasión del cincuentenario de la I Guerra Mundial. Pretendía demostrar a sus compatriotas lo poco que habían comprendido aquella calamidad europea que no fue fruto de ningún “destino” sino de desafortunadas decisiones humanas.
Alemania y sólo ella fue la causante de la Gran Guerra, y no el atentado que costó la vida al heredero del trono austriaco y a su esposa: “Los disparos de Sarajevo no provocaron absolutamente nada”, sostiene Haffner. Partiendo de esta premisa, el autor analiza la actuación de Alemania en una época en que la guerra era todavía una opción “legítima, honorable e incluso gloriosa” de la política entre naciones. En aquel entonces Europa “esperaba y casi deseaba una guerra”, muchos jóvenes la anhelaban como aventura romántica; la realidad demostraría que, al poco de estallar, la contienda sobrepasó todas las expectativas en cuanto a duración, crueldad y horror. A su término, el mundo civilizado cambió su concepción de la guerra y aprendió a considerarla, antes que “opción política legítima”, un cataclismo inhumano. Sin embargo, la polvareda que levantó aquella matanza no atajó ninguna otra guerra y hasta generó el lodazal de sangre de la siguiente al inocular en Alemania un desaliento generalizado que embriagó de odio a un personaje como Hitler.
Haffner lee la cartilla al bombástico Imperio alemán, al que culpa de siete errores descomunales que lo condujeron a perder una guerra que pudo ganar: el primero fue el abandono de la política mesurada de Bismarck, a la que Alemania renunció obnubilada por su expansionismo y su deseo de emular el imperialismo de la orgullosa Inglaterra. Junto a las razones que desataron la contienda, Haffner detalla los demás errores, entre ellos, el ataque a Francia a través de la indefensa Bélgica según la aplicación militar de un inquebrantable “plan Schlieffen”; la guerra submarina sin cuartel, que por su crueldad, obligó a Estados Unidos a participar en las hostilidades; la “bolchevización” de Rusia por parte de una Alemania que financió a Lenin y su revolución para que al alcanzar el poder firmara la paz; o el pacto de Brest-Litovsk y la vana expansión del Imperio alemán hacia la Europa del Este, donde llegó a conquistar todas las regiones comprendidas entre el Vístula y el Don. Por último, destruye el tópico de la célebre “puñalada por la espalda” —las “izquierdas” y los demócratas habrían conspirado contra “el pueblo” y el Ejército alemán, solicitando el armisticio e impidiendo así la gloriosa victoria—, un “trauma alemán” imaginado por la derecha nacionalista que tan buen papel desempeñó como propaganda hitleriana.
En suma, un libro brillante, de impecable estilo periodístico e ideas contundentes, una lección imprescindible de análisis histórico.››

Käppner, Joachim. Una sola patria para Europa. “El País” (17-I-2014) 6. Un recordatorio de la Primera Guerra Mundial y un análisis de nuestra perspectiva actual. El verdadero significado que tiene actualmente la Primera Guerra Mundial, “esa catástrofe primigenia de Europa”, para la nación y su identidad es síntoma de una inseguridad que no se supera nunca. El hecho de que Alemania no tenga que asumir la culpa en solitario no significa, por conclusión inversa, que sea inocente: en 1914 Alemania desaprovechó o quiso desaprovechar todas las oportunidades, y hubo algunas, para evitar el incendio que inflamó a la antigua Europa y la hizo extinguirse lentamente de manera irrevocable. Lo único que podemos aprender de este horror es a no menospreciar las instituciones de la UE, como está de moda ahora, a no concebir la Europa común como un constructo hueco, sino como una patria; a ser solidarios con los miembros más débiles y a no denigrar a los nuevos Estados.
‹‹“In Flanders fields the poppies blow / Between the crosses, row on row, /That mark our place; and in the sky / The larks, still bravely singing, fly /Scarce heard amid the guns below”. (“En los campos de Flandes florecen las amapolas / entre las cruces que, una hilera tras otra, / marcan nuestra posición; y en el cielo / vuelan las alondras, todavía cantando valerosas, / sin que apenas se las oiga abajo entre la artillería”.)
In Flanders Fields es uno de los poemas más conocidos sobre la Primera Guerra Mundial, un canto transido de tristeza y obstinación. Pero también instaura un sentido, porque al final los muertos, dispuestos en “una hilera tras otra”, exhortan a los vivos a tomar la antorcha y proseguir la lucha: de lo contrario “no dormiremos aunque crezcan las amapolas / en los campos de Flandes”.
Estas líneas esbozan realmente bien el recuerdo inglés de ese incendio que asoló Europa entre 1914 y 1918; aunque, como es natural, los años heroicos de 1940 y 1941, cuando la Inglaterra de Winston Churchill se enfrentó en solitario al contundente poder del imperio nazi, están mucho más presentes. Ambas guerras mundiales aparecen como etapas de una misma lucha por la libertad y la democracia frente al enemigo que se opone a ellas: el imperio alemán. Así es como se presentan los vencedores, así quieren verse a sí mismos y al pasado, volviendo la vista atrás con la convicción de haber servido a una buena causa.
Sin embargo, Alemania fue la gran perdedora de la Primera Guerra Mundial. Fue derrotada y obligada a aceptar la humillante Paz de Versalles de 1919, y tuvo que asumir la culpa de la guerra con todas sus consecuencias. En este país, después de la fractura del mundo civilizado que supuso la época nazi, después del Holocausto y de la guerra de exterminio, después de las tumbas de Oradour y Lidice, es natural que resulte mucho más difícil recordar guerras lejanas.
En este año conmemorativo de los acontecimientos de 1914, la República Federal de Alemania también se muestra muy discreta a nivel oficial, como pone de manifiesto el que, con el año ya comenzado, autores de éxitos de ventas, simposios de historiadores y grandes emisoras de radio y televisión de todo el mundo lleven meses tratando el tema de la guerra mundial, mientras que en el Gobierno federal, una mano no sabe a ciencia cierta lo que hace la otra ni tampoco se discierne qué es lo que se debe hacer realmente.
El verdadero significado que tiene actualmente la Primera Guerra Mundial, “esa catástrofe primigenia de Europa”, para la nación y su identidad es síntoma de una inseguridad que no se supera nunca. Es evidente que, ahora, a los políticos alemanes les resulta mucho más fácil conmemorar junto a los estadounidenses y los británicos el día D del año 1944, la fecha del desembarco aliado en Normandía que, dicho sea de paso, es el segundo gran acontecimiento que se conmemora en 2014 al cumplirse su 70º aniversario. Porque, afortunadamente, en ese caso los alemanes han encontrado su papel: como nación regenerada que comparte valores y alianzas con los enemigos y libertadores del pasado; un país que incluso envía conjuntamente con ellos soldados a misiones de paz para proteger aquellos ideales y libertades que pisotearon las botas militares de sus abuelos.
Pero con la Primera Guerra Mundial esto resulta mucho más difícil. No encaja con el modo de pensar a que estamos acostumbrados ni con los habituales debates políticos sobre la historia que aquí se viven con pasión y no pocas veces con fanatismo. Desde hace al menos un cuarto de siglo, apenas se plantea la cuestión de si hay que recordar o no los crímenes inconcebibles, cometidos por tantos alemanes en la época nazi; el interrogante es cómo hay que recordarlos. La propia posición al respecto se considera un modelo de moral antifascista y de aprendizaje de las lecciones de la historia, tal como atestiguan tristemente las interminables polémicas en torno a los monumentos conmemorativos. Imposible olvidar las voces cada vez más altisonantes que rechazaron el Monumento al Holocausto en Berlín calificándolo de “descargadero de coronas”. Hoy en día es uno de los lugares consagrados a la memoria más impresionantes de la república.
Pero ¿y 1914? Una guerra de un horror inconcebible y, sin embargo, sin el odio de las ideologías. Hasta los ejércitos de Alemania, culpable de la guerra según el Tratado de Versalles y la teoría dominante durante mucho tiempo, se comportaron casi siempre con mucha más moderación que los hitlerianos. Podría incluso ser motivo de orgullo republicano el hecho de que en 1918 los trabajadores y los soldados se liberaran del yugo y pusieran fin a la guerra; pero el aprecio hacia los propios luchadores por la libertad nunca ha sido el punto fuerte del pensamiento histórico alemán.
La efímera República de Weimar arruinó desde el principio la cuestión del lugar histórico que ocupa la Primera Guerra Mundial. La joven democracia surgida de la guerra en 1918 era tan débil que permitió a sus enemigos una sensacional distorsión de la historia. Según la “leyenda de la puñalada por la espalda”, demócratas, socialistas y judíos dejaron en la estacada a las tropas combatientes. Esta tesis se convirtió en el arma propagandística más contundente de aquellos que habían empujado a la guerra, habían apostado insensatamente por la victoria y finalmente la habían perdido: los militares reunidos en torno a Ludendorf y Hindenburg, los nacionalistas alemanes y las antiguas élites políticas y económicas. La novela de Erich Maria Remarque Sin novedad en el frente, que fue un éxito en todo el mundo, describe cómo fue realmente la guerra. En ella, los soldados destacados en el frente “están embrutecidos de un modo extraño y melancólico”, vegetan entre “el fuego graneado, la desesperación y los burdeles de la tropa”, se envilecen hasta convertirse en “animales humanos” y al final les espera la muerte. En 1933 los nazis hicieron quemar el libro. Y después de 1945, de la Primera Guerra Mundial quedó solo una vaga imagen de horror y culpa.
Pero ahora, cuando se cumplen cien años del estallido de la guerra, una nueva generación de historiadores sacude la antigua imagen de este conflicto bélico y de la responsabilidad del mismo, sobre todo el británico Christopher Clark con el libro Los sonámbulos y el profesor de política berlinés Herfried Münkler. Al igual que otros autores, ellos también consideran la cuestión de la culpa de forma muy diferenciada y más allá de modelos explicativos simples. En sus obras todos los implicados tienen su parte de responsabilidad en el hecho de que la clásica política imperialista, la sobrevaloración de las propias capacidades, las contradicciones internas, la falta de transparencia en la toma de decisiones, por ejemplo en la maquinaria de la política exterior, eclosionaran de forma tan mortífera en el año 1914.
Ahora bien, el recuerdo de que en 1914 hubo muchas potencias y fuerzas, aparte del imperio, que empujaron a la guerra no debe ser un nuevo motivo de autosatisfacción para los alemanes de hoy en día: el hecho de que Alemania no tenga que asumir la culpa en solitario no significa, por conclusión inversa, que sea inocente. Pero eso es justamente lo que los apologetas conservadores han querido decir realmente hasta bien entrados los años setenta. Si en 1914 Alemania solo “se vio envuelta” en la guerra debido a circunstancias desafortunadas, eso hace que resulte más fácil presentar la dictadura nacionalsocialista y la guerra de extermino iniciada en 1939 como “accidente de trabajo de la historia alemana”, que en realidad no tiene nada que ver con la historia de la nación. En 1961, el historiador hamburgués Fritz Fischer destruyó esta cómoda explicación con su libro Griff nach der Weltmacht [“La toma del poder mundial”]. Su tesis fundamental: el Estado autoritario del imperio buscaba el ascenso de Alemania a potencia mundial a cualquier precio y solo así se explican los acontecimientos de 1914; ese sería su verdadero núcleo.
Paradójicamente, Fischer era una antiguo nazi, miembro del NSDAP y de las SA y autor de textos antisemitas. Pero precisamente él se convirtió en el salvador de un enfoque histórico crítico de izquierdas y eso otorgó a su mensaje el carácter de exorcismo vivido en carne propia. Más tarde, el movimiento de Mayo del 68 no será el único que considerará tanto la primera como la segunda guerra mundial una obra de la odiada sociedad burguesa y del capitalismo maquinador que la sustenta.
Por tanto, el recuerdo del año 1914 ha seguido siendo terreno de la inseguridad histórica en un país al que tanto le gusta medir el mundo con sus propios patrones morales. ¿Qué deben decir sus representantes con motivo de este centenario? ¿Que nos alegramos de las conclusiones de estos historiadores según los cuales Alemania no es la única culpable sino que también contribuyeron al desastre el rumbo bélico del imperio ruso y el ansia de revancha de los diplomáticos franceses por la derrota de 1871? Eso sería una estupidez, por decirlo suavemente.
El 3 de agosto, Joachim Gauck [el presidente alemán] junto con el presidente francés François Hollande recordará a todos los caídos en el antiguo campo de batalla del Hartmannsweiler Kopf en Alsacia. Y quizá lo mejor que podrían hacer tanto el presidente federal como todos los políticos alemanes es mostrarse humildes. No, 1914 no fue 1939, los ejércitos de la Alemania imperial no irrumpieron como la Wermacht de Hitler en un mundo que no anhelaba nada más que la paz siguiendo un plan general impulsado por el odio, la codicia y un orgullo desmesurado. Pero hace 100 años, Alemania contribuyó por sí misma lo suficiente al estallido de la guerra como para hacer ahora profesión de humildad y no andar pidiendo compensaciones por las décadas pasadas.
El emperador, el canciller, el Gobierno, el ejército: durante la crisis de julio de 1914 tuvieron en todo momento en sus manos la posibilidad de no apoyar incondicionalmente las intenciones belicosas del aliado austriaco contra Serbia. La megalomanía, el nacionalismo exacerbado y una política dependiente del Ejército empujaron al imperio a un enfrentamiento armado del que no podía salir victorioso. En 1914 Alemania desaprovechó o quiso desaprovechar todas las oportunidades, y hubo algunas, para evitar el incendio que inflamó a la antigua Europa y la hizo extinguirse lentamente de manera irrevocable.
Lo único que podemos aprender de este horror es a no menospreciar las instituciones de la UE, como está de moda ahora, a no concebir la Europa común como un constructo hueco, sino como una patria; a ser solidarios con los miembros más débiles y a no denigrar a los nuevos Estados que solicitan su admisión tachándolos de nidos de parásitos sociales. Tal como expone el historiador Jorn Leonhard en un libro que aparecerá próximamente, la guerra de 1918 “abrió la caja de Pandora” en Europa, ese horrible recipiente de la mitología antigua del que escaparon todos las desgracias y los vicios del mundo cuando el hombre levantó la tapa en contra de la voluntad de los dioses. Odio entre los pueblos, deseo de revancha, conflictos fronterizos, ideologías totalitarias e irracionalismo político fueron las consecuencias entre las cuales prácticamente quedó olvidada la antigua Europa de la Belle Époque, que parecía tan bien ensamblada, con sus fronteras abiertas, rica vida cultural y rebosante del optimismo del progreso. Esa Europa se quebró en 1914 en el transcurso de unas pocas semanas.
No perder nunca de vista este hecho es también el mensaje de los historiadores actuales que, a diferencia de sus predecesores, no tienen la menor intención de atribuir culpas según sus simpatías, nacionalidad o ideología. Cien años después y a ojos de los lectores jóvenes, puede que la Primera Guerra Mundial parezca tan lejana como las expediciones militares de Atila, el rey de los hunos (a todo esto, hay que decir que en las guerras los británicos llamaban “hunos” a sus enemigos alemanes), pero realmente nos es mucho más próxima por todo lo que significa. “Desde el final de la Guerra Fría, el sistema de estabilidad global bipolar ha sido reemplazado por un entramado de fuerzas mucho más complejo e impredecible”, escribe Clark, unas condiciones “que realmente invitan a hacer comparaciones con la situación de Europa en 1914”.
Esto supone un claro llamamiento a cuidar de las instituciones comunitarias europeas, porque solo ellas proporcionan una mediación pacífica en las situaciones conflictivas. Para Alemania esto significa comportarse con precaución en un momento en que la Unión Europea goza de menos estima que nunca, y no provocar el miedo ante una potencia real o supuesta en el centro de Europa, aunque se trate tan solo de un dominio económico. Y también significa mantener la moderación y el justo medio en política exterior. La desafortunada intervención militar en Irak llevada a cabo por los estadounidenses en 2003 junto con su “coalición de serviciales socios” demuestra en buena medida la facilidad con que los Estados entran en una guerra más allá de toda razón, una guerra nacida de supuestas necesidades imperiosas, antiguas alianzas y nuevos miedos.
Erich Maria Remarque dijo en una ocasión: “Yo siempre pensé que todo el mundo es contrario a la guerra hasta que descubrí que hay quienes están a favor, sobre todo aquellos que no tienen que luchar en ella”.››